(dpa) – Astana vivió un amplio desarrollo en los últimos años y es una ciudad que debería atraer a muchos viajeros, destaca el guía turístico. «Pero no viene nadie».
De hecho, las grúas de construcción se elevan al cielo por todas partes en la capital de Kazajistán, y numerosos edificios siguen siendo esqueletos. Muchas estructuras han estado abandonadas durante algún tiempo porque nadie quiere mudarse allí.
El guía se llama Brian, aunque su verdadero nombre es otro. Eligió ese apodo por su amor por Estados Unidos, a donde espera mudarse pronto para labrarse un nuevo destino.
Brian es originario de China. «Aprendí inglés con las canciones de Britney Spears y Kylie Minogue, ruso jamás pude aprender», explica. «Muchos turistas que guío por aquí me miran con cierto desprecio porque no soy un verdadero kazajo», comenta.
No solo Brian parece tener algunos problemas de identidad, ya que lo mismo podría decirse de la capital kazaja, que tantas veces ha cambiado de nombre.
Primero se llamó Akmolinsk, a partir de 1961 Zelinograd, en 1992 cambió su nombre a Akmola, en 1998 a Astana y desde marzo de 2019 fue denominada Nur Sultán, en honor al ex presidente Nursultán Nasarbayev. Pero muchos locales la siguen denominando Astana.
Nur Sultán luce un poco como si un arquitecto se hubiera vuelto loco aquí. Se ven pirámides, templos sobre los techos de las casas, centros de compras con forma de plumero, torres que huevos sobredimensionados.
Sobre este caos, una esfera dorada domina desde un andamio de acero blanco. La Torre de Bajterek, de cien metros de altura, se supone que representa un árbol de la vida mitológico.
Desde arriba se puede observar mejor el desorden arquitectónico, del que son responsables, entre otros, arquitectos estrella como Kisho Kurokawa y Norman Foster.
A una altura vertiginosa, cada visitante puede incluso saludar al ex presidente Nursultán Nasarbayev colocando su propia mano derecha en la impresión de la huella de la mano presidencial, que luce en un marco de oro sobre un pedestal, y se asegurará así la felicidad eterna, según sostiene un mito local.
La diversidad arquitectónica de Nur Sultán, financiada por los miles de millones de dólares provenientes del petróleo y el gas de esta nación, se erige en medio de la estepa.
Pese a que más de un millón de personas viven en la capital, cerca del diez por ciento de la población, apenas se ve gente en sus calles, a lo sumo en los coches que pasan zumbando.
Incluso en la Plaza de la Independencia, donde se erige el monumento Kazakh Eli de 91 metros de altura -símbolo de la independencia de Kazajistán en 1991-, el pájaro sagrado Samruk mira desde la altura hacia el vacío.
Grande, más grande, la más grande: ese fue el lema bajo el cual se construyó en 2012 la mezquita Hazrat Sultan, la de mayores dimensiones de toda Asia central.
No muy lejos de allí se puede disfrutar un poco de naturaleza en la vera del río artificial Ishim. Algunos puentes comunican con la otra orilla, entre ellos el puente Atyrau, una construcción fantasiosa con paredes curvas blancas y caladas con figuras, a través de las cuales pasa la luz solar.
Sí, pasar un día en Nur Sultán demuestra sin dudas que la belleza está en los ojos de quien mira. Y a aquel que no encuentre bella a esta ciudad le quedará de todas formas la certeza de que no hay otro lugar igual.
Nur Sultán parece inabordable y confuso para muchos, pero Alma Ata o Almaty, en el sureste, representa exactamente lo contrario.
Con una población de 1,9 millones de habitantes, la mayor metrópoli y la antigua capital del país se encuentra cerca de los picos del cordón montañoso Tian Shan, que se elevan hasta los 4.000 metros de altura.
«Lo que me agrada de Almaty no es solo su cercanía a las montañas, sino también que la ciudad es tan bellamente verde. En ningún otro lado hay tantos árboles», destaca la kazaja Elvira, que creció en este lugar.
La joven explica que algunos de los árboles que se encuentran cerca de la Catedral de la Ascensión de 1907, el símbolo de la ciudad, fueron plantados por los presidentes que visitaban la entonces capital de Kazajistán.
La vista desde la torre de televisión, de 372 metros sobre las laderas del cerro Kok Tobe, no solo abarca el manto de árboles de la ciudad sino también los modernos rascacielos de la metrópoli y los picos nevados de las montañas.
No sorprende entonces que los habitantes de Alma Ata aprovechen su tiempo libre para dejar atrás el ruido de la ciudad y viajar a las montañas para disfrutar del entorno o practicar deportes.
En el estadio de patinaje de velocidad al sur de la ciudad, por ejemplo, un entrenador lleva a su clase escolar a las montañas a partir de las nueve de la mañana.
El estadio está situado justo en las afueras del popular centro de montaña y esquí de Shymbulak, donde las sillas de sus numerosos restaurantes están forradas con pieles de oveja. Allí se sirve pizza y latte macchiato, pero también beshbarmak, el plato nacional cocinado con carne de cordero o de caballo.
Y mientras las aerosillas suben a los visitantes hasta los 3.200 metros sobre el nivel del mar y la nieve hace sonreír a los amantes de los deportes de invierno de Alma Ata aún en medio del verano, algo parece palpable: un sentido de pertenencia del que carece Nur Sultán.
La aerolínea Air Astan ofrece un paquete para visitar ambas ciudades, en un viaje que se recomienda realizar en primavera u otoño, cuando no hace demasiado calor.
Por Bernadette Olderdissen (dpa)