Madrid, 17 mar (dpa) – La vida de Mame Mbaye, el joven senegalés que murió de un infarto el jueves en el centro de Madrid, se parecía a la de muchos de sus compatriotas: entró en España de manera irregular hace más de una década y, tras años sin lograr legalizar su situación, trabajaba ilegalmente en la calle como vendedor ambulante.
Su muerte fue la mecha que prendió la ira en el barrio multicultural por excelencia de Madrid, Lavapiés, donde el jueves se produjeron graves disturbios. Sus compatriotas aseguran que falleció tras una persecución policial mientras el Ayuntamiento descarta esa versión.
Al margen de las causas, el suceso ha puesto el foco en los migrantes africanos que a diario despliegan sus mantas en decenas de ciudades españolas para intentar vender a transeúntes y turistas productos falsificados: bolsos, gafas, zapatillas o camisetas del Real Madrid.
Son los llamados «manteros». Y es habitual verlos correr por las calles con su mercancía al hombro cuando la Policía aparece.
Mbaye era uno de ellos. En los más de diez años que vivió en España, no logró un permiso de residencia, por lo que se veía obligado a trabajar en el «top manta». Su caso no es el único, por eso desde colectivos en defensa de los derechos humanos reclaman una solución.
«Es como el perro que se muerde la cola. Si no tienes papeles, no puedes trabajar, y si no trabajas, no puedes conseguir papeles», destaca en entrevista con dpa Ass Ndir, secretario general de la Asociación de Inmigrantes Senegaleses en España (AISE).
«Habría que cambiar las leyes. Si uno llega aquí para trabajar y se le niega la oportunidad, se le motiva a meterse en otras cosas», añade el activista, quien no puede ocultar el dolor que le provoca la muerte de su paisano, que procedía de su pueblo natal.
«Como cualquier otro inmigrante, Mame quería salir de su país para intentar mejorar sus condiciones de vida. Era un luchador», revela. «Sus padres murieron y no pudo ir a despedirlos a Senegal porque al no tener papeles no podía salir de España. Eso duele. Hay animales que tienen más facilidades que nosotros», añade con amargura.
Dos días después de la muerte de Mame Mbaye, apenas hay «manteros» trabajando en el centro de Madrid. Muchos de ellos están reunidos en la mítica plaza Nelson Mandela, en el corazón de Lavapiés, donde debaten qué medidas tomar ante el fallecimiento de su compatriota mientras el barrio recupera poco a poco la normalidad tras los disturbios del jueves, que se saldaron con seis detenidos.
En las sillas que volaron por los aires en enfrentamientos con la Policía, hoy se sientan varias parejas de jóvenes de aspecto moderno a las puertas del bar Baobab, situado en la plaza que lleva el nombre del activista sudafricano. Las persianas de comercios y restaurantes vuelven a estar levantadas tras 48 horas de tensión.
Bajo algunos nubarrones que amenazan lluvia, un grupo de turistas pasa en bicicleta y observa con curiosidad a los hombres africanos que debaten en plena calle.
«Robar y vender droga es muy malo. Por eso la gente que no tiene papeles prefiere vender en el ‘top manta’, no hacen daño a nadie», destaca a dpa uno de los veteranos del grupo, Talla Diene, quien lleva 32 años en España y también trabajó como «mantero».
«La manta es mi pan», asegura tajante a dpa Talla Ndiye, un joven senegalés de 30 años que cada día exhibe su mercancía en los alrededores de la Puerta del Sol, centro comercial de Madrid.
«Lo hacemos porque no tenemos otra opción. Y sacamos muy poco dinero. Algunas veces no vendo nada. Otros días saco dos, tres o cuatro euros. No hay dinero ni para mandar a la familia en Senegal», añade con tristeza.
Muchos de los manteros que trabajan en el centro de Madrid viven en Lavapiés, barrio castizo situado a diez minutos de la Puerta del Sol que en las últimas décadas ha acogido a ciudadanos de numerosas nacionalidades que conviven con los vecinos «de toda la vida».
En sus estrechas y empinadas calles, repletas de restaurantes indios, teterías árabes, bazares africanos y tiendas chinas, han proliferado también recientemente teatros independientes, galerías de arte, supermercados y bares de copas de aspecto «vintage».
Con la llegada de turistas y jóvenes con mayor poder adquisitivo, el precio del alquiler se ha disparado. Y algunos migrantes, que habían hecho de este pintoresco barrio una especie de «pequeña patria», se están viendo obligados a mudarse a otras zonas más baratas.
«Yo he llegado a vivir con siete u ocho personas en un piso. Pero ahora los propietarios ya no quieren alquilárnoslos porque sacan más dinero con los turistas», asegura Ndiye.
Este joven llegó a España por mar en patera, como se llama a las embarcaciones rudimentarias utilizadas por los migrantes subsaharianos para alcanzar las costas europeas. Poco después fue deportado a Senegal. Y volvió a intentar el sueño europeo recorriendo varios países hasta arribar de nuevo hace cuatro años a Madrid, donde, insiste, se ve obligado a trabajar en el «top manta».
«Con la Policía tenemos muchos problemas», dice a dpa. «Hay policías buenos y malos. Los buenos hacen su trabajo y ya está, pero los malos nos persiguen corriendo hasta aquí, nos quieren hacer daño», asegura.
Desde AISE denuncian redadas, acoso y «casos de violencia de la Policía sobre inmigrantes» en Madrid. «Algunos agentes pasan el día buscando inmigrantes de raza negra, buscando un perfil de un país concreto», asegura a dpa su secretario general.
Desde la organización SOS Racismo denunciaron esta semana la existencia de un «racismo institucional» en España a tenor de la normativa en materia de extranjería así como la «persecución, criminalización y estigmatización» que suponen las «redadas racistas y paradas por perfil étnico ejercidas por las autoridades».
«Denunciamos la pasividad de los poderes políticos en cuanto al otorgamiento a las personas migrantes de unos derechos y libertades que se ajusten a los derechos humanos», destacaron en un comunicado.
Por Ana Lázaro Verde (dpa)