Lima, 27 jul (dpa) – Aislado en una lujosa casa de Lima y al parecer sin mayor peso político propio, el ex presidente Alberto Fujimori, figura emblemática del Perú de las últimas décadas, llegará mañana a los 80 años de una vida que dio un inesperado giro cuando ya pasaba del medio siglo.
Al menos es el cumpleaños oficial. En su registro civil hay una tachadura y sobre ella se ve el 28 de julio. Por aquel tiempo, 1938, era común que a los hijos de inmigrantes se les pusiera esa fecha, la del Día Patrio del Perú, como señal de nacionalismo.
Según pesquisas de prensa, bajo la tachadura dice 6 de agosto, pero nada lo confirma. Una investigación que apuntaba a que nació años antes en Japón se agotó por falta de pruebas. Para efectos prácticos, la celebración es mañana y lo demás es anécdota.
«Que la historia juzgue mis aciertos y mis errores», escribió esta semana Fujimori en una carta a periodistas. El mandatario, que insinúa sentirse cerca de la muerte, dice en la misiva que solo le resta tratar de unir a su familia, controlar la salud en lo posible y hacer un balance «sereno» de su vida.
Cuando en diciembre el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski le dio a Fujimori un indulto humanitario por su supuesta precaria salud, muchos creyeron que el viejo líder regresaría de lleno a la política. Pero no: apenas se ha dejado ver y sus comentarios públicos han sido aislados.
De hecho, en una indisimulada lucha interna, el ex gobernante de la mano dura fue incapaz de sostener un pulseo con su hija mayor, Keiko, la ahora sin dudas líder del sector que pese a las cargas se mantiene como la mayor fuerza del país.
Ni siquiera dio la lucha personalmente. Lo hizo a través de su hijo menor, Kenji, quien le conectó algunos buenos golpes a su hermana, pero después fue arrasado por ésta mediante una trampa con audios que lo hundió en el desprestigio, lo sacó del Congreso y lo puso cerca a una jubilación política con apenas 38 años.
Al anciano hijo de japoneses le queda la satisfacción de saber que su fuerte hija, con la que según testigos lleva una relación complicada, no habría llegado a ser lo que es sin el apellido y sin ser percibida como heredera del cuestionado pero, a la vez, admirado líder de derecha radical.
Hijo de un matrimonio japonés modesto que emigró al Perú en la década de 1930 en busca de mejor vida, Fujimori pasó 51 años en el anonimato, salvo por la rectoría de una universidad estatal y la conducción de un programa de televisión de baja sintonía sobre temas agrícolas.
Los astros se alinearon para que Fujimori, en una de las mayores sorpresas de la historia latinoamericana, se convirtiera en 1990 en el unico candidato capaz de ganarle la presidencia al célebre escritor Mario Vargas Llosa, que ofrecía acabar la crisis social y económica pero con un programa de derechas que generaba susto.
El profesor de toda una vida, que mezcla un profundo conocimiento de las matemáticas con una extraña afición por lo esotérico, fue elegido presidente sin casi saber para qué.
Fue entonces cuando alguien le presentó a un oscuro miembro de la comunidad de Inteligencia, que lo proveyó de un programa y de las ideas ultras con que gobernó de 1990 a 2000 en medio de desbordada corrupción y violaciones continuas a los derechos humanos y al orden constitucional: Vladimiro Montesinos. Todo incluyó un «autogolpe» de Estado en 1992.
Para millones de peruanos, Fujimori es un asesino y ladrón. Para otros varios millones, es el héroe que derrotó a los sanguinarios grupos armados ultraizquierdistas y que, mal que bien, enderezó una economía quebrada por el Gobierno populista de Alan García.
Tras una década de mantenerse en el poder mediante trampas bien documentadas por la Justicia y la historia, el «Chino» cayó y se refugió en el país de sus padres. Quiso hacer allí una carrera política, pero fracasó.
En 2005, en un error de cálculo que lo hizo creer que podía volver sin problemas, viajó a Chile para acercarse. Pero los procesos judiciales se le vinieron encima y en 2007 Santiago lo extraditó para que fuera condenado por siete distintas causas.
De la mayor condena, una de 25 años por 25 asesinatos y dos secuestros, pagó 10 años hasta que Kuczynski lo indultó. Todos los indicios apuntan a que fue un negocio político.
Deudos y grupos de derechos humanos luchan todavía para que el indulto se revierta y esa quizás sea una de las razones de su perfil bajo: no quiere molestar a las masas que se tomaron las calles contra su excarcelación.
Según médicos fujimoristas, el ex presidente llega a los 80 años con graves problemas cardíacos y gástricos y riesgo inminente de un cáncer mortal. Galenos independientes reducen todo a problemas de tensión arterial propios de la edad y al cuidado de diminutos bultos que le salen en la boca con potencial cancerígeno.
Mientras el Perú celebra su cumpleaños 197, Fujimori celebrará los 80. Kenji estará a su lado. Keiko quizás también para alguna foto. Unos lo mirarán como un asesino y ladrón, otros como héroe y mártir. El «Chino» dice que dejará que la historia lo juzgue.
Por Gonzalo Ruiz Tovar (dpa)