Berlín (dpa) – Montañas, ríos, ciudades y parques nacionales llevan su nombre: Alexander von Humboldt (1769-1859) fue sin duda uno de los científicos más destacados del siglo XIX.
Como ningún otro antes de él, este erudito logró modelar, con sus observaciones científicas, la concepción de la naturaleza de las generaciones que le sucedieron.
«Todo está entrelazado con todo»: Humboldt estaba convencido de que nuestro medio ambiente sólo puede ser visto en conjunción con las actividades humanas.
Ya se trate de la biodiversidad, la conservación de los recursos o el cambio climático, en el año del 250 aniversario del natalicio de Humboldt, los hallazgos de este brillante hombre de ciencias son más actuales que nunca.
«Su complejo y sistémico pensamiento se adapta perfectamente a nuestro tiempo», dice el filólogo romanista Ottmar Ette, de la Universidad de Potsdam.
El coeditor de varias revistas de estudios literarios explica que Humboldt era ambas cosas: científico naturalista y social, así como aún hoy en día una punta de lanza en la ciencia —desde la investigación climática hasta la antropología-.
Curiosidad y capacidad de entusiasmo fueron la motivación de Humboldt, que para llevar a cabo sus exploraciones en el continente americano realizó enormes esfuerzos y pasó por incomodidades que hoy en día, en tiempos de vacaciones de aventura y turismo de masas, son difícilmente imaginables.
A pie, a lomo de mula o en canoa recorrió miles de kilómetros entre el Caribe y los Andes. Después de Cristóbal Colón, es considerado el «segundo descubridor de América».
En compañía del botánico francés Aimé Bonpland (1773-1858), Humboldt atravesó la selva amazónica. Los mosquitos y el miedo a la malaria constituyeron los desafíos menores. Fueron sus experimentos con curare y los ataques de cocodrilo los que le llevaron varias veces al borde de la muerte.
En lo que hoy es Ecuador escaló el volcán Chimborazo. En junio de 1802, Humboldt y Bonpland llegaron, con un frío abrasador y bajo los efectos del aire enrarecido, a los 5.900 metros de altura, récord de altitud en la época.
Su famoso «Naturgemälde», un mapa botánico del Chimborazo donde Humboldt registra la distribución de numerosas especies de plantas, sigue siendo de interés científico.
Humboldt, hijo de un oficial prusiano, perteneció a una clase acomodada. En el palacio familiar del barrio de Berlín-Tegel, que aún es propiedad y residencia de descendientes de la familia Humboldt, él y su hermano mayor, Wilhelm (1767-1835), disfrutaron de la mejor educación que se podía obtener en aquella época.
Si bien estricta, su madre siempre se aseguró de que los dos hermanos tuvieran en casa excelentes maestros.
Wilhelm advirtió ya muy temprano que Alexander era capaz de establecer vínculos entre las observaciones que realizaban durante sus paseos por el bosque de Tegel. «Este don de la combinatoria lo distingue hasta el final de su vida», asegura Ottmar Ette. «Hoy, a esto le llamamos conectividad ecológica».
Durante sus estudios de Economía en Fráncfort del Oder y más tarde en la Escuelas de Minas de Freiberg, Humboldt perfeccionó sus habilidades para la observación de la naturaleza. Llevó a cabo experimentos en su propio cuerpo, anotando, por ejemplo, cada detalle sobre el desarrollo de un eczema en su piel.
Las heridas se infectaban, pero Humboldt celebraba sus hallazgos, escribe su biógrafa, Andrea Wulf. A la edad de 22 años, Alexander fue nombrado asesor en el Departamento Prusiano de Minas. Entre otras cosas, inventó una lámpara de minas que emitía luz a gran profundidad incluso con poco oxígeno.
Pero la ambición de Humboldt se centraba en los viajes científicos. En Londres y París intentó primero conseguir un pasaje de barco a América: en vano, debido a los riesgos que representaban las guerras navales y los piratas. Finalmente, el rey español le otorgó el permiso para viajar a la Nueva Andalucía, actualmente Venezuela.
