Barcelona, 17 ago (dpa) – Alguien dijo una vez de Juan Carlos Navarro que era un bailarín que jugaba al baloncesto o un poeta que escribía versos encestando un balón. Pocas descripciones definirían mejor al genio del Barcelona que, a los 38 años, anunció hoy su retiro definitivo de las canchas.
Más allá de sus espectaculares números y de los muchísimos títulos que conquistó (35 grandes), Navarro fue, durante las dos últimas décadas, la manifestación más artística del baloncesto en España.
Nadie como él consiguió en la élite jugar de manera tan natural, como si siguiera haciéndolo en las canchas de barrio de la obrera Sant Feliu (Barcelona), donde desarrolló su extraordinario talento.
Ésa fue siempre la gran arma del escolta español, que nunca destacó por su altura (1,93 metros) ni por su fortaleza física.
A los responsables técnicos del Barcelona, de hecho, les costó un tiempo convencer al muchacho que maravilló en el Mundial Juvenil de 1999 de que pasar algún tiempo más en el gimnasio, levantando pesas, también mejoraría su juego.
Navarro nunca fue tan disciplinado como su gran amigo Pau Gasol. Ni tampoco tan ambicioso. Triunfó de manera absoluta porque jugar al baloncesto siempre fue su diversión preferida. Lo sigue siendo, pese a su precipitado adiós.
Por eso, cuando Gasol era apenas un atisbo de lo que después sería en el mundo de la canasta, la «Bomba» ya encandilaba con su juego explosivo -de ahí su apodo- y con su capacidad para hacer sencillo un deporte cargado de complejidad.
Esa cualidad, que muy pocos tienen, maravilló a dos entrenadores clave en su trayectoria: Joan Montes y el legendario Aíto García Reneses. El primero lo hizo debutar en la ACB, la liga de baloncesto española, con tan sólo 17 años. El segundo le dio el liderazgo del Barcelona que luego conquistaría, entre otros títulos, dos Euroligas, ocho Ligas españolas, siete Copas del Rey y cinco Supercopas.
Nunca antes un jugador español había tenido tanto peso el equipo azulgrana ni había calado tan hondo entre su afición.
Navarro no necesitó ser especialmente extrovertido ni hacer gestos de cara a la galería para ganarse el cariño de una hinchada que, durante los últimos 20 años, lo tuvo como un referente inamovible.
Los fans azulgrana entendieron incluso su marcha a la NBA cuando, disconforme con el salario que le pagaba el Barcelona, emprendió su fugaz aventura americana. Regresó un año después, añorado, habiendo demostrado en los Memphis Grizzlies que podía competir con los gigantes estadounidenses y que merecía un mejor contrato.
Para entonces, Navarro era ya toda una estrella del baloncesto europeo, tanto que algunos intentaban imitar, sin demasiado éxito, su «bomba», el ingenioso lanzamiento que se inventó de chico para sortear con una parábola los brazos de los contrarios.
«Bomba» a «bomba», finta a finta, el escolta catalán comandó también a la mejor generación del baloncesto español. Como escudero de su inseparable Pau Gasol, Navarro fue pieza clave en el Mundial conquistado por España (2006), en las dos platas y el bronce olímpicos (2008, 2012 y 2016) y en los dos oros y dos bronces continentales (2001, 2009, 2011 y 2017) de España.
Tan importante como lo mucho que aportó sobre la cancha fue su función aglutinadora dentro de un vestuario con diversas figuras. Quien muchos consideran el mejor 2 de la historia del baloncesto español y uno de los mejores del continente junto al legendario y tristemente desaparecido Drazen Petrovic, tendió puentes y fraguó amistades entre distintas generaciones y rivales acérrimos en las competiciones de clubes.
«Muchos años peleando juntos. En la selección y en los clásicos. Unas veces rivales, otras compañeros y para siempre amigos. Se va ‘La Bomba’, pero queda la leyenda. Y todo el baloncesto mundial lo sabe, Chonki», tuiteó hoy Felipe Reyes, el hombre que, con la camiseta del Real Madrid, intentó durante años neutralizar sus «bombas».
Reyes, que acompañó a Navarro en casi todos sus títulos con la selección española, fue sólo uno de los muchos deportistas que hoy, al conocer la noticia de su retirada, dio las gracias al «crack».
Todos sabían que, tras despedirse del equipo nacional después del último Eurobasket, su marcha definitiva estaba cercana. Pocos, sin embargo, la creían tan próxima y, menos, en un día como hoy, el aniversario de los atentados yihadistas en Barcelona.
«Juanki», «Chonki», «La Bomba» había manifestado que no quería retirarse con el sabor amargo de la pasada temporada. El Barcelona, al final, lo convenció para que accediera a un extemporáneo adiós.
Por Noelia Román (dpa)
