Moscú (dpa) – Serguei Abduraymanov tiene 22 años y sueña en el Centro Spid de Moscú con las posibilidades que ofrecen algunos países europeos. «Ustedes tienen una pastilla que se toma antes de tener relaciones sexuales y protege contra el contagio del VIH», apunta el joven en alusión a Alemania.
«Nosotros, sin embargo, tenemos una situación igual a la que se vivía en Europa Occidental en los años 90», indica.
Spid es la palabra rusa para sida. En un edificio para empresas emergentes, los activistas que luchan contra el sida se han instalado en una sala en la que se proyectan películas, se dan charlas y se ofrece asesoramiento sobre la enfermedad.
En un rincón protegido por un biombo se realizan pruebas rápidas de virus de inmunodeficiencia humana (VIH) y hepatitis. Más de un millón de personas en Rusia son seropositivas. «Y lamentablemente son cada vez más», señala Serguei.
«No sólo afecta a homosexuales, drogadictos y trabajadores del sexo, tanto mujeres como hombres. El VIH en Rusia es una amenaza para la población en general», insiste.
En un decreto publicado en junio pasado, el presidente ruso, Vladimir Putin, que apenas se pronuncia en público sobre este tema, declaró el VIH un «peligro para la seguridad nacional». Como a menudo el mandatario se ha mostrado preocupado por la pérdida de población, este tema le debería preocupar especialmente porque amenaza a la parte más productiva de la sociedad.
Serguei llegó a este centro a través de un amigo. Hace tres años acudió allí por primera vez y ahora es el director ejecutivo de la entidad, que está conformada jurídicamente como una fundación. El centro Spid se dedica de lleno a la lucha contra la rapidísima propagación del VIH en el país más extenso del planeta. La tarea no es fácil, apunta Serguei.
Una controvertida ley contra la «propaganda homosexual» impide, por ejemplo, hablar sobre prácticas sexuales con menores. Además, informar sobre sexualidad en las escuelas es un tabú.
«Nuestra página es para mayores de 18 años, por eso intentamos explicar sobre todo en universidades y facultades que hay que usar condones», comenta. Serguei agrega que, si bien la información llega tarde para las personas sexualmente activas, eso es mejor que nada.
También ONUSIDA, el programa de Naciones Unidas de lucha contra el sida, aboga por advertir en la fase escolar sobre los peligros que se corren en las relaciones sexuales.
Una meta importante de la fundación Spid es, además, lograr que haya médicos que se especialicen en pacientes de sida o que hayan contraído el virus. Ese tipo de expertos falta en muchos hospitales y clínicas del país.
Maya, que atiende a los transgénero en el centro, organiza pruebas rápidas y ofrece asesoramiento. «En estas pruebas la tasa de seropositivos es de 11,5 por ciento», agrega esta mujer trans de 32 años.
Tanto ella como Serguei, que es homosexual, son miembros de la «minoría sexual» que corre peligro en Rusia, sobre todo si hacen pública su orientación. Cada vez se registran más casos de violencia e incluso de asesinatos contra gays, lesbianas y transgénero.
«La situación en Rusia ha empeorado», señala el director del centro federal para la lucha contra el sida, Vadim Pokrovski, quien además estima que la cifra de personas contagiadas con el sida es de 1,5 millones. Según los últimos datos del Ministerio de Salud, las personas que han contraído el VIH rondan las 900.000.
A modo de comparación: en Alemania, el Instituto Robert Koch registra 87.900 personas que se han contagiado, lo que supone el 0,1 por ciento de la población. En Rusia ese porcentaje es diez veces mayor.
Según las cifras que maneja Pokrovski, las muertes tras una infección con VIH en 2018 alcanzaron la cifra récord de 36.000 personas. La mayoría de los afectados por la enfermedad tiene entre 18 y 44 años.
Tan sólo 500.000 personas tienen acceso a tratamiento en Rusia. Pokrovski lamenta que el Estado gaste muy poco dinero en medicinas modernas. El experto agrega que para hacer frente a esta crítica situación se necesitarían cinco veces más de los cerca de 20.000 millones rublos (unos 314 millones de dólares) que fueron invertidos este año.
Rusia está lejos de la meta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de suministrar medicación al 90 por ciento de los enfermos registrados con VIH.
Serguei está decidido a seguir luchando desde el Centro Spid. La fundación creada por el prestigioso periodista Anton Krassovski se financia con donaciones y renuncia al dinero estatal para poder seguir siendo independiente.
Krassovski, una de las primeras figuras públicas en reconocer que es portador de VIH, afirma una y otra vez que quienes se han contagiado con el virus en su país no mueren de sida. «Es mi Rusia lo que les mata», asegura. No obstante, agrega que el centro ha podido ayudar a muchos afectados.
Por Ulf Mauder (dpa)