Berlín, 22 sep (dpa) – Popular en Alemania por su gestión de la crisis del euro, demonizada en parte de Europa por su dictado de austeridad, Angela Merkel revalidó hoy su título de mujer más poderosa del mundo con una aplastante victoria electoral y seguirá gobernando por otros cuatro años los destinos de su país… y en gran medida de todo el continente.
Ocho años después de asumir el gobierno, la cristianodemócrata (CDU) es la cara de la bonanza económica que atraviesa Alemania y la principal responsable de que el país haya recuperado el papel de gran potencia no sólo económica, sino también política, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra.
Pero la canciller de 59 años tiene otras caras. «Muchos ven en Angela Merkel a la reina de Europa a la que nadie ha coronado», describió el sociólogo alemán Ulrich Beck. Otros la acusan de poner en peligro el proyecto europeo con su dictado de austeridad. Su foto con bigote hitleriano se agita en las protestas de Grecia o España.
La historia de uno de los fenómenos políticos más fascinantes del siglo XXI comenzó el 17 de julio de 1954, cuando Angela Dorothea Kasner nació en Hamburgo como hija de un pastor protestante y una maestra de inglés.
La familia se trasladó pronto a la Alemania comunista (RDA), donde la futura canciller pasó la infancia y estudió Física «porque el gobierno de la RDA no podía inmiscuirse en las leyes de la naturaleza». De un breve matrimonio con el físico Ulrich Merkel le quedó el apellido.
Su llegada a la política fue tardía. Merkel tenía ya 35 años cuando entró en la CDU tras la reunificación alemana en 1990, pero pronto aprendió mejor que nadie la dinámica del poder guiada por su mentor, el mítico canciller Helmut Kohl, al que terminó dándole la espalda y empujando al retiro.
Protestante, inexperta y con un pasado «extranjero» en la RDA, en sólo diez años Merkel se convirtió en la primera mujer en presidir la CDU, un partido hasta entonces arraigado en la Alemania occidental, dominado por varones y basado en valores católicos.
«Sabía lo que quería: llegar a la cima, a la cima total», resumió el líder cristianosocial Horst Seehofer. La «cima total» llegó con la victoria electoral en 2005 que hizo a Merkel la primera canciller mujer en la historia de Alemania y la primera crecida en la RDA.
«Angela Merkel es la irrupción de las ciencias naturales en la política», definió la revista «Stern» en un famoso artículo que apodaba a la canciller «La física del poder» por su capacidad para calcular con rigor científico la intensidad y la velocidad de los acontecimientos.
Merkel tomó de la física otro rasgo: su pragmatismo. A diferencia de otras «damas de hierro» como la británica Margaret Thatcher, con la que fue comparada, Merkel carece de convicciones inamovibles o de grandes visiones. Sus ideas son como las leyes científicas: meras hipótesis que mantiene hasta que demuestran ser erradas.
Así se entiende su giro frente a la energía nuclear, que pasó de defender a condenar tras la catástrofe atómica de Fukushima, pero también su polémica gestión en la crisis del euro, que marcó su segundo mandato iniciado en 2009: Merkel descartó ayudas a Grecia que luego aprobó, prometió limitarlas a máximos que luego violó y fustigó herramientas como la compra de deuda pública por parte del Banco Central Europeo (BCE) que luego avaló.
«Ofrece pocos flancos de ataque, en el fondo no está en ningún lado, en realidad no existe», describió el periodista Jakob Augstein. El sociólogo Beck la denominó «Merkiavelo» por su «flexibilidad que bien merece el calificativo de «maquiavélica».
Gracias a esa estrategia, la canciller convirtió la crisis, el mayor reto de su vida política, en el trampolín que elevó su popularidad a niveles récord y que hoy le dio el tercer mandato consecutivo al frente de la primera potencia europea.
La Merkel privada es un misterio. Se sabe que le gustan la cocina, la jardinería, la música clásica y el fútbol. Son famosas sus fotos celebrando goles de Alemania y sorprendió cuando le preguntaron con quién querría cenar a solas: «Con el entrenador español Vicente del Bosque», respondió sin sombra de duda.
La canciller disfruta además los paseos por la montaña con su segundo marido, el no menos enigmático Joachim Sauer, y sueña con un retiro plácido en el Uckermark, la región donde creció. Su victoria en las elecciones la obligará a posponer ese descanso otros cuatro años.
Por Pablo Sanguinetti