(dpa) – Son las doce del mediodía, y la última etapa no tenía más de 100 millas. Pero cuando el conductor y el copiloto arriban al pequeño poblado de John O’Groats, en el extremo norte de Escocia, y descienden de su antiguo Mercedes Clase G, parecen dos zombis después de una noche de copas con ojos cansados, párpados pesados y el cuerpo dolorido.
A pesar de que otras tres docenas de coches han cruzado la línea de llegada antes que ellos, sus caras tienen el brillo típico de los triunfadores. «Todos los que vienen aquí son ganadores, sin importar su posición en el podio», asevera Guy Woodcock.
El hombre sabe de lo que está hablando. Después de todo, es uno de los organizadores de esta extravagante carrera, el rally de LeJog, que tiene lugar cada año en diciembre y en el que participan casi 100 coches clásicos siguiendo, casi sin descanso, una ruta que recorre toda la extensión de la isla de Gran Bretaña, desde Land’s End, en el suroeste, hasta John O’Groats, en el noreste.
No los detiene ni la noche ni la niebla. Todo lo contrario: a lo largo del recorrido de más de 1.500 millas de carreteras secundarias, Woodcock y sus colegas organizan pruebas para los coches y los conductores.
Son carreras nocturnas en una pista de karts sin iluminación, circuitos de manejo en campos de entrenamiento militares helados o pruebas de orientación alrededor del Lago Ness. Incluso profesionales del deporte del motor, como la alemana Ellen Lohr, llegan a sus límites. «En comparación, el rally Dakar es un juego de niños», comenta.
Hay muchos eventos de prestigio para vehículos históricos. Sin embargo, hay otros rallys de coches clásicos que prefieren apostar por la diversión y la sociabilidad.
En un área de aparcamiento en el estado federado alemán de Baviera, los conductores del popular rally alemán «Creme 21», reservado a clásicos más modernos, están de pie alrededor de unas latas de comida agitándolas para poder adivinar su contenido.
Cerca de ellos ronronean sus coches, entre otros, un Citroën 2CV, un mítico Escarabajo de VW, un Mini, además de un Porsche 928, un BMW 850i y un Mercedes W 126.
Tras 100 kilómetros de recorrido por carreteras secundarias, los pilotos tendrán que superar varias pruebas: ordenar en un tiempo determinado las líneas de textos de canciones típicas alemanas de los años 70 o, al final de la etapa, hacer pantomima ante la luz de los faros de los vehículos.
Mientras que el LeJog parece una reunión de niños exploradores y a veces asume características casi paramilitares, el Creme 21 es como una fiesta de cumpleaños, excepto que los coches de juguete de los invitados tienen un permiso de circulación por carreteras.
Un poco más al sur de Europa se presenta otro escenario. Cuando en Italia se disputa el rally de clásicos Mille Miglia (Mil Millas), todo el país se pone de fiesta, desde la Piazza del Campo en Siena hasta el Coliseo en Roma. Una de las competiciones más amadas por los italianos y una de las más famosas del mundo, el Mille Miglia tiene lugar durante tres días a lo largo de 1.000 millas.
«La Mille Miglia es la madre de los rallys, un sueño para todo piloto, casi una obligación», comenta Juan Manuel Fangio II, sobrino del cinco veces campeón del mundo y, al igual que su famoso tío argentino, sentado al volante de un Mercedes 300 SLR.
Él no es el único participante que viene de lejos, ya que en este evento participan normalmente conductores y coches de todo el mundo. «Aquí vuelve a cobrar vida el espíritu deportivo de pilotos como Stirling Moss, Rudolf Caracciola o Fangio», enfatiza el sudamericano, antes de presionar el cronómetro y luego el acelerador. El calendario es apretado, las especificaciones son precisas y por cada segundo de desviación se deducen puntos.
Estos tres escenarios de los últimos años, en épocas libres de pandemia, muestran que las carreras de coches clásicos son mucho más que caravanas organizadas. Por muy diferente que sea el carácter de estos rallys, además de su afición a la chatarra sobre ruedas, todos tienen una cosa en común: si bien los participantes se adhieren estrictamente a las normas de circulación y los desafíos consisten en la precisión, la orientación o la destreza, el espíritu deportivo no deja de estar presente y, al final, siempre hay un ganador.
