Komodo (Indonesia) (dpa) – Los turistas se acercan cada vez más, pero el dragón mantiene la calma. Está recostado a la sombra, perezoso y apático. Parece una criatura de tiempos pasados, con casi tres metros de largo y seguramente más de 50 kilos de peso.
Cuando se cansa de las cámaras de los teléfonos móviles, sacude la cola. Rápidamente los turistas vuelven a guardar distancia. No vale la pena arriesgar tanto por una selfie con el dragón.
Así ocurre siempre con los alrededor de 1.300 dragones o varanos de Komodo (nombre científico: varanus komodoensis) que aún viven en la pequeña isla indonesia de Komodo.
Estos lagartos, los más grandes del mundo, no sólo atacan a otros animales y a veces a las personas, sino que incluso pueden llegar a comerse unos a otros. Por el momento, sin embargo, son las criaturas más pacíficas del lugar.
Sin embargo, el Parque Nacional de Komodo, al que pertenecen varias otras islas, está sumido actualmente en una cierta conmoción.
Hace poco hubo una resolución del Gobierno provincial según la cual Komodo iba a cerrar el 1 de enero por al menos un año. La decisión se basaba en la necesidad de que estos animales amenazados de extinción se recuperaran. Pero tras largas idas y vueltas con el Gobierno central en Yakarta la resolución se anuló.
Visitar el «hogar de los últimos dragones del mundo», de todas maneras, ahora costará bastante más. El gobernador Viktor Bungtilu Laiskodat habló de una «tasa anual» de 900 euros (casi mil dólares), también para la gran mayoría de los visitantes que quieren ver a los dragones una sola vez.
Actualmente la entrada cuesta entre 5,50 y 18 euros, según si el visitante es indonesio o extranjero. A ello se suma el precio del viaje por mar hasta el lugar. Incluso con una lancha se tarda al menos una hora.
A pesar de la distancia, la isla es considerada un terrible ejemplo de «overtourism» (algo así como «sobreturismo»), la plaga que genera que ciertos lugares únicos no den abasto con la avalancha de visitantes de todo el mundo en tiempos de Facebook e Instagram.
En el Sudeste asiático hay varios lugares que antes eran casi un secreto y que ahora conoce todo el mundo.
La isla filipina de Boracay, considerada la más hermosa del mundo, tuvo que ser cerrada durante medio año porque se estaba destruyendo.
La Maya Bay en Tailandia, la icónica playa donde se rodó la película de Hollywood «The Beach» con Leonardo DiCaprio, está cerrada desde hace 16 meses. Nadie sabe cuánto se extenderá este periodo de recuperación.
Últimamente incluso hay cruceros que atracan en Komodo. «Eso supone 800 personas de una vez en la isla. Es imposible controlar a tantos», dice el jefe de guardaparques, Johannes Rawi.
Sumando a todos, por año llegan unos 175.000 visitantes, que son guiados por los empleados del parque hasta los dragones.
Casi nadie se queda por la noche. Salvo algunos hospedajes, no hay casi posibilidad de pernoctar. Los turistas pueden aprovisionarse en un único lugar, el café «Oasis».
Una y otra vez surgen especulaciones respecto de la construcción de un complejo turístico de lujo. Lo que eso puede generar se puede ver en Labuan Bajo, el centro turístico de la vecina isla de Flores.
La ciudad se desarrolló con mochileros. Pero este mes abre sus puertas un hotel cinco estrellas. En el mismo complejo habrá ahora café americano y fast food.
La alemana Anke Winkler tiene desde hace muchos años una escuela de buceo junto con su marido. «La ciudad cambió mucho. Ahora vienen turistas con dinero», dice la mujer de 52 años. «Y lógicamente la naturaleza sufre cuando llega más gente».
El debate sobre el posible cierre del parque la pone nerviosa. «Típico de la política: una vez así y otra asá. Nadie sabe lo que pasará».
Sin embargo, por ahora, todo parece indicar que el 1 de enero no cambiará nada en Komodo. Para los locales esa parece ser la mejor opción. En la isla viven unas 1.700 personas. Antes todos en el pueblo vivían de la pesca. Hoy, del turismo.
En un mercado se venden dragones tallados en madera y camisetas. Allí están todos contentos con el hecho de que la isla permanezca abierta.
Pero a los vendedores de souvenirs los planes de convertirla en un lugar exclusivo no les parecen bien. «Entonces no vendrá nadie», comenta Werli Suwandi, un artesano de 20 años. «Una persona no pude comprar tantos dragones de madera como para que a mí me salga a cuenta».
Las autoridades no han vuelto a emitir una comunicación oficial. Se habla de que en el futuro podrían llegar hasta Komodo un máximo de 5.000 «turistas premium» al mes.
Los que no sean «premium» sólo podrán ir a la vecina isla de Rinca. Allí también hay varanos -más de mil ejemplares- y también causan miedo. Pero son un poco más pequeños que los de Komodo.
Por Christoph Sator (dpa)