LIMA (dpa) – «Oye, mulato: ¿Quién se comió mi gato? Dicen que fue Calón, un negro ñato. Ni siquiera me ha deja’o el pellejo pa’l tambó (tambor)» … (antigua canción popular peruana).
Según la creencia, el gato tiene siete vidas. En realidad solo es una, que en la provincia peruana de Cañete, cien kilómetros al sur de Lima, puede terminar en un plato, rodeada con fríjoles y arroz.
Este mes, una jueza de Cañete, María Luyo, hizo historia al prohibir el consumo de felinos en el Festival del Curruñao, que se celebra cada septiembre en el centro poblado La Quebrada y en el que el gran atractivo es comerse, literalmente, a los que para la gran mayoría del resto de la humanidad son tiernos mininos
Luyo atendió una acción de amparo presentada por abogados de Lima que argumentaron que hay crueldad en la muerte de los gatos y que se violan los derechos animales. El fallo además prohíbe juegos que se hacen en ese festival, como obligar a los mininos a correr asustados por juegos pirotécnicos que les explotan cerca.
La decisión de la jueza de primera instancia dejó tranquilos a activistas que año tras año luchaban contra la fiesta, pero generó reacciones contrarias de quienes dicen que es un abuso que se prohíba una comida específica y alertan de que eso puede dar paso a que en el futuro también se vete el consumo de vacas, chanchos (cerdos) o pollos.
«Tendríamos que prohibir otro tipo de consumo de carne. Incluso se deberían prohibir las corridas de toros», reaccionó la organizadora principal del Festival del Curruñao, Patricia López.
El parlamentario José Urquizo, promotor de la prohibición, afirma que el consumo de gato, que en realidad va mucho más allá del festival de La Quebrada y se practica, casi siempre a escondidas, en otras partes del Perú, puede causar graves daños a la salud humana.
Pero el Colegio de Veterinarios de Lima (CVL) lo desmiente. Esa carne, dicen sus miembros, contiene nutrientes valiosos. Eso sí, aclaran, el animal tienen que ser criado bajo extremos cuidados, pues en efecto podría causar enfermedades, ceguera incluida.
Para el decano del CVL, Enrique Tello, la solución está en que los ministerios de Salud y Agricultura, mediante sus organismos, normen y vigilen la crianza de gatos comestibles. «Así como se hace con el pollo y el chancho, por ejemplo», comentó.
Los pobladores de La Quebrada dicen que los medios exageran lo que ocurre. Según ellos, son unos cuatro los gatos sacrificados por festival, pero la prensa los calcula en un centenar. Además, aseguran, los sacrificios son indoloros (se cree que los meten en costales y los ahogan).
A Patricio Pascual, ex alcalde de La Quebrada y «chef» estrella en el festival, no le gustan las entrevistas, pues dice que lo dejan mal parado. Defensor a ultranza del consumo del gatos y experto en la materia, se niega a dejar ver la casa en que prepara los platos.
Este año, borracho, permitió que la revista «Hildebrandt en sus Trece» viera los cadáveres listos para pasar a la olla: «Me van a joder, ya lo sé. Mátenme, pues. Solo quiero que resalten que lo hago por la fe, por santa Efigenia», les dijo a los periodistas resignado.
Efigenia fue una etíope del siglo I subida a los altares por virtudes que no tenían relación con gatos. En el Perú es patrona de las expresiones culturales negras y es a ella a quien se le dedica el festival realizado en una zona con fuerte presencia afroperuana.
«Los esclavos negros debían alimentarse de las sobras de sus amos españoles. Aprendieron a limpiar y preparar vísceras, pero (además) aprovecharon la rápida multiplicación de felinos traídos de España para terminar con la proliferación de ratones, llegados con los barcos, para convertirlos en parte de su dieta», dice el historiador Martín Cabrejos Fernández para explicar la relación.
Pero, aclara Cabrejos Fernández, los españoles para entonces ya comían gato. El cocinero real Ruperto de Nola había incluido recetas en su «Libro de Guisados, manjares y potajes», en 1529, si bien esa parte desapareció en ediciones posteriores.
Lo cierto es que la práctica se extendió en algunas zonas al sur inmediato de Lima e incluso en algunos barrios de la capital. Lo que hace el Festival del Curruñao, reactivado desde hace 19 años, es visibilizar el tema. La simpática mascota que un día partió y no regresó, podría haber servido de alimento en la casa de algún vecino.
La inmensa mayoría de peruanos (no hay encuestas al respecto, pero la tendencia es obvia), prefiere ver a los gatos solo como a tiernos compañeros. El fallo de Luyo puso sobre el tapete si tal predilección debe imponérsele a quienes pasan saliva cuando ven un minino.
La contradicción se resume en la casa de Pascual. Allí encontró la prensa a un gato en una jaula. Todo indicaba que se trataba de otro futuro potaje, pero era nada menos que la mimada mascota del «chef» puesta a buen recaudo, lejos de la ávida mirada de los demás cocineros.
Por Gonzalo Ruiz Tovar