Símbolo por antonomasia del feminismo contemporáneo, aunque ya presente en el movimiento en los años ’70 y ’80, la pintora mexicana Frida Kahlo fue mucho más que una artista. Vertebrada por toda una serie de sucesos trágicos, su obra es la historia de su vida explicada desde la lucidez que el dolor confiere. Un arte que, bajo el ala de la pesadumbre y la del genio, ha quedado grabado a fuego en el imaginario colectivo.
Mucho más que un símbolo de la cultura pop
Mundialmente conocida por su aspecto icónico, la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954) no sólo forma parte de la cultura pop de su país, sino que se ha convertido en un símbolo reverenciado y reivindicado alrededor del globo. En especial, como uno de los más reconocibles emblemas del feminismo ya desde los años 70’ y 80, cuando su figura se reivindicó a través de los primeros movimientos contemporáneos de liberación de las mujeres. De hecho, la imagen de Kahlo no es ajena a prácticamente ningún tipo de manifestación feminista, invocada como referente delempoderamiento femenino tanto por lo artístico como lo estético. Pero, ¿qué hay más allá de su iconografía?
Como pintora, frida kahlo consagró su vida al arte a través de su dolor en carne viva, una dolorosa experiencia física fruto de una primera enfermedad y un trágico accidente que instalaron su imaginario en una constante de soledad y de martirio. A camino entre lo surrealista y lo biográfico, Kahlo insistió una y otra vez en que toda su obra —compuesta por más de 150 pinturas, 55 de las cuales son autorretratos— fue un modo de expresar aquello que la carcomía desde adentro. Desde su convulsa relación con su marido y también artista mexicano Diego Rivera, hasta sus tres abortos y el dualismo de su personalidad, apoyada sobre las culturas europea y mexicana de sus padres.
Cuando el dolor escupe la chispa de la creatividad
Desafortunadamente, la vida artística de Frida Kahlo se forjó en gran medida por el dolor. En 1913, a los apenas seis años de edad, la pintora mexicana sufrió de una poliomielitis que acarreó múltiples secuelas como enfermedades, lesiones —su pierna derecha más delgada que la izquierda— y operaciones que la postraron nueve meses en la cama. Doce años más tarde, un grave accidente en autobús inició su carrera artística. Con la columna fracturada en tres partes, fracturas en costillas y extremidades y daños de gravedad —un pasamanos atravesó su cadera saliendo por su vagina—, Kahlo pasó por quirófano en más de 30 ocasiones a lo largo de su vida.
A raíz de su convalecencia e inactividad —si bien los doctores recomendaron ejercicio para su poliomielitis, esto no fue posible tras el accidente—, Kahlo reparó en el set de pintura al óleo de su padre —el migrante alemán Guillermo Kahlo—, al que recurrió para matar el tiempo pintando como primera obra el retrato de una amiga suya. A partir de ahí, y como ella misma describió, la pintura llenó su vida sustituyendo todo cuanto de catastrófico tuvo su experiencia. Un canal de expresión mediante el que plasmar sus vivencias, acentuándolas bajo el prisma de una dramáticaverdad que, pese a los buenos momentos, afinaba las tormentas en la salud física y mental de Kahlo.
Una imagen de marca potente y efectiva
Como hija de un matrimonio mexicano-alemán —Matilde Calderón y Wilhelm Kahlo, quien españolizó su nombre—, Frida heredó un binomio de culturas sobre las que recostar su aspecto. Sin embargo, y en relación con el tipo de arte muralista centrado en la cultura mexicana y precolombina que ejercía su marido, Diego Rivera sugirió a Kahlo su imagen folklórica mexicana, ataviándose tanto con vestidos y abalorios muy característicos de su cultura. Comulgando con el marxismo —además de la militancia en el Partido Comunista Mexicano, llegando a refugiar a León Trotsky en su hogar—, siendo esta imagen un modo de conectar con el pueblo lejos de la aristocracia.
Sin lugar a dudas, una apariencia que ayudo a reivindicar la cultura mexicana, incluso convirtiéndose en fuente de inspiración para la industria de la moda —aunque, por ello, aprovechándose de la apropiación cultural con fines comerciales. Sin embargo, otro de los aspectos más notorios de la imagen de Frida Kahlo es su aspecto cejijunto y su incipiente vello sobre el labio. Señas distintivas de su iconografía que, pese a su contribución a la aceptación del propio cuerpo tan necesaria ayer y en nuestro tiempo, fueron a su vez rasgos que enfatizó en sus pinturas frida kahlo. Precisamente, izando una bandera de aceptación que ha inspirado a miles de jóvenes alrededor del mundo.
Una obra vibrante, pero también oscura
Hasta el momento, la intensa obra de Frida Kahlo ha resistido intacta en el imaginario colectivo. Una colección de pinturas que son el reflejo de una vida sufrida, pero muy prolífica en cuanto a contenido vital y artístico. Concibiendo cuadros de gran brutalidad por la historia que reflejan, pero cargados de una atmósfera acogedoramente oscura en la que no sobran los colores vibrantes, la combinación de trazos finos y gruesos, en una amalgama de explosiones cromáticas y temáticas que atrapan al espectador. Así como una fractura con la pintura más academicista, encumbrando el arte popular propio de la política y el movimiento social de principios y mediados del siglo XX.
En sus vivencias plasmadas al óleo, asistimos a una obra que expone los capítulos de una vida sufrida, pero también bendecida. Desde la dualidad de su origen y la serie de dolencias que doblegaron su salud hasta su muerte en 1954 —se sugiere también el suicidio, con diversos intentos anteriores—, hasta sus vínculos de rechazo y afecto personal y amoroso. Una pintura donde el yo o el ego no aparecen como ejercicio de megalomanía, sino como una necesidad expiatoria de expresar un mundo íntimo, recóndito y nostálgico, pero también preciado. A todas luces, una de las pintoras más influyentes en el hoy del arte mexicano e internacional del siglo pasado.
Sergi Garcia