Riga, 16 ene (dpa) – Desde hace días, carteles y spots de televisión anuncian el comienzo del año cultural europeo en la capital letona. Mañana tendrá lugar la inauguración oficial con la puesta en escena de la ópera de Richard Wagner «Rienzi», que el genio alemán comenzó a componer en Riga.
Conciertos, danza y teatro servirán de «aperitivo» para un programa que, bajo el lema «Force Majeure», condensará a lo largo de todo el año más de 200 actividades. Las «esculturas de fuego» y un festival de luces iluminarán esta metrópolis de Europa del Este.
Uno de los puntos centrales del fin de semana inaugural será una simbólica acción multitudinaria. «Queremos construir una cadena humana por el centro de la ciudad», anunció Diana Civle, del departamento de organización, en referencia a la Cadena Báltica de 1989.
En aquel entonces, más de un millón de personas se manifestaron en pro de la libertad desde Tallín a Vilna pasando por Riga. Pero esta vez, no será una protesta contra la Unión Soviética, sino una acción literaria para trasladar los libros de la antigua a la nueva Biblioteca Nacional a lo largo de dos kilómetros.
«Queremos subrayar los valores culturales de nuestra nación, preservados a lo largo de muchas generaciones y trasladados a través de los libros», explicó Civle. Así, los libros donados por miles de letones tendrán su espacio en la «librería del pueblo», situada dentro del moderno edificio triangular de la nueva biblioteca.
Ésta, cuya construcción comenzó en junio de 2008, abrirá definitivamente sus puertas al público en verano (boreal). Tiene una superficie de más de 40.000 metros cuadrados con cabida para 1.000 lectores y hasta ocho millones de libros y otro tipo de obras impresas. Además, alberga un museo y varias salas para conferencias y exposiciones.
Conocida como el «Gaismas pils» (castillo de la luz), al otro lado del río Daugava, la nueva sede de la Biblioteca Nacional no está exenta de polémica. El alcalde de Riga, Nils Usakovs, dijo en una ocasión que le recuerda a un supermercado gigantesco. Otros lo ven más como una pista de esquí, el lomo de un gigantesco pez mitológico o una instalación secreta de radares.
Estética aparte, las principales críticas se dirigen contra los costes: en tiempos de crisis financiera y cambios en el panorama mediático se han invertido en la construcción del edificio unos 163 millones de euros (222 millones de dólares), una abultada suma para un país de apenas dos millones de habitantes. Y a ello hay que sumar unos costes de mantenimiento anuales de unos tres millones de euros.
El director de la biblioteca, Andris Vilks, defiende la nueva sede, promovida también por la UNESCO. «La Biblioteca Nacional es un símbolo del país», afirmó. Además, añadió, desde hace décadas era necesaria una nueva central que reuniera todos los libros repartidos en edificios al borde del derrumbe.
Por Alexander Welscher