(dpa) – Ni rayos de sol, ni auroras boreales norte, ni estrellas en el cielo. Un intempestivo mar de oscuridad es lo que se vivió el 22 de enero de 1973, un negro domingo de invierno, en la isla islandesa de Heimaey.
Aquella mañana ráfagas de vientos huracanados habían azotado el mar con olas de más de un metro de altura. Los barcos de los pescadores se quedaron amarrados en el puerto, lo que salvó a los cerca de 5.300 habitantes de esta isla en el archipiélago de Vestmannaeyjar. Nadie murió.
Un lunes negro
«De repente, sobre las dos y media de la mañana el fuego y los relámpagos iluminaron la oscuridad. Un rugido ensordecedor me había despertado. ‘Es la Tercera Guerra Mundial’ fue lo primero que pensé presa del pánico», recuerda Kristín Jóhannsdóttir, que entonces tenía 13 años. «Entonces la lava roja brillante brotó de una fisura brillante». El volcán Helgafell había entrado en erupción.
Todos recogieron rápidamente lo imprescindible y se apresuraron al barco para navegar hacia el continente. Si los pescadores hubieran estado esa noche en el mar, habría sido una catástrofe.
Durante meses no dejaron de caer restos incandescentes de lava en la isla sepultando cientos de casas y elevando el cráter de 220 metros de altura del volcán Eldfell. La erupción no se ha olvidado y en los anales de la isla se recuerda como el «lunes negro».
Con el ferry a Heimaey
Más de 47 años después, a unos 40 kilómetros del aeropuerto de Keflavik, junto a la capital islandesa de Reikiavik, se encuentra el puerto de transbordadores de Landeyjahöfn. Allí puede uno embarcarse en el ferry un tanto oxidado de «Herjólfur» que se dirige a Heimaey.
En el horizonte se puede ver una cadena gris y ondulante de rocas: es el archipiélago de las islas de Vestmannaeyjar, donde se encuentra Heimaey. Se trata de 14 islotes sobre un zona volcánica submarina. Un trozo de tierra impredecible.
Los visitantes sacan sus cámaras de los teléfonos móviles cuando el «Herjólfur» pasa por los acantilados de las islas exteriores. Y en algunas rocas situadas en lo alto se pueden ver ovejas pastando. De esas rocas cuelgan cuerdas de un metro de largo que cimbran con el viento y que permiten que en primavera los pastores más osados suban a los acantilados.
El poder de la lava
A lo lejos, se puede ver la angulosa silueta Surtsey, el último milagro insular nacido en 1963 como resultado de una erupción volcánica subterránea. De la lava surgió una masa de terreno que se convirtió en la segunda isla más grande del archipiélago Vestmannaeyjar. Los turistas no pueden entrar en ella.
Finalmente aparecen las primeras casas coloridas de Heimaey. Se muestran todas concentradas en el puerto, que está flanqueado por un muro de lava oscura de 20 metros de altura.
La oscura pared protectora marca el lugar en donde la ola de lava candente se detuvo en esta isla con una superficie de unos 13,5 kilómetros cuadrados. El consuelo tras todo lo sucedido es que al final el puerto ha quedado bien resguardado, bien protegido incluso ante un fuerte oleaje.
Durante la visita a la isla en primavera el día amanece claro y sin nubes. Se puede sentir una fresca brisa marina y los siete grados de temperatura incitan a moverse para entrar en calor.
Paseando entre lechos de lupinos púrpuras y brillantes dientes de león, la ruta hasta el cráter del volcán Edlfell discurre por cálidos campos de cenizas. La montaña de fuego surgida de la erupción dibuja una imagen de una belleza sencilla en el horizonte, que a lo lejos es la línea divisoria entre el azul del cielo y el gris del mar.
Anhelo de las islas
«Entonces sentíamos vergüenza, nos sentíamos como parásitos por ir durante meses a la escuela en el continente», relata Kristín Jóhannsdóttir. Las fotos de la operación de rescate están colgadas en su museo del volcán en Eldheimar. «Las familias querían volver a Heimaey, pero su casa había quedado sepultada por las cenizas».
Hace más de diez años, la directora del museo creó su «Pompeya del Norte» al pie del cráter, expuso parte de las casas enterradas y construyó la casa museo en la zona.
En un vídeo, la esposa de un capitán recuerda: «Estaba lavando la ropa tarde en la noche cuando de repente surgió gran columna de fuego y una grieta atravesó la tierra».
El abismo de casi 1.700 metros de largo expulsó cenizas a hasta 200 metros de altura. Durante semanas, un muro de lava avanzó de forma inexorablemente amenazadora hacia el puerto.
Por su idea de detener las brasas destructivas con agua de mar, los isleños se ganaron muchas burlas de los políticos europeos. Sólo los americanos ayudaron, enviando bombas de alto rendimiento. La enorme lengua de lava candente se detuvo antes de que cerrara la entrada del puerto.
Los frailecillos y la luz eterna
Pero basta de cenizas y devastación. Yendo hacia el sur de la isla se puede ver la colonia de frailecillos que se mueven por verdes y musgosos pastizales. Al fondo el interminable océano Atlántico bordea la carretera.
En la península de Stórhöfdi un pequeño faro marca el que quizás sea el punto más tormentoso de Europa. Aquí se miden vientos de más de 150 kilómetros por hora. Entonces aparecen los animados frailecillos. Cientos de ellos pueblan los acantilados tan distintivos de Heimaey.
El sol va bajando poco a poco en el horizonte, pero no se llega a poner nunca del todo en los primeros días de verano. Alrededor de la medianoche los jóvenes se sientan fuera con esa luz crepuscular. Mientras, en el horizonte se eleva el cono del cráter Eldfell.
El poder desde el interior de la Tierra
Más de 150 volcanes activos caracterizan Islandia. La historia de la isla es también la historia de sus erupciones. Algunos se hacen famosos, como Eyjafjallajökull, cuya erupción paralizó el tráfico aéreo europeo hace diez años.
Otros permanecen agazapados durante mucho tiempo bajo glaciares de un metro de espesor hasta que de repente sus brasas consiguen atravesar las grietas heladas.
El museo del volcán LAVA Centre, en la costa sur de Islandia, está en el camino de regreso a Reykjavik. Una dramatización animada lleva al visitante al corazón de la erupción.
El temblor de la tierra, el estruendo de la erupción, el retumbo y el estrépito martillean los oídos, mientras luces al rojo vivo se mueven en una negra oscuridad imitando las erupciones volcánicas.
Se muestran los cinco mayores volcanes del país, incluyendo el Helgafell. Accionando un pedal el visitante puede desencadenar una erupción. Lava roja brillante, polvo y cenizas caen en una oscuridad apocalíptica. Un espectáculo estremecedor. La visita a la isla de Heimaey hace más humana toda esta furia de la naturaleza.
Información sobre las islas Vestmannaeyjar
Para llegar a estas islas hay que tomar un vuelo hasta la capital islandesa de Reikiavik y desde allí desplazarse hasta el puerto de Landeyjahöfn para continuar hasta la isla de Heimaey con el ferry.
Información: www.visitwestmanislands.com
Por Gabriele Derouiche (dpa)