Viena, 21 sep (dpa) – Para Romy Schneider, el papel de la dulce y encantadora emperatriz Sissi fue una bendición y al mismo tiempo una maldición. Para la actriz, que el próximo domingo 23 de septiembre hubiese cumplido 80 años, fue el arranque de una gran carrera y el inicio de una lucha contra la imagen que proyectaba.
En las antípodas de ese trabajo, en el que interpretaba a una princesa bávara de 16 años que se casa con uno de los hombres más poderosos del mundo, figura «La passante du Sans-Souci», en la que da vida a una dama de compañía perseguida por los nazis.
La actriz murió poco después del estreno de esa película, que según el semanario «Der Spiegel», era la última muestra de ese «corazón roto» que, según los fans, fue lo que la llevó a la tumba, según señaló el semanario «Der Spiegel».
Diez meses después del accidente mortal de su hijo David, Romy Schneider fue hallada muerta en el escritorio de su casa en París el 29 de mayo de 1982. Tenía 43 años.
Nacida en Viena, criada en Alemania y francesa de adopción, tras su muerte los medios comenzaron a publicar sin freno libros y artículos en los que se decía todo lo que «hasta entonces por tacto o por temor a demandas se habían reservado: el consumo de pastillas y de alcohol, su bisexualidad, cómo se aprovecharon de ella los hombres», escribió su biógrafa Alice Schwarzer, quien describe a la que entonces la actriz alemana más famosa como «sensible», «seria» e «insegura».
Actriz dotada aunque no se había formado ello, Francia se convirtió en el lugar donde anhleba estar. «Me siento un cuarto austriaca y tres cuartos francesa», dijo en alguna ocasión. Su amor por la «Grande Nation» ya lo manifestó doblándose a ella misma en la exitosa saga de las películas «Sissi».
Con cifras de entre 20 y 25 millones de espectadores, la triología de «Sissi» es una de las producciones televisivas más exitosas en alemán. «Y también a nivel internacional rompió todos los records», dijo el experto en «Sissi», Herbert Gmoser. En las primeras tres semanas en París, más de 100.000 espectadores acudieron a los cines.
A fines de los años 50 en Alemania se vivió como un escándalo que que la mujer que ellos adoraban como la encarnación de la inocencia se marchase a París con el actor con fama de vividor como lo era Alain Delon. Años después, la feminista Alice Schwarzer contaría cómo durante una entrevista en 1976 la actriz le dijo: «Somos las dos mujeres alemanas más insultadas». Poco antes, Romy Schneider firmó junto con otras 374 mujeres el manifiesto «Hemos abortado», que fue publicado en la revista «Stern».
La relación con Delon, que en la actualidad tiene 82 años, fracasó en 1963. Muy afectada, Schneider relató que le dejó un ramo de rosas junto a un nota en la que ponía: ‘Me voy a México con Nathalie, que te vaya bien, Alain'». «Tras el amor con Alain, dijo, me sentía consumida, perdida, maltratada».
En los años 60 y 70 fue muy admirada en Francia, donde rodó en 1968 el aplaudido thriller «Swimmingpool» con su ex pareja Delon. En 1970 compartió cartel con Michel Piccoli en el drama «Les choses de la vie» y entre 1973 y 1975 protagonizó cinco películas. Por «L’important c’est d’aimer» y «Une histoire simple » recibió el Cesar, el premio del cine francés. En total rodó 59 películas.
En 1966 se casó con el director alemán Harry Meyen y regresó durante un tiempo a Alemania. Su hijo David nació y tras separarse de Meyen en 1976, dio el «sí» a su secretario privado Daniel Biasini.
Su adicción al alcohol y a los medicamentos aumentó de tal modo que a menudo se marchaba a la ciudad portuaria de Quiberon, en Francia, para someterse a curas de desintoxicación.
Aunque su ex marido Biasini la describe como una mujer corriente, muy pegada a su familia y al trabajo, la propia Schneider tenía una imagen más crítica de ella misma: «No me soporto ni yo misma, ni qué decir de los otros».
Romy Schneider era una mujer que le tenía pánico a la soledad y en apenas un momento catapultó su imagen de «femme fatale» cuando en 1974, durante un programa de televisión, acarició el brazo al banquero Burkhard Driest y le dijo: «Usted me gusta, me gusta mucho».
Por Matthias Röder (dpa)