Roma (dpa) – Los voluminosos autobuses con turistas cruzan la ciudad, se meten en calles estrechas y cuando aparcan, arrojan un grupo numeroso de gente a la acera. En Roma se los podía ver hasta hace poco aparcados en fila cerca del Coliseo.
En ocasiones el conductor dejaba hasta el motor encendido y se ponía a charlar con otro colega de profesión, una escena que a los residentes hacía que les hirviese la sangre.
Desde hace años se quejan de los autobuses turísticos que llevan en masa a los visitantes a conocer los monumentos de la ciudad a la vez que contribuyen a generar atascos.
Roma ha emprendido medidas drásticas: desde comienzos de año ya no se permite a los autobuses de turistas cruzar el centro histórico. Cuando trasladan a visitantes tienen que llevarlos hasta determinados aparcamientos instalados fuera de la zona vetada.
Allí la ciudad cobra hasta 240 euros (269 dólares) por 30 minutos de aparcamientos en la zona del Coliseo o de la Plaza de San Pedro del Vaticano. Unos costes que al final son trasladados al viajero.
La cuestión es si esas «exorbitantes tasas de ingreso» realmente solucionan el problema del turismo masivo, señala Nina Jaschke, de la Asociación alemana de Empresas de Autobús. Sería mucho más importante un manejo adecuado de las oleadas de turistas, opina Jaschke.
«Cuando se descartan autobuses a menudo se olvida pensar en alternativas», agrega. Forma parte del servicio, apunta, no dejar a la gente a dos kilómetros de su destino, sobre todo pensando en personas con algún tipo de discapacidad, que tienen dificultades en recorrer ese largo trayecto.
Protestas de los empresarios del sector contra las prohibiciones de ingresar en el centro histórico no sólo se escucharon en Roma sino también en Madrid, donde los autobuses de viajeros pueden seguir cruzando el centro, aunque no pueden detenerse ni dejar salir o recoger pasajeros en todos los sitios.
«No puede ser que dejemos a los turistas a una distancia kilométrica de sus respectivos hoteles en el centro. Muchos van con maletas, niños o cochecitos para niños, mientras que otros son gente muy mayor», dijo Begoña Landa, dueña de una de estas empresas de autobuses.
En Ámsterdam los turistas tienen que llegar a la ciudad con transporte público o subirse a un barco en la zona de los canales. La ciudad pide que se circule con vehículos más pequeños, pero «eso también atasca las calles», relata Jaschke. «Todo es muy contraproducente», insiste.
Pero no sólo las grandes ciudades tienen un problema con el autobús, también lo padecen pequeñas localidades como Hallstatt, en Austria.
Declarado Patrimonio de la Humanidad, es uno de esos lugares concurridos, que recibe más de un millón de visitas, muchas de ellas de turistas procedentes de Asia, que suelen realizar una visita de un día y caminar por el kilométrico paseo a orillas del lago Halls.
En el municipio de Hallstatt apenas viven 780 personas, pero el lugar es conocido por albergar una de las minas de sal más antiguas del mundo, que ha sido reconstruida al milímetro en China. Eso hizo que las visitas aumentaran considerablemente.
A partir del próximo año se intentará reducir drásticamente la afluencia de visitantes y con ello el número de autobuses de turistas.
Los autobuses sólo podrán acudir a la pintoresca localidad si previamente han adquirido uno de los limitados pases de acceso. De ese modo se busca reducir cerca de un tercio la cifra de autobuses que acuden a la localidad y que en poco tiempo pasaron de 8.000 a 20.000 al año.
Además, se busca que las visitas sean de mayor duración. «Menos de 150 minutos no se podrá visitar Hallstatt», asegura el alcalde Alexander Scheutz.
Sobre todo los grupos de turistas ruidosos que viajan en bus son los que más irritaban a la población local. «Los residentes tienen la sensación de que el lugar ha dejado ser suyo», apunta Scheutz, que recomienda a los que quieran conocer este pueblo y sus alrededores que acudan en tren, que tiene su estación frente al lago.
Además también se puede llegar a Hallstatt en barco. «Es muy romántico», asegura el alcalde.
En Roma los turistas no se suben a barcos románticos sino a minibuses y un gran número de ellos aparca delante de los monumentos, con lo que en parte siguen provocando el mismo atasco circulatorio que los autobuses de viajeros.
Por Annette Reuther y Matthias Röder (dpa)
Foto: Annette Reuther/dpa