NQILENI, Sudáfrica (dpa) – Verdes, jugosamente verdes son los cerros que tierra adentro llegan hasta el horizonte y hacia el mar se hunden abruptamente en el profundo azul del océano Índico. La espuma blanca de las olas en la Wild Coast sudafricana, el litoral entre East London y Durban, que por una buena razón significa «costa salvaje», no se ve hasta poco antes de la playa. Sin embargo, antes de llegar allí hay al menos un valle escondido, una pendiente empinada y una subida que te hace sudar. Si usted quiere caminar aquí, necesita una buena condición física y no siempre puede avanzar sin mojarse los pies.
Innumerables ríos pequeños excavaron profundamente las rocas escabrosas en su camino hacia el océano. En las orillas hay bosques selváticos casi impenetrables. Sólo algunos senderos angostos pasan por entre la maleza, donde los curanderos autóctonos siguen recogiendo los ingredientes para sus tinturas. Grandes vacas de color marrón observan desde las cuestas el movimiento que hay abajo. Tranquilamente, como a cámara lenta, arrancan la hierba hirsuta.
Detrás de las cercas de las granjas, construcciones inclinadas hechas de palos y alambres, el camino tiene otras vez muchas bajadas empinadas. «Sólo cuando has subido un cerro alto, puedes ver que hay que escalar otros muchos cerros», dijo alguna vez Nelson Mandela. El héroe de la lucha contra el «apartheid» tiene sus raíces en esta región. El pueblo donde nació, Qunu, está situado a sólo 90 kilómetros tierra adentro de Nqileni, el punto de partida de nuestra caminata, en la desembocadura del río Bulungula.
También David Martin nació en esta región, detrás del oleaje atronador de la Wild Coast. Desde lejos, su casa no se distingue mucho de las de sus vecinos. Junto a su pequeño campo cercado hay una cabaña redonda de adobe. Sólo las células solares en el techo crean una impresión inusual, aunque ya no son tan raras en la Sudáfrica rural del siglo XXI. Desde el punto de vista cultural, la notable falta de gallinas, cabras y vacas sería lo más llamativo. Sin embargo, Martin se distingue por otra cosa. En muchas leguas a la redonda, este hombre, nacido en Ciudad del Cabo, es el único blanco.
Martin encontró su nueva patria durante una caminata que hizo hace 11 años a lo largo de la Wild Coast. Esto suena como algo menos planeado de lo que en realidad fue el caso. Este hombre, de 38 años, no es un hippie que vagabundea y simplemente se queda cierto tiempo en algún lugar. Martin estudió administración de empresas. Sobre la cama en el dormitorio de la pequeña cabaña está su laptop y junto a él un archivador. Como experto en tecnología de información en Londres ganó suficiente dinero para «construir sencillamente» su idea. El plan, que ya se concretó hace tiempo, se llama «Bulungula Lodge», un hostal sencillo que no sólo ayuda a la comunidad local empobrecida, sino que también pertenece a ella.
«Para mí, este es el único lugar en Sudáfrica que es igual que el resto de África», dice Martin. Lo que estaba buscando hace 11 años era un «acuerdo de brandy». Este término alude a una práctica comercial de muchos sudafricanos blancos, que continuó hasta entrada la década de los 90 y que consistía en el trueque con jefes locales de bebidas de alta graduación por tierras para la construcción de sus chalets ilegales para las vacaciones.
Cuando Martin llegó a Nqileni en 2002, descubrió un mundo que en realidad era inimaginable en un país emergente industrializado como Sudáfrica en este milenio. «Nadie aquí no había visto nunca antes electricidad, televisión, radio o un teléfono móvil. La gente no sabía cómo se maneja una llave del agua», recuerda.
El trayecto de un día desde el «Bulungula Lodge» hasta el siguiente hostal para mochileros está lleno de vistas que una y otra vez llevan a uno a tomar en la mano la cámara fotográfica. De forma espectacular, el acantilado rocoso escarpado cae aquí al mar, para ser sustituido un par de kilómetros más adelante por playas anchas. Por ninguna parte se ven pisadas en la arena. Detrás del oleaje emergen a intervalos regulares las aletas dorsales de balénidos.
Incluso cuando se llega al campamento nocturno «Wild Lubanzi», se puede oír muy bien el estruendo del oleaje detrás de las paredes de chapa ondulada. Con sus perros, gatos, ocas y gallinas, el hostal, construido por una joven pareja formada por una suiza que viste unos vaqueros desgastados y un sudafricano con una barba de seis días, da la impresión de ser una mezcla entre una granja y un alojamiento para mochileros de los años 80.
Quien camine desde el «Wild Lubanzi» en dirección noreste, pasando por el Hole in the Wall, una puerta rocosa natural en el océano, se vuelve a topar unas horas después con el turismo organizado. Hay un hotel que comercializa la única atracción turística del lugar. Después de caminar media jornada más, aparece por primera vez, en Coffee Bay, una calle asfaltada sobre la arena de la Wild Coast. Hay rastas que venden aquí ilegalmente, aunque prácticamente con plena libertad, marihuana y hongos alucinógenos.
Poco a poco, pero inevitablemente vuelve la Sudáfrica «normal» con su vida más agitada y con todos sus problemas visibles. Quien quiera huir de allí debe simplemente dar la vuelta y caminar nuevamente a lo largo de la Wild Coast en dirección sureste. Los cerros en ambos tramos de la Wild Coast son parecidos. Sólo la imagen de África es diferente.
INFORMACIÓN BÁSICA: la Wild Coast de Sudáfrica
Cómo llegar: En avión a Johannesburgo y desde allí tomar un vuelo de Airlink con destino a Mthatha. A partir de allí es recomendable continuar el viaje en un todoterreno de alquiler. Los ciudadanos de la Unión Europea no necesitan visado para Sudáfrica, sino sólo pasaporte.
Cuándo viajar: En invierno, de abril a septiembre, el tiempo en la Wild Coast es seco y muy templado. Durante los meses de verano, de octubre a marzo, la temperatura del agua es más alta pero también llueve con más frecuencia.
Alojamiento: Una sencilla habitación doble en los hostales en la Wild Coast cuesta entre 280 y 350 rand (entre 20 y 25 euros).