Miami, 16 ene (dpa) – Lance Armstrong posiblemente sea el deportista amateur más en forma del mundo. La pasada semana corrió más de 18 kilómetros a un ritmo de cuatro minutos por kilómetro. Está preparado para competir si recibiera una amnistía, algo que un año después de su confesión de doping televisada aún parece imposible.
El estadounidense, que fue el mejor ciclista del mundo y campeón de siete Tour de France, practica mucho deporte y publica en Twitter los registros almacenados con la App Strava, una suerte de red social atlética que monitorea por GPS la carga de trabajo ya sea corriendo o en bicicleta.
Sus buenas marcas dan lugar a la felicitación de otros «runners», pero también, como es inevitable, a alguna broma sobre si sigue usando sustancias prohibidas.
Armstrong, de 42 años, entrena, juega al golf, pasa tiempo con su familia, sigue dando ánimos a enfermos de cáncer, pero, sobre todo, lo que más hace Armstrong es esperar. Espera una amnistía a cambio de información que le permita volver a competir al menos en pruebas de triatlón. Y espera a que los tribunales tomen unas decisiones que podrían hundir sus finanzas.
«Pagué un alto precio respecto a mi posición en el ciclismo, mi reputación y en el apartado económico, porque las demandas siguen creciendo», dijo recientemente a la BBC el texano, preocupado especialmente por la causa por el patrocinio de US Postal, a la que se sumó el gobierno de su país y que podría costarle más de 120 millones de dólares.
El ex ciclista sigue diciendo que merece el castigo, pero no considera justa su «pena de muerte» mientras otros que participaron en la cultura del doping recibieron un «billete a la libertad».
Está convencido de que hizo lo que hicieron todos. En el perfil de su cuenta de Twitter hay una frase que refleja lo lejos que está de un arrepentimiento real que al menos le acercaría a los aficionados: «Un tipo imperfecto en un mundo imperfecto», escribe.
De lo único que parece arrepentirse de verdad es de haber usado la lucha contra el cáncer como argumento de defensa. «¿Mi mayor error? Cuando mezclaba mi diagnóstico (de cáncer) con una negación de doping», dijo en noviembre al portal británico cyclingnews.com. «Eso sobrepasó la línea, era algo desesperado por continuar el relato, totalmente inaceptable».
Poco más. El texano no ha dado aún detalles de lo que la USADA (Agencia Antidoping de Estados Unidos), el organismo que lo sancionó de por vida, tildó como el «programa de doping más sofisticado de la historia».
«Por supuesto que iban por mí, no tendría sentido que fueran a por otro. Lo acepto. Lo que digo es que lo que decía la USADA de que estaban tratando de limpiar el ciclismo no es cierto», dijo a cyclingnews.com Armstrong, que habla de una «vendetta» (venganza) de Travis Tygart, director ejecutivo de la USADA.
«Estoy dispuesto a cooperar abierta y honestamente con CUALQUIER comisión de la UCI que se ponga en contacto conmigo», escribió en twitter el 7 de enero tras leer una información del diario británico «The Telegraph» sobre la comisión independiente creada por la Unión Ciclista Internacional (UCI) para investigar el doping en los años ’90 y 2000. De momento, Armstrong espera a que lo llamen. Después llegaría una negociación, igualmente compleja. La nueva comisión de la UCI no tiene potestad para revocar la sanción de por vida que le impuso la USADA, respaldada por la AMA (Agencia Mundial Antidoping), ni para conceder una amnistía.
En noviembre, el entonces presidente de la AMA, John Fahey, descartó clemencia. «Lo que está cerrado, está cerrado», dijo.
Un año después de responder las claras preguntas de Oprah Winfrey sobre el doping con cinco síes, poco ha cambiado: Armstrong sigue sancionado, repudiado y acosado por las demandas, y el ciclismo sigue sin ventilar su etapa más sucia.
«Aún espero ser parte de la solución, mi teléfono está encendido, pero no me llaman», afirma Armstrong, que mientras espera, corre, juega al golf y habla con sus abogados.
Por Daniel García Marco