Tacloban (Filipinas), 17 nov (dpa) – «La carne es fresca», grita John Paul Alvarez a la multitud mientras corta trozos de cerdo sobre un cajón de madera.
Normalmente, Alvarez vende frutas en el mercado de la ciudad filipina de Tacloban. Pero después del tifón «Haiyan» ya nada parece ser «normal». Ahora, el padre de dos niños debió carnear a su chancho. «No le puedo comprar alimento» para animales, dice mientras guarda las porciones en bolsas de plástico.
«Tengo que ganar dinero para poder comprar arroz y otros alimentos para mis hijos», explica.
A su paso, «Haiyan» destruyó casi todo lo que había en la ciudad de 200.000 habitantes. Los que lograron sobrevivir al tifón y las inundaciones deben ahora batallar contra el hambre, las enfermedades y las pérdidas.
Una semana después de la catástrofe, los comerciantes intentan reanudar su trabajo como pueden, en medio de los escombros.
«¡Mira qué barato!», señala sorprendido un joven a otro, al ver que la crema blanqueadora está a mitad de precio. Y luego, en el puesto, incluso piden otra rebaja.
Las tiendas más grandes, bancos o restaurantes aún permanecen cerrados en Tacloban. Sólo dos hoteles volvieron a abrir, sin agua corriente ni electricidad. En uno de ellos, los huéspedes sacan ellos mismos el agua de un pozo.
Sólo una gasolinera volvió a restablecer el servicio y las filas de motos, rikshas motorizadas y gente con bidones es interminable. Sólo se puede comprar por un máximo de 500 pesos (8,50 euros) o nueve litros de gasolina.
Pero a pesar de la gran demanda los precios se mantienen después del tifón. «Es nuestra contribución para que los negocios en la ciudad puedan reactivarse», señala el dueño de la gasolinera, que no quiere dar su nombre.
Alice Yarzo vende jabones, calzados para niños, vinagre, salsa de soja, leche en polvo y otros alimentos a mitad de precio. La mayoría de los productos están dañados por el agua. La mujer tiene nueve hijos. El menor, de seis meses, está sentado en su falda y no lleva más que una camiseta sucia. Otros dos, están junto a ella jugando semidesnudos.
«Aún no supe nada de mi marido», dice. El tifón lo tomó por sorpresa en la ciudad costera de Guiuan. «Tengo que tomar valor por mis hijos, que aún son muy pequeños», agrega.
Inmediatamente después de las riadas, los damnificados han juntado sus artículos para tratar de venderlos y reunir algo de dinero.
«No puedo confiar en la ayuda. Necesito encontrar un trabajo estable», señala la mujer de 40 años. Sin embargo, aún tiene la esperanza de que su marido haya sobrevivido ya que no quiere pensar en educar a sus hijos sola. «Pero no puedo confiar en la esperanza. Tengo que trabajar», asegura.
También Alvarez, el ex verdulero, vende todo lo que puede. Él tampoco puede esperar a que llegue la ayuda del gobierno o de las organizaciones.
«No es sencillo obtener ayuda alimentaria y es por eso que tenemos que ver cómo mantenemos vivas a nuestras familias. Y si llega la ayuda, gracias. Y si no, hay que hacerlo con lo que tenemos y luchar por la supervivencia», afirma el comerciante de 28 años, que este domingo tiene previsto matar dos gallinas para venderlas.
Alvarez no aumentó el precio de la carne de cerdo. Nadie podría haber pagado más. Al mediodía ya había vendido la mitad de su cerdo de 20 kilos.
«En realidad debía ser para nuestra fiesta de Navidad», agrega Alvarez. «Lo estaba guardando para un día especial».