Nueva York (dpa) – Daniel Rudolf llega a la entrevista a las nueve y media de la noche. Ya lleva más de doce horas trabajando y, sin embargo, no hay detalle que escape a su atención: «Aquella alfombra tiene un pliegue que me molesta mucho».
Este alemán de 37 años oriundo de la ciudad de Worms, a orillas del río Rin, trabaja como mayordomo de los más ricos, y explica que para trabajar en este ámbito hay que tener un ojo avizor y prestar atención a los pequeños detalles.
Frente a él en la mesa están sus dos teléfonos móviles: uno es para el uso privado, por el otro sus empleadores pueden contactarlo las 24 horas del día.
Daniel comenzó su carrera profesional como cocinero. «Mi madre cocinaba muy bien, pero no me permitía mucho que la ayudase». Después de pasar por varias cocinas, Rudolf completó un aprendizaje en un restaurante de Worms.
«Recuerdo que hacía platos de la cocina alemana, como ‘schnitzel’, el típico escalope de cerdo empanado. Estaba convencido de que sabía cocinar, pero después de haber trabajado en restaurantes con estrellas Michelin, ahora sé que en aquel entonces aún tenía mucho que aprender».
Después de su formación, Rudolf comenzó a viajar y ver mundo: cocinando en un crucero, en Londres, en Ibiza y en St. Moritz —hasta que finalmente, por mediación de un amigo, lo contrató una princesa como chef de cocina privado—.
Hijo de una farmacéutica y un mecánico de automóviles, Daniel Rudolf tenía en ese entonces apenas unos 20 años, y de repente se encontró en el mundo de una princesa rica y de más edad.
«Era un ambiente completamente diferente en términos de modales. Fue difícil, pero aprendí muchísimo sobre normas de comportamiento y cómo anticiparse a los deseos y necesidades de los empleadores. Cómo abrir un coche para una dama, en qué posición te paras y extiendes la mano, o cómo subir y bajar las escaleras con una dama, siempre delante de ella para el caso de que tropiece».
Muy rápidamente, las tareas de Rudolf comenzaron a trascender el ámbito de la cocina: «La gente para la que trabajaba se daba cuenta de que era muy flexible y me interesaban otras cosas». Tras un curso de formación en el Instituto Británico de Mayordomos de Londres, Rudolf es recomendado de una familia rica a otra.
Rudolf no da nombres: después de todo, la discreción es lo más importante en su negocio, tanto como la flexibilidad y planificar por adelantado. «Y lo más importante: sonreír todo el tiempo. La gente no quiere levantarse por la mañana y ver rostros malhumorados. Ya tengo arrugas en la cara de tanto sonreír, pero eso es parte del trabajo».
Con y para sus empleadores, Rudolf viajó a más de 40 países —desde Estados Unidos y Europa hasta Oriente Medio y el Caribe— para ocuparse de sus coches de lujo, aviones privados, yates y propiedades.
En 2015 fue contratado en Nueva York por una familia suizo-británica con tres niños pequeños, siempre por periodos de cuatro meses seguidos —siete días a la semana, 14 horas al día—, con dos meses de vacaciones en medio.
Rudolf, que se describe a sí mismo como «mayordomo moderno» y «niñera para adultos», organiza la vida de sus empleadores y cumple todos sus deseos: contratación y formación de personal, control del orden y la calidad del vestuario, actividades infantiles, compra de alimentos, ropa, coches, artículos para el hogar y regalos, la bodega, organización de fiestas, servicios de chofer y mucho más.
Si es necesario, Rudolf cocina o cuida de los niños él mismo. Por la mañana los lleva a la escuela y al jardín de infancia, y luego se ocupa de la casa.
«Reviso los armarios y controlo la limpieza. Cada armario tiene sus propias perchas. ¿Están todos los trajes en su sitio, está todo ordenado por color? ¿Está todo bien lavado? ¿Están bien doblados los calcetines? Conozco cada pieza de ropa interior».
A lo largo de su vida profesional, Rudolf ha recopilado miles de documentos informáticos con todos los detalles de las preferencias de sus jefes: qué es lo que más les gusta comer en su jet privado, dónde les gusta ir de compras en Suiza, qué almohada llevar en las vacaciones.
«Mis dos jefes actuales son muy diferentes entre sí: a ella le gusta ver a la gente trabajando, así que procuro que me vea pasar por su lado a menudo. Con él tengo que hacer como si fuera invisible».
Al mismo tiempo, Rudolf tiene que prestar atención a las conversaciones, ya que, si escucha a su jefe decirle a un amigo por teléfono que deberían volver a reunirse para cenar, su labor como mayordomo es, como precaución, reservar inmediatamente una mesa en uno de los restaurantes favoritos de su empleador.
Con caros presentes para los propietarios y abundantes propinas para los camareros, Rudolf se asegura de que los exclusivos establecimientos tengan siempre una mesa libre para ellos.
Un agente inmobiliario de lujo que conoce bien el sector considera que Rudolf es uno de los mejores mayordomos en el ámbito. Rudolf, por su parte, sabe que después de 15 años de estar haciendo este trabajo, ha llego el momento de retirarse.
«Nueva York es demasiado para mí. Aquí nunca se está tranquilo, siempre hay alguien que quiere salir a cenar o tiene una cita. Y todo el tiempo llegan visitas».
Además, el trabajo apenas permite una vida privada: «No tengo una máquina de café propia, ni fotos para decorar mis paredes». Rudolf ve a sus padres como mucho dos veces al año. Cuando está con ellos en Worms, pasa la noche en su antiguo cuarto de niños.
Este año, Daniel Rudolf quiere abrir su propia agencia de mayordomos en Mallorca. Ya ha comprado un apartamento y su plan es retirarse gradualmente del mundo de los superricos.
El mayordomo de Worms comenta que nunca sintió el deseo de cambiar su vida por la de sus jefes. En su opinión, cuanto más dinero se tiene, más grandes son las preocupaciones.
«En el pasado, por supuesto, me fascinaba este mundo. Pero ahora prefiero ir sentado en la clase económica de un vuelo regular, con menos espacio para las piernas, que en un jet privado».
Por Christina Horsten (dpa)