Por muy diferentes que sean estos tres eventos, todos marcan los extremos de un apretado calendario. Jan Hennen, de Deuvet, una asociación alemana que agrupa a los aficionados de coches históricos y clásicos modernos, explica que, en tiempos normales, difícilmente pasa un fin de semana sin que haya dos o tres docenas de caravanas y rallys de clásicos.
Con esta frase, Hennen está describiendo un verdadero auge en el turismo organizado con coches clásicos. No solo está creciendo constantemente la cantidad de vehículos históricos y clásicos, también hay cada vez más eventos. «Esto va desde paseos regionales de unas pocas horas hasta eventos de importancia internacional que, como la Mille Miglia, duran casi una semana».
Sin embargo,los costos, que por lo general siempre incluyen dos participantes por vehículo y las pernoctaciones, son bastante altos. Mientras que la entrada para el Creme 21 está disponible por unos 1.780 dólares, el billete para la Mille Miglia cuesta, en la categoría más barata, alrededor de cuatro veces más.
Los que se inscriben en un rally de este tipo a menudo tienen que contar con varias docenas de las llamadas pruebas especiales, en las que la velocidad deja de ser lo más importante. En ellas, los participantes tienen, por ejemplo, que conducir una ruta determinada en un tiempo definido o a una velocidad media prestablecida.
«A veces son unos pocos metros en seis segundos, otras unas pocas docenas de kilómetros a 49 km/h, los organizadores tienen mucha imaginación», señala Michael Wiring, quien prepara a los propietarios de coches clásicos con sesiones especiales de entrenamiento.
La preparación es esencial, ya que la mayoría de las veces un centímetro o una décima de segundo deciden la carrera. Según informan muchos participantes, la precisión en el manejo de sensores fotoeléctricos, cronómetros y mangueras de aire comprimido que activan la medición del tiempo solo puede lograrse con la práctica.
Lo que se necesita, además de las habilidades de conducción, es el vehículo adecuado, ya que no todos los coches clásicos pueden participar en todos los rallys. Para limitar el número de participantes o para hacer justicia a la importancia histórica, los organizadores a menudo establecen directrices estrictas.
En la Mille Miglia, por ejemplo, solo se permiten coches construidos entre 1927 a 1957, los años en los que se celebró la carrera original. En el caso del Le Jog, la estipulación es que los vehículos tengan al menos 30 años de antigüedad. En el Creme 21 participan coches fabricados entre 1970 y 1990.
Hans-Georg Marmit, del organismo de inspección alemán KÜS, explica que, ya sea si se trata de antiguos o clásicos modernos, deportivos o pequeños, para los coches sigue habiendo un criterio común que todos tienen que cumplir. «Lo más importante para participar en un rally de coches clásicos es la seguridad vial. En algunos casos, los vehículos también tienen que pasar por pruebas cronometradas, por lo que estos tienen que estar en buenas condiciones», advierte el experto y aconseja una inspección general antes del comienzo de la temporada.
Los organizadores de la mayoría de los eventos, por su parte, llevan a cabo su propio examen técnico y revisan minuciosamente los coches antes de cada carrera.
El alemán Sepp Rothe, restaurador de coches clásicos y mecánico de rallys, asegura que los participantes no deben preocuparse de que sus coches sufran daños, ni en invierno ni en verano, «porque lo mejor que le puede pasar a un coche antiguo es que se conduzca en largas distancias». Rothe añade que basta con prestar atención al aceite y al agua de refrigeración y ser un poco cuidadoso para que el coche sobreviva ileso la aventura.
A diferencia de los autos usados comunes, el kilometraje extra no deprecia el valor del vehículo. Al contrario, asevera Marmit: «La participación en eventos prestigiosos como la Mille Miglia es para los coches clásicos una especie de espaldarazo, e incluso sube su precio de reventa».
Por Thomas Geiger (dpa)