Estambul/Trípoli, 17 nov (dpa) – Una vez combatieron juntas contra Muamar al Gadafi, pero ahora sólo siguen sus propios intereses: las antiguas brigadas de la revolución se han convertido desde hace tiempo en un grave problema para Libia.
Tras los muchos tiroteos, secuestros y chantajes, los ciudadanos de Trípoli querían decir basta y por eso intentaron desalojar el viernes el cuartel en Trípoli de los milicianos que no se han plegado al control del Estado.
«Queremos un Ejército», gritaban los manifestantes para expresar su deseo de unas fuerzas de combate que no estén subordinadas ni a clanes ni a ciudades aisladas, sino que representen de forma neutral a todo el país. «Trípoli debe ser segura y estar libre de armas», gritaban.
En el cuartel central de una milicia en el barrio de Gharghur, los manifestantes vivieron sin embargo todo lo contrario: allí los esperaban los milicianos fuertemente armados, que dispararon, primero al aire y después contra la multitud, con un balance provisional de al menos 43 muertos y más de 460 heridos.
Esta vez fue una milicia de la ciudad de Misrata, que defiende sus intereses en Trípoli y se considera «guardiana de la revolución», la que, según testigos, disparó sin motivo contra los manifestantes que protestaban de forma pacífica, llevando incluso en ocasiones banderas blancas.
En Misrata fue donde se expuso el cadáver del líder Muamar al Gadafi antes de ser enterrado en el desierto. Las milicias de esa ciudad son unas de las más importantes del país norafricano y se consideran protectoras contra las fuerzas del antiguo régimen.
Y los milicianos no se quieren dejar expulsar de la capital tan fácilmente: de Misrata, a unos 200 kilómetros, se pusieron de camino más milicianos en su ayuda, protagonizando nuevos enfrentamientos con el Ejército en una carretera de acceso a Trípoli. Y de nuevo se registraron seis muertos y decenas de heridos.
La alcaldía de la capital libia convocó hoy una huelga general de tres días en señal de duelo por «los hijos de Libia» e instó a la población a la contención y a la calma «para preservar la unidad nacional y evitar divisiones».
Un brote parecido de violencia tuvo lugar ya hace unos meses: en junio murieron más de 30 personas en la ciudad portuaria de Bengasi, en el este, cuando un grupo de manifestantes exigió la disolución de una milicia local ante su base.
Durante mucho tiempo el gobierno libio observó lo que ocurría con las antiguas brigadas de la revolución, pero no actuó con firmeza. Al fin y al cabo, esas milicias, armadas por accidente, lucharon juntas en 2011 contra un objetivo común: contra Gadafi.
Pero cuando en mayo de este años los milicianos bloquearon el Parlamento para obligar a dos ministerios a aprobar una ley que excluía a los funcionarios de la época de Gadafi de ocupar puestos políticos, el primer ministro Ali Zeidan les prometió que se respetaría su posición.
Pero en octubre el propio jefe de gobierno fue víctima de las milicias libias: combatientes del llamado centro de operaciones revolucionarias lo secuestraron durante varias horas para obligarlo a dimitir. Tras recuperar la libertad, Zeidan declaró la guerra a los grupos armados.
En un discurso en al televisión tras el baño de sangre del viernes, el jefe de gobierno alabó el valor de los manifestantes de Trípoli y ordenó a todas las milicias no oficiales abandonar la capital «sin excepción».
En los últimos dos años, sin embargo, la lucha del gobierno contra las milicias no ha arrojado éxitos.
Por Mey Dudin