Saarbrücken, Alemania (dpa) – Abdul Saymoa tenía un problema con el queso cuando llegó a Alemania hace cuatro años: le resultaba imposible encontrar los tradicionales quesos que tanto le gustaban de su tierra natal, Siria.
«Quería a toda costa volver a comer esos deliciosos quesos», asegura Saymoa, de 26 años y cuyo viaje de huida de su país terminó en Illingen, en el suroeste de Alemania.
Saymoa decidió ponerse literalmente manos a la obra y comenzó a producir él mismo quesos tradicionales sirios. Primero en casa, para consumo propio y de familiares, para poco a poco terminar convirtiéndolo en un negocio.
«El pasado verano fundamos Cham Saar, la primera granja de quesos sirios en Alemania», dice orgulloso.
Y el negocio va viento en popa: la granja procesa 1.000 litros de leche al día para fabricar entre 180 y 200 kilos de quesos de distintos tipos. «Si fabricase 5.000 kilos de queso al día, los vendería», asegura Saymoa.
Sus principales clientes son comercios árabes, turcos y mayoristas de toda Alemania. Además, exporta a Holanda y Suecia. «Hay un comerciante mayorista en Hesse -estado en el centro de Alemania- que asegura que me compraría todo el queso que fuese capaz de fabricar».
Al éxito de Saymoa ha contribuido, y mucho, la familia Riehm, de la vecina población de Uchtelfangen, a unos tres kilómetros de Illingen. Cada dos o tres días el sirio se presentaba en la finca ganadera de los Riehm y compraba entre 30 y 40 litros de leche. La familia estaba perpleja: ¿Qué hacía con tanta leche?
Finalmente Saymoa terminó hablándoles de los quesos que fabricaba para deleite personal y de ahí surgió la idea de montar un negocio conjunto. «Me pareció un proyecto fascinante desde el principio», asegura Anna Riehm, que co-dirige la granja de quesos junto a su ahora socio Saymoa. «La idea en sí misma era magnífica porque no había nada parecido en aquel momento», recuerda.
Entre los quesos más populares que fabrica la granja Cham Saar se encuentra el chalali, un queso suave con aspecto de espagueti cuyo sabor recuerda a la mozzarella; sourki, cremoso y muy especiado; y baladia, un queso blando, mezcla de feta y halloumi que es presentado en forma de cubitos y puede hacerse a la parrilla o al horno.
«Es mi queso favorito», confiesa el joven sirio, que asegura comer más de un kilo de queso al día.
Saymoa huyó de Siria en 2014 con su mujer, sus dos hijos y su cuñada. Parte del viaje lo realizó por mar desde Egipto hasta Italia. «Pasamos 14 días en un barco», recuerda. Tras algunos trámites y vicisitudes llegaron a territorio alemán y finalmente a Illingen, cerca de la ciudad de Saarbruecken, al suroeste del país germano.
El idioma alemán fue el principal problema durante el primer año, dice. Pero terminó aprendiéndolo, y a ello contribuyó también la familia Riehm.
Llevar a la práctica la idea de fundar una granja de queso llevó a los socios un par de años. Entre otras cosas, Saymoa tuvo que aprobar un examen para obtener un certificado de competencia. «Fue realmente duro», dice.
Hoy en día, el negocio cuenta con tres empleados a tiempo completo.
Ninguno de los encargados de la granja de queso Cham Saar contaba con estudios o experiencia comercial: Abdul Saymoa tiene formación de electricista y Anna Riehm de asistente médico.
«Siempre hay algo nuevo que aprender», dice ésta última, señalando que «la fabricación del queso en sí misma no es un problema». Y añade que hay que presentar abundante documentación a la oficina de control veterinario, describir exactamente cada paso realizado en el proceso de producción, recopilar datos, realizar listas, etcétera.
Riehm y Saymoa han recibido apoyo de distintos grupos e instituciones estatales y locales, incluido Fitt, una incubadora de empresas de nueva creación en el estado del Sarre, que se centra en potenciales negocios fundados por extranjeros.
Ambos incluso tuvieron oportunidad de ser saludados por el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier en marzo del pasado año en una recepción junto con otras 30 compañías start-up en el Castillo Saareck. «Se dirigió a mí. Y enrojecí totalmente», recuerda Saymoa.
El Sarre es ahora su hogar, insiste el joven sirio. «Siempre que voy a Holanda o incluso al estado alemán de Hesse para distribuir queso estoy deseando regresar al Sarre cuanto antes», asegura.
Por Birgit Reichert (dpa)
Foto: Oliver Dietze/dpa