NUEVA YORK (dpa) – ¿Puede un español con nostalgia de su país sentirse como en casa, aunque esté en el corazón de la Gran Manzana neoyorquina? Desde hace pocos años, y gracias al resurgimiento de El Centro Español-La Nacional de Nueva York, es de nuevo posible.
Fue en el otoño de 1868, hace sólo 145 años, cuando un grupo de inmigrantes españoles fundaba la entonces conocida como Spanish Benevolent Society, también llamada El Centro Español y popularmente referida entre los residentes españoles de la ciudad como La Nacional. Su objetivo: mantener viva, desde la distancia, la cultura y el idioma español al mismo tiempo que ayudar al aluvión de inmigrantes que llegaban en aquella época a la prometedora isla de Manhattan.
El Centro Español se situaba, y en el mismo lugar conserva su ubicación, en el epicentro de la entonces conocida como Little Spain (pequeña España), un barrio hispano de unas 14 manzanas de extensión donde históricos comercios como La Bilbaína, Iberia o Casa Moneo circundaban la Iglesia de la Virgen de Guadalupe, dando forma a uno de los más coloridos enclaves de la ciudad.
El tiempo y la especulación inmobiliaria acabaron borrando del mapa a la «pequeña España», pero El Centro Español logró mantener sus puertas abiertas. Luis Buñuel o Federico García Lorca se alojaron aquí durante sus visitas a la ciudad y se cuenta, pues la historia de la comunidad española no está exenta de leyendas, que el propio Pablo Picasso vivió una temporada bajo su techo.
Uno de los tesoros ocultos de este reducto de la pequeña España es un impresionante archivo histórico de miembros: una colección de miles de fichas, muchas con fotografía, de cuantos españoles formaron parte de la institución. No son pocos los nietos y bisnietos de inmigrantes que acuden a este lugar en busca de información sobre sus antepasados, de los que, en algunos casos, sólo saben que marcharon a Nueva York a principios del siglo XX en busca de una vida mejor.
Son esos los restos de una época en la que la vida del emigrante era dura. Muchos no podían permitirse nunca un pasaje en alguno de los vuelos charter fletados por El Centro cada verano para volver a España. No eran pocas las familias sin recursos suficientes para repatriar los cuerpos de sus seres queridos y que ocupaban, por tanto, lugar en alguna de las cientos de parcelas propiedad de El Centro Español en el cementerio de Nueva York.
Pero también era una vida feliz, como lo muestran las fotos de fiestas de Nochevieja o los primeros desfiles del Día de la Hispanidad por la Quinta Avenida de la ciudad promovidos por miembros de El Centro. Desfile que, hoy en día, sigue festejándose.
Hace cuatro años, cuando El Centro pasaba por su peor momento en casi siglo y medio, una nueva dirección, un equipo de entusiastas voluntarios y un regreso a los objetivos originales de la institución lograron la resurrección de este enclave español. Una máxima ante todo: ayudar al inmigrante español que lo necesite.
«Queremos promover la cultura española y estrechar los lazos entre españoles y americanos, pero sobre todo ayudar a los compatriotas que lo necesiten», asegura Robert Sanfiz, hijo de un inmigrante gallego nacido en el barrio neoyorquino de Queens y que dirige El Centro Español de manera voluntaria desde hace casi cuatro años.
Las maneras en las que El Centro ayuda al español son múltiples, desde el turista que pierde el avión de vuelta a casa y no tiene a quién recurrir hasta el que joven viene a buscarse la vida y no sabe por dónde empezar.
«Ayudamos a redactar curriculum en inglés a quien busca trabajo, a encontrar habitación a quien acaba de llegar a la ciudad y a dar un empujón en la carrera profesional de artistas españoles buscando su hueco en la capital mundial del espectáculo», afirma orgulloso Sanfiz, convencido de que la institución que dirige vive una nueva época dorada tras haber estado al borde la desaparición hace pocos años.
Cuatro habitaciones, modestas pero situadas de manera inmejorable entre los barrios de Greenwich Village y Chelsea, dan cobijo momentáneo a españoles en búsqueda de un alojamiento definitivo en la ciudad. Uno de ellos es Arturo Gil, un recién licenciado que disfruta de una beca de prácticas en una empresa norteamericana.
«Cuando llegué no conocía nada de la ciudad ni tenía los recursos para mudarme a un apartamento», recuerda. “Este lugar, por su ubicación, podría ser una máquina de ganar dinero alquilando sus habitaciones, pero renuncian a ese beneficio a cambio de ayudar a españoles como yo», asegura este madrileño, que durante su estancia en El Centro Español vio pasar «todo tipo de personas, pero sobre todo muchos artistas que me mostraron una cara fascinante y desconocida de la ciudad».
Entre esos artistas que han encontrado aquí un apoyo a su carrera está Inma Heredia. Esta actriz y cantante malagueña se muestra orgullosa de estrenar en el salón de El Centro Español una obra teatral de título tan inequívocamente español como Divas de España. La pieza, un tributo a cuatro conocidas cantantes de copla y flamenco, «no podía encontrar mejor lugar para su estreno que aquí», asevera.
«El Centro Español me ayuda mucho a mí y otros artistas españoles que intentamos abrirnos paso en Nueva York», subraya. «Nos ofrece muchas facilidades para alquilar el espacio, convertir su salón en un magnífico teatro y es el lugar ideal para conectar con espectadores españoles pero también americanos amantes de nuestra cultura», aplaude Inma Heredia, todavía con el maquillaje en su cara tras terminar un ensayo de su obra
La promoción cultural llevada a cabo por El Centro Español incluye otras actividades, como clases de guitarra, flamenco, lengua española para niños y permanentes exposiciones fotográficas o pictóricas. «Apoyamos con especial interés a los jóvenes artistas españoles, como por ejemplo directores noveles de cine que han estrenado aquí muchas de sus películas, documentales o cortometrajes», comenta Marta, coordinadora voluntaria de la sección cultural de El Centro.
«Nuestras jornadas de networking, en la que españoles y neoyorquinos de otras culturas intercambian experiencias profesionales o culturales, se han convertido en una de las más populares de la ciudad», asegura. Aunque, en cuanto a número de asistentes, «nada supera las proyecciones de partidos de fútbol de la selección española», reconoce entre risas.
Por Sergio Rozalén