Sochi (Rusia), 4 feb (dpa) – La frase la pronunció entonces el ministro de Exteriores británico. «Todos los Juegos han adquirido una dimensión militar», dijo Philip Hammond de cara a los Juegos Olímpicos de verano de 2012 en Londres, antes de desplegar un ejército de 18.200 soldados, buques de guerra, aviones y misiles.
A ello se sumaron numerosas cámaras de vigilancia y un escudo invisible de protección online, así como miles de colaboradores de seguridad adicionales.
También Jacques Rogge, presidente hasta el año pasado del Comité Olímpico Internacional (COI), dejó claras sus premisas: «La seguridad tiene la mayor prioridad para nosotros. Sabemos que no hay ningún puerto totalmente seguro. Los Juegos tienen que ser la respuesta al terrorismo, y no su víctima».
Esta última idea parece describir bien el espíritu de los Juegos Olímpicos, fundados originalmente como la fiesta de la paz y de la amistad entre los pueblos.
Las condiciones, sin embargo, han cambiado mucho. Los Juegos se han convertido hace tiempo en un sismógrafo de los peligros de un mundo en conflicto, con villas olímpicas transformadas en zonas militarizadas y campos de acción para los servicios de inteligencia.
La fortaleza militar de Sochi representa un nuevo punto álgido en la escalada iniciada con el ataque de terroristas palestinos contra la delegación de Israel en los Juegos de Múnich 1972.
Entonces había en la ciudad alemana 4.000 efectivos de seguridad, vestidos con ropa deportiva para demostrar el ánimo pacífico del evento. Pero el despliegue no pudo evitar la muerte de 17 personas.
En tanto, los costos de seguridad han alcanzado cifras astronómicas, una evolución en la que el COI no juega un papel secundario.
Los Juegos son cada vez más grandes y lujosos, aunque para la elección de la sede no se tiene siempre en cuenta la seguridad de las ciudades candidatas.
La posible amenaza del terrorismo islámico en el Cáucaso ya se conocía cuando se entregó a Sochi la organización de la cita. También el hecho de que los próximos Juegos de invierno sean en la surcoreana Pyeongchang en 2018, cerca a la explosiva frontera entre las dos Coreas, debe causar cierta alarma.
El COI, por otro lado, no pudo prever los atentados del 11-S en Nueva York. El entonces presidente estadounidense, George W. Bush, declaró la «guerra contra el terrorismo» y los Juegos de Salt Lake City se convirtieron poco después en una primera muestra de lo que será Sochi en 2014.
El Ejército de Estados Unidos mobilizó entonces aviones de vigilancia Awacs, jets de combate F-16, helicópteros Black Hawk, 15.000 efectivos especiales y una defensa electrónica especial.
Los límites de la villa olímpica y otras instalaciones fueron reforzados adicionalmente con muros y alambres de púas, como se conocía sólo de zonas militarizadas en épocas de la Guerra Fría.
Un total de 60.000 efectivos deben hacer ahora del balneario de Sochi el lugar más seguro del mundo durante las próximas semanas.
Por Günter Deister