Por Annabell Brockhues (dpa) – La noticia de un suicidio casi siempre provoca consternación. «Es igual que la noticia de un accidente o de un ataque al corazón. Es un caso de muerte súbita», afirma Hans Doll, quien dirige un centro de asesoramiento sobre el suicidio en la ciudad alemana de Múnich. Da igual si antes ya hubo otros intentos o síntomas de una grave depresión: nadie puede prever un suicidio.
Después del primer shock, los deudos muchas veces reaccionan con incredulidad: «No lo pueden entender y necesitan pruebas contundentes», dice Doll. Las circunstancias especiales de la muerte los inducen a buscar avisos: «Los familiares se plantean una cuestión de culpabilidad: ¿Hubo algo que yo no veía. Faltó algo que debí haber hecho?».
Muchas veces los deudos se culpan a sí mismos, afirma la pedagoga social Elisabeth Brockmann. O trasladan la culpa a colegas o terapeutas que mantenían un estrecho contacto con la persona fallecida. Y no en último lugar también le echan la culpa al propio muerto: ¿Por qué no pidió ayuda?
Aunque es difícil resolver la cuestión de culpabilidad, la pregunta de quién tenía la culpa es importante: «La culpa es útil en el proceso de superación del duelo», dice Brockmann. Quien reconoce ciertas relaciones de culpabilidad lo tiene más fácil para poner el suicidio en su sitio y asimilar la pérdida.
Sin embargo, la cuestión de la culpabilidad solo es una parte del proceso de asimilación de un suicidio. Otra parte mayor consiste en la rabia que los familiares o los amigos sienten con el fallecido, señala Doll. Rabia por el hecho de que el suicida no haya pensado en sus familiares. «Esta rabia hay que admitirla dentro del proceso de duelo», subraya Doll. Según Renata Bauer-Mehren, directora del Instituto para Pedagogía del Duelo en Múnich, los familiares muchas veces interpretan el suicidio como una agresión hacia ellos. Sin embargo, los familiares deberían aceptar que las personas con tendencias suicidas tienen visión del túnel: «No piensan en otra cosa que no sea el fin».
Doll divide el proceso de duelo después de un suicidio en dos fases: los familiares deben aceptar en primer lugar que nunca van a poder explicar totalmente las causas del suicidio. «Después puede pasar al primer plano el duelo por la pérdida». Estas fases no necesariamente tienen que desarrollarse una después de otra, sino que también pueden repetirse de forma cíclica.
Un primer paso en la dirección correcta es no perseverar en el esquema de causa y efecto: «No hay una sola causa sino varias. Muchas veces hay una historia de fracasos en la vida».
Los familiares intentan ocultar la causa de muerte ante otras personas. «Los familiares son recelosos porque temen que desde fuera les echen la culpa», dice Doll. Este experto recomienda admitir que se trató de un suicidio, porque negar la realidad es un obstáculo en el proceso de duelo.
Sin embargo, no solo a los familiares les resulta difícil manejar el suicidio. Las personas que no pertenecen al núcleo familiar tampoco saben cómo reaccionar. «Consolar es difícil. Es mejor aguantar el dolor junto con los familiares», explica Brockmann. Los amigos o conocidos pueden estar presentes y escuchar.
También es difícil exponer un caso de suicidio ante niños. Muchas veces no se les dice toda la verdad para protegerlos. Según Hans Doll, lo mejor es solo decirles a los niños lo que ellos quieren saber. «Ya no es posible evitarles la mala noticia porque ya pasó», señala Brockmann. Además, existe el peligro de que los niños se enteren del suicidio por otras personas.