(dpa) – Redadas, bandas de traficantes desarticuladas, procesos contra bandas de narcotráfico: el consumo de cocaína en Europa alcanzó un nivel récord, al tiempo que el cultivo de coca en Colombia llegó a un máximo histórico, en un contexto que suele dejar a los agricultores sin alternativas.
El campesino colombiano Wilder Franco estuvo una vez a punto de escapar de la coca. En 2017 se sumó a un programa estatal para reemplazar el cultivo.
«Arrancamos todas las plantas de coca y recibimos ayuda financiera mientras duró el proyecto», relata Franco a dpa. «Pero cinco años después no quedan ni rastros del Gobierno», dice. En lugar de plátanos, Franco cultiva otra vez coca.
La planta de la cual se extrae la cocaína no le produce a él ningún estado de éxtasis. Demanda un trabajo duro y, a cambio, deja ganancias.
«Para mí, una planta de coca significa un pan, un dentífrico, un billete de ómnibus», señala Franco, quien lleva doce años ganándose la vida de esta forma.
Franco tiene unas 20.000 plantas en dos hectáreas de tierra en Tibú, en el noreste de Colombia, con las que alimenta a seis personas.
Muchos de sus vecinos hacen lo mismo que él. «Queremos vivir en la legalidad, pero al final el hambre habla más fuerte», dice Franco.
Tibú es el municipio de Colombia con la mayor plantación de coca. El país sudamericano es el mayor productor de cocaína del mundo, por delante de Perú y Bolivia.
Si bien en los últimos años ha estado relativamente tranquilo en torno a cárteles como el famoso de Medellín, dirigido en su día por el capo de la droga Pablo Escobar, cuya fama alcanzó un nuevo pico gracias a la serie de Netflix «Narcos», una nueva generación de narcotraficantes sigue activa. Sin embargo, estos prefieren operar discretamente, como Otoniel, el jefe del denominado Clan del Golfo detenido en 2021.
Además, luego de los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) de 2016, exmiembros de las FARC u otras organizaciones criminales tomaron el control del tráfico de cocaína.
«En Tibú hay muchos grupos armados. También están los militares. A veces patrulla la guerrilla, diez minutos después se ve a los soldados», asegura Franco.
El cultivo de coca en Colombia creció en 2021 y abarcó unas 204.000 hectáreas, según documentó un reciente informe de las Naciones Unidas, lo que representó un aumento del 43 por ciento respecto al año anterior y un récord histórico.
También el potencial de producción de cocaína alcanzó un máximo histórico al llegar a 1.400 toneladas.
Una respuesta a la pregunta de por qué esto es así se encuentra, entre otros lugares, en Estados Unidos, a donde se contrabandea gran parte de la cocaína. Y en Europa.
En Alemania y los Países Bajos, por ejemplo, en los últimos años se decomisaron cantidades récord, se desarticularon redes de contrabando y se llevaron a cabo juicios.
Justo antes del cambio de año, la Oficina de Investigación Aduanera de Hamburgo anunció un importante hallazgo. Según el informe, los investigadores se incautaron de más de tres toneladas y media de cocaína en el puerto de esa ciudad del norte alemán.
«La incautación de estas grandes cantidades demuestra una vez más la continua y elevada presión del suministro de cocaína a Europa», afirma el jefe adjunto de la Oficina de Investigación Aduanera de Hamburgo, Matthias Virmond.
«El negocio está en auge», afirma Daniel Mejía, profesor de economía y secretario de Seguridad de la capital colombiana, Bogotá, a dpa.
«El alza del dólar durante la pandemia y la desesperación de la gente en todo el mundo, que les hace consumir más alcohol y drogas, han disparado la oferta», explica.
Mientras en Alemania, según la Oficina Federal de Investigación Criminal, el consumo de cocaína subió a niveles récord, los campesinos de coca y los narcotraficantes de Colombia incrementaron su producción.
«Muchas zonas rurales son pobres, el Estado está ausente. Los campesinos ven la coca como la única posibilidad», dice a dpa la abogada defensora de los derechos humanos colombiana Rosa María Mateus Parra. A esto se sumaron, según señaló, las restricciones por la pandemia de coronavirus y los problemas en las cadenas de abastecimiento.
En realidad, una parte de la superficie cultivada debería haber desaparecido hace tiempo tras su destrucción, otra parte, por cambio voluntario de los agricultores a otros cultivos.
Por ello, parte del acuerdo de paz de 2016 fue una estrategia para ayudar a los agricultores a salir de la pobreza con subsidios para cultivos alternativos como el café, la caña de azúcar y los plátanos, y planes para el desarrollo rural.
«La destrucción de las plantaciones de coca no funciona porque los campesinos vuelven a plantar después», sostiene la abogada, que considera que «sustituir la coca por alternativas legales sería una solución plausible».
Sin embargo, gran parte de los proyectos fracasan por diversas razones, entre ellas, indica, porque los grupos armados obligan a los campesinos, el eslabón más débil de la cadena, a plantar coca.
El agricultor Franco, por su parte, hace hincapié en las penurias económicas. «Lo único que realmente nos obliga es el hambre y el abandono del Gobierno», asegura.
En 2021, los cultivadores de coca de Tibú llegaron a detener a soldados para impedir la destrucción de las plantas de coca. Con ellas, dice, se puede ganar mucho más que con los plátanos.
«Vender coca me reporta hasta tres millones de pesos al mes (unos 600 euros)», subraya Franco. El campesino afirma que con los plátanos no obtiene beneficios.
Francisco González, del municipio de San Pablo, ha conseguido dejar de cultivar coca, luego de 35 años, gracias a la ayuda de organizaciones sociales.
Ahora se dedica a la cría de ganado y la siembra de arroz y cacao. «No podemos seguir siendo dependientes de esta planta. Tenemos que seguir adelante, impulsar nuevos proyectos legales», sostiene González.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, de izquierda, asumió el poder en agosto y quiere incursionar por otras vías. «La irracional ‘guerra contra las drogas’ muestra el fracaso de la humanidad», declaró Petro ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.
Colombia había sido hasta entonces un estrecho aliado de Estados Unidos en Sudamérica en esta guerra, recibiendo millones de dólares estadounidenses para la Policía y el Ejército. Pero Petro suspendió la destrucción de los cultivos de coca. En su lugar, quiere interceptar más cargamentos de droga y ayudar a los agricultores a dejar la coca y dedicarse a otros cultivos.
El campesino Franco considera, sin embargo, que «será muy difícil encontrar una salida sin legalizar el cultivo de coca».
Se trata de un asunto delicado en Colombia, donde perros registran los coches en busca de cocaína -por ejemplo, al entrar en un centro comercial- y donde incluso la posesión de pequeñas cantidades es penada por la ley.
La abogada va más allá al señalar que «este problema no puede ser abordado por un solo país». «Es un problema mundial, de salud pública», afirma.
Por Fabián Yáñez y Martina Farmbauer (dpa)