ZAPAYÁN, COLOMBIA (dpa) – La erosión y la deforestación durante décadas en el norte de Colombia, debido al excesivo pastoreo de ganado, pueden empezar a ceder con un proyecto que busca extender el próximo año a 4.000 hectáreas el área cultivada de un árbol amable con el medio ambiente: la gmelina.
El proyecto nació en 2008 a raíz de los serios problemas ambientales en una extensa zona irrigada por el río Magdalena, el principal del país, que habitualmente padece los rigores de las inundaciones por las torrenciales lluvias de cada fin de año.
Cerca de 70 campesinos empezaron a cultivar semillas de gmelina para reforestar esa zona en el marco de un plan que busca disminuir los daños ocasionados durante todo el siglo pasado por la actividad ganadera, prácticamente la única de la que derivaban su sustento.
Ese árbol produce cerca de 1,5 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) al año y reduce de forma eficiente el efecto invernadero.
Pero las plantaciones no solo cumplen con la tarea de reforestación, sino que se han convertido para habitantes de un sector rural del municipio de Zapayán, en el caribeño departamento de Magdalena, en una fuente de recursos.
Actualmente, en Zapayán y sus alrededores se encuentran 1.900 hectáreas sembradas de gmelina en un programa que en 2012 recibió de las Naciones Unidas la certificación del Mecanismo de Desarrollo Limpio (CDM, por sus siglas en inglés).
El impacto económico del proyecto empezó cuando se estableció que la madera de la gmelina es apta para la fabricación de lápices, por lo que la firma alemana Faber-Castell se unió al proyecto tomando en arriendo terrenos de los campesinos, a quienes les paga para cultivar bosques.
La madera usada habitualmente para producir lápices era el cedro, que ahora es considerada poco apta por su lento crecimiento (casi un siglo para alcanzar la madurez), mientras que el árbol de gmelina madura entre los siete y los 10 años y tiene un hábitat propicio en el Caribe colombiano por las condiciones de temperatura y humedad, similares a las del sudeste asiático, de donde es originario.
Según el veterinario y experto forestal colombiano Stefan Tschampel, los campesinos empezaron a dejar de depender de la ganadería cuando sembraron los bosques que ahora se alzan en ese sector. Después de la tala, los agricultores reciben el 30 por ciento de las ganancias de la madera, además del pago por el alquiler de sus terrenos.
Parménides Toloza, administrador de una finca en Zapayán, explicó a la agencia dpa que los campesinos tienen una buena alternativa con este proyecto, tras décadas de padecimientos por las malas condiciones de las carreteras, que dificultan la comercialización del ganado.
«El Estado nos debe apoyar con créditos blandos. Somos mejoradores del medio ambiente y si tenemos el apoyo del Estado es más fácil lograrlo», dijo.
Para Ney Bustamante, un ganadero del vecino municipio de El Difícil que se sumó al proyecto, el plan para la siembra de gmelina es una estrategia social, ambiental y financiera al mismo tiempo, pues lucha contra la deforestación y mejora las condiciones de los campesinos.
Según la Corporación Autónoma Regional del Río Grande de la Magdalena, entre 1970 y 1990 se destruyeron en el norte de Colombia 4,6 millones de hectáreas de ecosistemas forestales y actualmente el 88 por ciento de la cuenca del río está deforestada.
Con el fortalecimiento del proyecto, los campesinos disponen desde el año pasado de un aserradero donde la madera es cortada en trozos que se exportan a Brasil e Indonesia parea la fabricación de lápices.
La dueña de una finca de la región, Baudilia Camacho, comentó que su tierra era «un rastrojo sin nada», pero que se siente contenta desde que en 2009 decidió participar en el proyecto.
Aunque tardó cuatro años en recibir la primera suma de dinero por el uso de sus tierras, no duda en afirmar que la plantación de árboles «da más que el ganado».
Por Rodrigo Ruiz Tovar