En los últimos años gracias a la tecnología se han roto todas las barreras de la comunicación a distancia. Hace tan sólo unos años era imposible sostener una conversación por Skype con algún ser querido que se encontrara en el extranjero, o peor aún, no existía ninguna mensajería instantánea como WhatsApp, WeChat, Line, Viber, Kakao Talk, o cualquier otra, que a través de los móviles nos permitiera comunicarnos de manera inmediata y en tiempo real con nuestro círculo social.
Hace tan sólo treinta años no existían ni siquiera los teléfonos celulares y hacer una llamada de larga distancia era increíblemente costoso y tedioso para cualquiera que lo intentara. Hoy en día, hacer una llamada desde China a España sólo es cuestión de segundos. Poco a poco la tecnología ha ampliado las fronteras de la comunicación y ha permitido que cada vez la interacción entre personas desde cualquier parte del globo terráqueo tenga mayor y mejor alcance. Eso definitivamente es un hecho que no puede negarse.
Sin embargo, mucho se habla de los beneficios comunicacionales que ha traído a la sociedad mundial este monstruo llamado “internet” y sus posteriores derivaciones, pero poco se reflexiona sobre su impacto negativo dentro de este mismo ámbito comunicacional.
Las reuniones familiares, los encuentros con amigos, incluso las conferencias en el trabajo ahora tienen un sabor distinto. Antes de la aparición de los móviles, del iPad o de los portátiles, una comida familiar era sinónimo de “compartir”, era sinónimo de estar conectados no sólo físicamente sino emocionalmente con nuestros seres queridos. Hoy en día una típica reunión familiar, entre amigos o colegas tiene un componente común: la incomunicación.
Todos estamos físicamente juntos pero cada uno conectado con otra realidad. Un ejemplo que quizás suene conocido es el de las modernas cenas familiares: la madre con un iPhone revisando el WhatsApp y compartiendo memes divertidos con sus amigas, el hijo/a mayor viendo un video a través de Youtube, el padre conversando de temas importantes de trabajo y hasta el más pequeño de la casa (que sólo tiene 3 años) está comiendo mientras ve los dibujos animados en el iPad. Y es que resulta que hasta ese niño que todavía no va al colegio, no puede comer sin el IPad porque según sus padres sino, “no hace caso”. ¡Cuánta disfuncionalidad!
Ciertamente la tecnología nos permite hoy en día estar conectados en todo momento, nos abre el abanico de posibilidades para sentarnos en una mesa y estar con todos y con nadie, al mismo tiempo.
Según el informe “Sociedad Digital en España 2017” publicado en febrero de 2018 por Fundación Telefónica, la adicción a la tecnología en España crece a un ritmo imparable. La investigación arroja que cerca de 25 mil españoles de entre 16 y 74 años se conectan a internet, 700.000 más que hace un año y de ellos, 6 de cada 10 participa en redes sociales. Pero el dato más sorprendente es que casi 19 millones de españoles viven conectados a internet y consultan el móvil unas 150 veces al día.
Igualmente, el informe asegura que el 81,7% de los encuestados no apaga su smartphone por la noche. Es decir, se trata en muchos casos, de una adicción enfermiza que cada vez nos aleja más del mundo real.
Con esto no estoy desprestigiando en absoluto las maravillas que nos ha ofrecido la tecnología recientemente y las evidentes facilidades que nos aporta el internet en nuestra rutina diaria.
Sin embargo, pienso que deben existir límites para todo. No encuentro normal que actualmente los niños no sepan divertirse sino tienen una tableta en sus manos. Desde mi perspectiva muy subjetiva, creo que puedo decir sin temor a equivocarme, que tuve una infancia muy feliz y divertida cuando no existía internet, no existían los teléfonos inteligentes y mucho menos los iPads. A la hora de comer, nos mirábamos a la cara, compartíamos anécdotas personales y nos integrábamos realmente como familia en la vida del otro.
Eso es algo que ya casi no sucede. Y no sucede precisamente porque la tecnología, así como ha ampliado la comunicación a través del internet, también ha colocado barreras en el contacto real y cotidiano de los seres humanos.
Si estando en la misma casa, alguien de tu familia prefiere enviarte un WhatsApp antes de salir de su habitación y decírtelo personalmente, entonces algo está pasando. Si en una reunión con amigos ninguno se mira a la cara, todos están absortos en sus mundos privados a través del móvil y no comparten ninguna anécdota, entonces algo está pasando. Pero peor aún, si tu hijo “el introvertido” está expuesto las 24 horas del día al iPad, cuando sea mayor no sabrá socializar, será un ser ermitaño, asocial y retraído.
Es importante concienciar sobre este asunto porque creo que “la tecnología y sus bondades” están convirtiéndonos en una sociedad cada vez más fría, más distante y más incomunicada.
Soraya Andreina Pérez