No, no se trata de meter el miedo en el cuerpo, sino de ir a los datos y análisis.
Cuando uno de los bancos más grandes de Estados Unidos quebró allí por 2008, nadie preveía que la economía mundial llegaría al punto que llegó un lustro más tarde. La crisis económica que han vivido los países desarrollados durante estos pasados 10 años solo es comparable a los que vinieron tras el crack del 29.
Pero los deberes no parece que se estén haciendo bien, cometiendo los mismos errores o incluso peores porque ahora sí se sabe la consecuencia de lo que se hace. Ahora es casi de juzgado de guardia que la economía se aventure al colapso que está por llegar por el miedo a unas políticas económicas menos populares pero que de verdad sanearían las arcas a nivel mundial.
Puede que pareciera inviable que se dejaran caer bancos de dimensiones colosales en la primera potencia mundial, pero Lehman Brothers mostró al mundo que las finanzas, en manos de kamikaces banqueros sin escrúpulos, son una bomba de relojería. Y que repercuten a quien menos culpa tiene o incluso a quienes no estaban implicados de forma vinculante con la entidad: el resto de ciudadanos a miles de kilómetros.
Ahora Estados Unidos tiene menos bancos que nunca, sí, pero cada vez más grandes y con productos que incluso son más peligrosos y de riesgo que los que se vendían (financieramente hablando) una década antes.
Pero ¿la culpa fue solo de los clientes ambiciosos y cegados por el beneficio y por los bancos y banqueros que los diseñaron y comercializaron? No, las Instituciones Públicas, allí y aquí en Europa, siguen muy de cerca e incluso monitorizan y auditan a las entidades.
Auditorías públicas o incluso de entidades de las denominadas independientes han venido a cerrar los ojos a los destrozos económicos que se están llevando a cabo desde los gobiernos centrales – España incluida-.
Las políticas de los Bancos Centrales para esconder la miseria a base de generar dinero nuevo sin más, sin un colchón que justifique las políticas expansivas basadas en confianza y no en una política económica austera, real y que sanee las cuentas. Con los parches, el roto sigue debajo, aunque se camufle.
Porque en el momento que vuelva a caer un gigante, que no tardará en caer aún a costa de parecer pájaro de mal agüero, la economía del ciudadano de a pie se resentirá nuevamente.
Con una diferencia. Ahora no hay remanente en los ahorros particulares. Las políticas de estos años no han ayudado al ciudadano a sanear sus cuentas o deudas porque los empleos, quien los haya encontrado, ni siquiera han permitido vivir con un mínimo de holgura. Y una nueva quiebra, a costa de los consumidores, aquí, en Francia, Alemania, Estados Unidos o incluso en los emergentes del Este, va a suponer un cataclismo en la macroeconomía sin precedentes.
El miedo es una herramienta poderosa, pero la barrera de la miseria aún lo es más. Y las deudas, particulares y gobiernos, han de saldarlas. Solo que no habrá cómo. Y mientras, a pagar la factura de la calefacción, que este año, entre las olas de frío y el incremento de la factura energética, apenas dejará margen.
Por Vicky Jimenez Gil