Rangún (dpa) – Desde la entrada principal del zoológico de Rangún, capital de Myanmar, un sendero sinuoso conduce primero junto a las jaulas de una bulliciosa camada de oseznos y después al recinto donde residen unos buitres plumosos, antes de llegar a un patio sombreado en cuyo extremo más alejado se encuentra un edificio indescriptible.
En una sala semi iluminada en la planta baja del edificio, los objetos de marfil se alinean en las paredes y el esqueleto de un elefante se eleva por encima de un grupo de jóvenes visitantes. En el suelo se encuentra una escultura de plástico de un paquidermo cuya desollada piel gris deja a la vista su musculatura sangrienta.
El Museo del Elefante en Myanmar, abierto hace apenas unos meses, es el último intento del gobierno birmano y de grupos conservacionistas para confrontar a la opinión pública con la preocupante disminución de la población de elefantes salvajes del país.
Myanmar tiene una de las mayores poblaciones mundiales de elefantes asiáticos salvajes, con unos 1.400 ejemplares que deambulan por las selvas y otros 5.000 en cautividad. Estas comunidades están amenazadas desde hace tiempo por los cazadores furtivos en busca de marfil, que se ganan la vida asesinando elefantes machos adultos y vendiendo sus preciosos colmillos.
La industria maderera y la agrícola representan también una grave amenaza: la destrucción de la selva -el hábitat de los elefantes- provoca que los paquidermos entren en conflicto territorial con comunidades humanas, a menudo con resultados mortales.
«El hábitat (del elefante) en Myanmar, como en muchas otras partes de Asia, se ha fragmentado, y se ha relegado a los paquidermos a pequeñas áreas selváticas próximas a aldeas», afirma Christy Williams, director de WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, por sus siglas en inglés) en Myanmar, organización que ha aportado fondos para la apertura del museo.
«Perder el hábitat puede llevar a los elefantes a migrar en búsqueda de comida a lugares donde nunca antes habían estado», agrega. «Otra de las causas que puede llevarles a migrar son los cazadores furtivos. Cuando son perseguidos, los elefantes huyen de la selva en búsqueda de hábitats más seguros».
La amenaza a los elefantes de Myanmar se ha convertido en un problema existencial en los últimos años, con un incremento de la demanda de otros órganos, tejidos o partes del paquidermo, principalmente la piel. Tanto en Myanmar como en China, la piel de elefante seca se vende por pulgada cuadrada como ingrediente de medicinas tradicionales. La piel endurecida y pulida en forma de cuentas se comercializa como artículo de joyería.
Los medios de comunicación de Myanmar publican regularmente fotos de los restos rosados de elefantes a los que los cazadores furtivos les han arrancado la piel. La escultura del paquidermo desollado del museo obliga a los visitantes a enfrentarse a esta macabra realidad.
«A raíz del fuerte incremento de la demanda de piel de elefante en 2017 y 2018, los cazadores furtivos empezaron a atacar a familias enteras de paquidermos, incluidas las hembras y las crías, que hasta entonces habían estado a salvo por carecer de colmillos», asegura Ye Min Thwin, responsable de comunicación de la sección de WWF en Myanmar.
«En 2017 la tasa de matanza llegó a ser de un elefante por semana. De mantenerse semejante cuota los elefantes salvajes birmanos se extinguirán en apenas unos años».
Ante el incremento de la caza furtiva, las autoridades de Myanmar endurecieron la ley contra esta industria ilegal millonaria.
El pasado año, el Gobierno promulgó una nueva normativa de biodiversidad y conservación que castiga con diez años de prisión a los compradores y vendedores de productos procedentes de la fauna silvestre. Ye Min Thwin afirma que esta nueva legislación es una de las más duras contra el comercio de animales salvajes en la región asiática.
Detener el comercio ilegal de animales requiere también de un cambio cultural. Según los responsables del museo, habría menos productos de elefantes en el mercado si comprarlos y venderlos estuviese menos aceptado socialmente.
«Sensibilizar a la opinión pública es una parte importante dentro de una estrategia más amplia para hacer frente al comercio ilegal de partes del cuerpo de los elefantes», asegura Ye Min Thwin. La concienciación entre las comunidades rurales facilita el trabajo del personal gubernamental de protección de paquidermos, añade.
«La concienciación entre propietarios de las tiendas reduce los puntos de venta de los productos, y la concienciación del público en general ayuda a la gente a tomar decisiones informadas sobre los productos que compran y a comprender la necesidad de prohibir el comercio y proteger a los elefantes, sus tesoros nacionales», señala.
La apertura del museo es la continuación de una serie de pequeñas victorias del movimiento de conservación de la fauna salvaje de Myanmar en los últimos años.
En 2018, el grupo ecologista «Voces para los Momos» -los elefantes son conocidos como «momos» en el país- organizó en Rangún junto a varios artistas famosos el primer festival de música para proteger la fauna silvestre. Meses más tarde, la venta de productos de animales salvajes matados en forma ilegal fue prohibida en toda Rangún y sus alrededores.
Según la sección de WWF en Myanmar, en el último año no hubo caza furtiva en dos de los principales enclaves en los que solía llevarse a cabo. A medida que aumenta el consenso público sobre la necesidad de luchar contra la caza furtiva, el Museo del Elefante ofrece un rayo de esperanza para el futuro.
«El museo muestra a los visitantes cómo vivían nuestros antepasados con estas magníficas criaturas y lo importantes que son los elefantes desde el punto de vista ecológico y cultural», explica Ye Min Thwin.
«Mostramos cómo los elefantes de hoy en día luchan por su supervivencia, los esfuerzos de conservación que hacemos para salvarlos y cómo quienes visitan el museo pueden participar activamente en su protección, renunciando a comprar productos de elefantes u otros animales salvajes, y difundiendo este mensaje».
Por Jacob Goldberg
Foto: Jacob Goldberg/dpa