(dpa) – Mamduh Jalil Abu Jasar hizo su primer viaje a través de la frontera en esta guerra a mediados de noviembre. Una granada había estallado cerca de la escuela donde él y su familia se habían refugiado, y sus graves heridas en la cabeza y el cerebro requerían tratamiento urgente. El hospital de Al Arish, en Egipto, está mejor equipado que los de la Franja de Gaza, donde las camas son cada vez más escasas y el número de víctimas aumenta. Fue uno de los pocos cientos de heridos a los que se permitió salir.
Mamduh Jalil Abu Jasar hizo dos semanas más tarde su segundo viaje a través de la frontera en esta guerra: de vuelta a Gaza, porque murió en Al Arish. Su hijo Hamada permanece bajo el arco del paso fronterizo de Rafah, junto a él la ambulancia amarillo neón con el cuerpo de su padre.
«Su voluntad era ser enterrado en Gaza», dice Hamada. «Porque nació allí, porque su familia está allí y porque estaba unido a su país».
Entre el puerto seguro y la zona de combate
Rafah simboliza muchas cosas en estas semanas de guerra entre Israel y el grupo islamista Hamás. El cuello de botella para los suministros de ayuda. Un lugar de esperanza para viajeros y rehenes. El vestíbulo del puerto seguro o la entrada a la zona de combate, según el bando en el que se esté.
En los históricos altibajos del conflicto de Cercano Oriente, Rafah también reflejaba la situación política del momento. En épocas mejores, personas y mercancías viajaban hacia y desde Gaza a través de la frontera, y otras veces no.
Desde que Hamás tomó el poder en la Franja en 2007 e Israel reforzó su bloqueo de la zona, la frontera ha estado casi tantos días abierta como cerrada.
Tras el inicio de la guerra el 7 de octubre, nada funcionó durante semanas; durante el alto el fuego, 200 camiones entraron en Gaza en un solo día.
Israel siempre ha justificado sus estrictos controles sobre importaciones y exportaciones con el objetivo de aislar a Hamás e impedir su fortalecimiento y el contrabando de armas.
Al mismo tiempo, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) concluyó antes de que comenzara la guerra que el bloqueo había socavado la economía de Gaza y hecho que el 80 por ciento de la población dependiera de la ayuda humanitaria. Por eso los camiones seguían rodando a través de Rafah: 500 al día antes del 7 de octubre.
Para Egipto, los camiones son una especie de prueba de varias toneladas de peso de que están al lado de sus «hermanos y hermanas» palestinos.
Cientos de camiones se alinean a lo largo de la autopista hacia Rafah. «Esto aún no es nada», dice Aiman Wallash, jefe de la oficina de prensa que ha invitado a los periodistas a la frontera.
No muy lejos, aviones de carga procedentes de Catar e Irak aterrizan en Al Arish, carretillas elevadoras hacen su ronda y alinean los palés con medicinas, arroz, kits de invierno, colchones.
«Están pasando por lo mismo (en Gaza) que nosotros: guerra, terror», dice un capitán de la Fuerzas Aérea iraquí cuyo avión está siendo descargado.
Entrada de ayuda, sí, salida de palestinos, no
Lo que Wallash no dice es que Egipto quiere que entre mucha ayuda, pero que salgan pocos palestinos de forma permanente. A diferencia de Jordania, Siria y Líbano, el país no ha creado ningún campo de refugiados para ellos.
Egipto tiene una crisis económica colosal, cientos de miles de refugiados de Siria y Sudán, y elecciones presidenciales el próximo fin de semana.
El actual presidente, Abdel Fattah al Sisi, quien se postula a la reelección, asegura que si grandes flujos de los 2,2 millones de personas que viven en la Franja entran por Rafah, la guerra podría trasladarse a su país.
Los palestinos que siguen queriendo salir de Gaza por Rafah tienen que esperar mucho tiempo, o pagar mucho dinero. Se dice que los precios han subido y ascienden hasta 4.500 dólares por persona por una salida garantizada a través del paso. Una familia de ocho miembros informó de que había tenido que pagar 21.000 dólares. Esto supone unas 15 veces los ingresos medios anuales de un hogar en Gaza.
Pescado fresco y piezas de automóvil
En Rafah -o mejor dicho por debajo de Rafah-, la gente tiene experiencia en conseguir ayuda a través de canales no oficiales. Después de 2007, Hamás empezó a excavar cientos de túneles desde Gaza a Egipto para burlar el bloqueo israelí.
Detergente, teléfonos móviles, pescado fresco, piezas de automóviles, un león para el zoo… prácticamente todo lo que no podía llegar a la Franja de Gaza a través del paso fronterizo se introducía de contrabando.
Se dice que, en su apogeo, el negocio de los túneles generaba 15.000 puestos de trabajo directos y proporcionaba a Hamás ingresos anuales millonarios.
Al Sisi puso fin a estas maniobras porque a través de los túneles también llegaron al parecer armas desde Gaza a extremistas en el norte de la península del Sinaí. Rafah fue declarada un problema de seguridad, destruida y los túneles, inundados.
Se desplazó a 2.000 familias y se establecieron y ampliaron zonas militares de seguridad. Hoy, el viaje a la frontera pasa por cada vez más puestos de control nuevos. Unos kilómetros antes de Rafah, los soldados permanecen preparados en una pista de arena junto a unos 50 tanques.
Un viento húmedo sopla en la explanada de la frontera. Para Amr Mohsen, la rutina diaria comienza a las 5 de la mañana, cuando él y sus compañeros esperan aquí con sus ambulancias amarillas para ver si pueden recoger a algunos heridos más.
Es el caso de una niña que ahora está en el hospital de Al Arish, con vendas blancas que le cubren la cabeza y la parte superior del cuerpo. Frente a su silla de ruedas, una enfermera agita un globo para animarla, pero no hay ninguna señal de que esté viva.
Por Johannes Sadek (dpa)