Para financiar su viaje, recurrió al legado de su madre. Cargado de instrumentos de medición —sextante, catalejo, telescopio, cronómetro marino, barómetro y termómetro— llegó en 1799 a bordo de la fragata «Pizarro» a Cumaná, en el oriente venezolano.
Se quedó embelesado con el paisaje. «Hemos estado caminando como locos hasta ahora», le escribió a su hermano.
Otra experiencia que le dejó profundas huellas fue el mercado de esclavos de Cumaná, donde se comerciaba con la gente «como en el mercado de caballos». «No hay duda de que la esclavitud es el mayor de todos los males que han afectado a la humanidad», escribe más tarde en un ensayo sobre Cuba.
Humboldt y Bonpland viajaron durante cinco años entre el Caribe y los Andes. «Siento que estas impresiones continuarán animándome en el futuro», le escribe a un amigo. Según el catedrático Ette, el científico había quedado extasiado por la abundante naturaleza y aquella mezcla de Jardín del Edén y Eldorado.
En fatigosa navegación realizada en piraguas, Humboldt, Bonpland y sus ayudantes locales descubrieron también la conexión entre los ríos Orinoco y Amazonas. Cartografiaron el paisaje, confeccionaron registros de las plantas y los animales.
Incansable continuó Humboldt su ruta y se dirigió a Cuba y México, donde exploró la corriente fría que fluye en dirección norte a lo largo de la costa occidental de Sudamérica, que hoy lleva su nombre.
Los hallazgos de Humboldt llegaban a Europa acondicionados en cajas: muestras de piedras, plantas, animales y objetos culturales. A su regreso, el explorador científico fue recibido con todos los honores.
En Berlín, sus conferencias se convirtieron en la comidilla de la ciudad. Durante los últimos 25 años de su vida se dedicó a redactar sus 30 volúmenes del «Viaje a América», monumental síntesis de sus periplos. «Cosmos», otra de sus grandes obras, recoge su viaje a Siberia y Rusia además de todos los conocimientos de la época.
Tras una breve estancia en Berlín, Humboldt se instaló en París tras renunciar a diversos nombramientos que le había ofrecido el rey de Prusia. Su actitud progresista y liberal lo hacía reticente a vincularse con la corte prusiana.
Su inquieto espíritu lo llevó a forjar planes para una expedición a la India y al Himalaya. Su sueño nunca se realizó: los británicos y portugueses no querían dejar entrar en sus territorios a un crítico del colonialismo.
En 1848, en Berlín, fue testigo de los movimientos revolucionarios en toda Europa. Anhelaba una Alemania unida, pero nunca dejó de ser un cosmopolita. Cuando, en la primavera boreal de 1849, se hizo evidente el fracaso de una monarquía constitucional en Alemania, Humboldt se hundió en el pesimismo.
Durante su vida en París había visto marchitarse los ideales de la Revolución Francesa con su desenlace contrarrevolucionario y la dictadura de Napoleón Bonaparte.
También había vivido de cerca cómo el héroe de la independencia latinoamericana Simón Bolívar (1783-1830) se convertía en dictador después de su lucha contra los gobernantes coloniales españoles.
No obstante, el ansia de reformas de la gente nunca se extinguirá, plasmó en un escrito a la edad de 80 años.
Ottmar Ette escribe que Humboldt es difícil de encasillar políticamente, y explica que, si bien fue utilizado ideológicamente por la República Democrática Alemana (RDA) como precursor de un mundo globalizado, afortunadamente, su nombre nunca figuró en el discurso nacionalista.
A la muerte de Humboldt en 1859, el rey prusiano Federico Guillermo IV rindió homenaje al republicano Humboldt como «el hombre más grande desde el Diluvio». Diez años después de su muerte, en el centenario del nacimiento de Humboldt, ciudadanos de todo el mundo recordaron al «mayor explorador que jamás haya existido» (Charles Darwin).
Por Esteban Engel (dpa)