(dpa) – Varices, dolor de espalda, entumecimiento de las manos debido al frío. Siete años en la cadena de montaje de Tönnies, el mayor matadero de Alemania, han dejado su huella en el trabajador polaco Lukasz Kowalski (nombre ficticio).
«Las máquinas funcionan todo el tiempo, el ruido es ensordecedor y está muy frío», así describe este padre de familia de 37 años las condiciones de trabajo. Su jornada laboral comienza a las tres de la mañana.
Tras un brote de coronavirus con más de 2.000 personas infectadas, las instalaciones de la procesadora localizada en Rheda-Wiedenbrück, distrito de Gütersloh, en el estado federado de Renania del Norte-Westfalia, están ahora cerradas. Kowalski y su familia también se encuentran en cuarentena: tanto él como su esposa y su hija han dado positivo, las dos últimas con síntomas claros de la enfermedad.
Actualmente, todo el distrito de Gütersloh, con 370.000 habitantes, está cercado. El estado de Renania del Norte-Westfalia puso el freno de emergencia.
Kowalski está frustrado, desilusionado. Hace una semana informó al subcontratista con el que tiene un contrato temporal que su familia mostraba claros síntomas del covid-19. «Me respondió que si no tenía pruebas de que me había infectado con el virus, tenía que ir a trabajar», se queja el trabajador contratado de Polonia. Y fue a trabajar: «Pensé que, si no lo hacía, me despedirían». Fue en vano, ya que ese mismo día, Tönnies tuvo que detener la producción.
«Mi trabajo es duro», asevera Kowalski. «Trabajo de pie, siempre con un cuchillo, cortando trozos de carne». El polaco explica que trabaja hasta 200 horas al mes, con un sueldo máximo de 1500 euros neto.
«Aquí hay algo que no funciona», critica Hanna Helmsorig, trabajadora social de la asociación benéfica Cáritas en Alemania. «Los operarios suelen trabajar diez o doce horas diarias. Muchos necesitan adicionalmente los servicios de la oficina de empleo. Helmsorig, de habla polaca, asesora a muchos trabajadores contratados en el distrito de Gütersloh.
La asistente social explica que muchos trabajadores contratados le envían sus nóminas pidiéndole ayuda. Las condiciones de los contratos que han firmado son pésimas y poco transparentes: hay nóminas que suman 1191 euros neto por 200 horas, otras indican 1409 euros por 214 horas de trabajo. «Esta es una situación insostenible. El trato hacia los empleados es muy irrespetuoso. Algunos tienen que rogar para que les den vacaciones. A menudo no les pagan las horas extras. La limpieza del puesto de trabajo no cuenta como tiempo trabajado».
El escándalo del brote de coronavirus en Tönnies ha puesto de relieve las condiciones de trabajo y de vida de los empleados, muchos de los cuales proceden de Rumania, Polonia y Bulgaria. La riqueza de corporaciones como Tönnies se basa «en la máxima explotación», reclama Volker Brüggenjürgen, miembro de la junta de Cáritas en el distrito de Gütersloh.
«El sistema de contratos de trabajo sume a la gente en la miseria. Algunos no soportan trabajar en esas condiciones más de algunos meses, o pocos años. Por otro lado, siempre hay migrantes pobres del sudeste de Europa, personas sin educación que provienen de regiones donde no hay trabajo y que vienen a Alemania con la ilusión de mejorar sus vidas. Lamentablemente terminan siendo víctimas de la explotación».
Del salario mensual se deducen 320 euros por una cama —los trabajadores viven de a tres en una habitación minúscula— y 100 euros para el transporte a la fábrica: solo un ejemplo de lo que Konstantin Pramatarski, experto en salud pública de Cáritas, considera una estafa. «La gente a menudo no habla alemán, y por eso están a merced de las empresas».
El experto de Cáritas asesora principalmente a los trabajadores búlgaros, y ha sido testigo de muchos casos impactantes: «Un padre, que tuvo que ir al médico de urgencias con su hija porque ésta tenía dificultades para respirar, fue expulsado porque faltó un día al trabajo». Pramatarski recuerda también el caso de una familia de seis personas que tuvo que compartir una habitación y una cama durante meses. Y esto en la rica Alemania.
Pramatarski explica que en el sector cárnico son muy usuales las semanas de 60 horas, y por eso a los migrantes apenas les queda tiempo para aprender el idioma, hacer contactos o integrarse.
Brüggenjürgen acusa a Tönnies y demás empresas del sector de que lo único que les preocupa es hacer dinero con el sistema de trabajo por contrato. «Cuando descubren irregularidades, lo único que hacen es culpar a los subcontratistas y así lavarse las manos».
Kowalski explica que en el establecimiento apenas había medidas para protegerse contra el virus, y que a menudo trabajaban 30 personas en una nave sin mantener una distancia segura. «La mascarilla era obligatoria, pero en la cantina nadie la llevaba”, añade, y señala que la restricción de mantener una distancia segura en los puestos de trabajo llegó más tarde. «Era imposible con tanta gente.» El trabajador polaco lamenta: «Tenía miedo de infectarme en el trabajo y luego contagiar a mi familia. Pero también tenía miedo de perder mi trabajo.»
El cierre de las instalaciones y la cuarentena impuesta a los trabajadores han puesto a Tönnies bajo una gran presión. El Gobierno alemán ha decidido intervenir y está planeando una prohibición generalizada de los contratos de trabajo con terceros: a partir de 2021, el sacrificio de los animales y el procesamiento de la carne sólo se permitirá a los empleados de la empresa misma.
Tönnies ha anunciado que a finales de 2020 se suprimirán los contratos de trabajo vía intermediarios «en todas las áreas principales de la producción de carne» y que el personal sería contratado directamente por el grupo empresarial. Kowalski también espera un contrato fijo en Tönnies: «Me gustaría tener los mismos términos de trabajo y salario que los empleados alemanes».
Por Yuriko Wahl-Immel (dpa)