Cannes, 11 may (dpa) – El polaco Pawel Pawlikowski dejó hoy a la prensa fascinada con el hermoso homenaje que dedica a sus padres en «Cold War», la historia de un amor imposible en los años de la Guerra Fría envuelta casi en un musical.
Pawlikowski va directo a la casilla de películas favoritas para la Palma de Oro, a pesar de que todavía faltan casi una veintena por mostrarse, con el intenso amor de un músico (Tomasz Kot) por una joven campesina con buena voz (Joanna Kulig)
El cineasta, al que las dudas de una novicia catapultaron a la fama tras ganar el Oscar y el Bafta con «Ida», también rodada en blanco y negro, comentó hoy en rueda de prensa que no quería repetirse, pero no encontró la paleta de colores adecuada para esta historia, así que consideró que sería más honesto hacerlo en blanco y negro, lo que aportaba a la historia un tono más metafórico.
El cineasta compone una hermosa sinfonía cinematográfica con una nítida fotografía en blanco y negro en la que cada plano, cada secuencia, provoca admiración. Al ser el protagonista un pianista que recorre el país para recopilar las canciones populares, la música se convierte en un tercer protagonista dando al drama una velada apariencia de musical con canciones tradicionales polacas y música jazz de los años 50.
Pawlikowski, que tiene en su haber seis películas de ficción y algunos documentales, comentó hoy lo mucho que trabajó, tanto en la fotografía como en el sonido, para conseguir calibrar tanto el plano como la música adecuada para cada escena.
Explicó además que escribe el guión en términos visuales, sin pensar tanto en la dramaturgia, ya que lo que realmente le emociona del cine es el proceso de creación. Por eso, para exasperación de actores y productores, puede pasar horas en el set probando qué encuadre es mejor, qué elemento descartar o qué detalle agregar.
«No sólo los actores, todo el equipo estaba abierto a los cambios porque sabemos que es para mejor», dijo la actriz Kulig, quien en ocasiones, cuando tenía que repetir una escena 15, 20 veces, se ponía a meditar para intentar que saliera como el director quería.
«Cold War» arranca en Polonia en 1949 cuando se forma un grupo de música folclórica en el país. Durante los años 50, en una visita a Berlín, el pianista (Kot) abandona el grupo y se exilia en París trabajando como músico de jazz, pero la cantante (Kulig) no se atreve a marcharse con él. Cuando finalmente se decide y se une a él en la ciudad del amor, su relación naufraga.
Preguntado por qué la Guerra Fría es un terreno tan fértil para grandes historias de amor, el realizador señaló que se debe a que, al igual que en el amor, había que «superar obstáculos».
En su opinión, «las relaciones tienen una lógica interna que a veces acaba mal. Esa es la paradoja de las relaciones humanas. Por eso no me preocupa tanto el destino», dijo sobre la relación de sus protagonistas, que guarda cierta similitud con la de sus padres, a los que le dedica la película. «Ellos se enamoraron, se separon, se casaron con terceras personas y se volvieron a unir», contó hoy el realizador, nacido en Varsovia en 1957 y que, debido a esta coyuntura, también vivió en varios países, sobre todo en Reino Unido.
La buena recepción que ha tenido «Cold War» contrasta con la fría acogida a la primera película francesa a concurso «Plaire, Aimer et Courir Vite», de Christophe Honoré, centrada en un joven (Vincent Lacoste) de la Bretaña que se enamora de un escritor (Pierre Deladonchamps) parisino, a la vez que va descubriendo su homosexualidad.
El director comentó hoy en rueda de prensa que él mismo llegó también de la Bretaña en los años 90 a la capital francesa siguendo la estela de grandes artistas.
Pese a la buena actuación de Lacoste, el drama subraya el estereotipo de homosexuales egoístas y a los que el realizador nacido en Rennes en 1970, seguramente de forma inconsciente, victimiza. No obstante, la película ha calado sobre todo entre la audiencia homosexual.
Por María Luz Climent Mascarell (dpa)
