(dpa) – Y de nuevo las manos sudan, se siente un nudo en el estómago, el corazón late con fuerza y surge esa pregunta punzante: ¿Qué pasa si alguien se da cuenta de que no puedo hacer todo esto? Dudar de uno mismo suele ir acompañado de nuevos retos como puede ser una entrevista de trabajo, un nuevo trabajo o hablar frente a un público numeroso.
«Dudar de uno mismo es completamente normal, eso es lo que sienten todas las personas que se incorporan a un nuevo puesto», dice Monika Klinkhammer, supervisora y «coach» en Berlín. Pero estas dudas acompañan de por vida a algunas personas que cuestionan constantemente su eficiencia y ello se convierte en agonía.
Este fenómeno se denomina síndrome del impostor, pero en realidad no es ningún síndrome. «No es un trastorno o una enfermedad, sino un rasgo de la personalidad», explica Sonja Rohrmann, profesora de psicología en la Universidad de Fráncfort, que ha escrito un libro sobre el tema.
Rohrmann, que evita denominarlo síndrome, explica que esta característica de la personalidad se conoció en la década de 1970. Fue entonces cuando los científicos escribieron por primera vez sobre personas de mucho éxito pero que en realidad sentían que era un error que tuvieran tanto reconocimiento profesional.
Los que padecen el síndrome del impostor no pueden reconocer su propio éxito como un hecho, sino que lo atribuyen a circunstancias externas. Los afectados viven con el temor constante de que algún día alguien se dé cuenta de que no pueden lograr todo lo que su entorno les atribuye.
Las causas del síndrome del impostor pueden ser múltiples. «Se trata de una interacción entre una predisposición, es decir, una estructura de personalidad que es bastante ansiosa, emocionalmente inestable o introvertida, y ciertos factores del entorno», señala Rohrmann.
La ciencia está trabajando actualmente en el supuesto de que ciertas estructuras familiares pueden alentar el desarrollo de estos factores, como cuando «hay un requisito de rendimiento muy alto en la familia y los niños tienen la sensación de que el valor de su persona depende de su rendimiento», agrega.
La atribución de roles puede exacerbar el síndrome del impostor. Si, por ejemplo, el papel de la persona inteligente en la familia ya está ocupado y la persona en cuestión es considerada encantadora o bonita, «entonces puede surgir la sensación de que uno no merece el papel del propio éxito, porque los otros son realmente los listos y los inteligentes», explica la profesora.
Según la psicológica Gunta Saul, dudar de uno mismo puede estar relacionado con la posición que uno cree que tiene que alcanzar en la vida. «Podría ser, por ejemplo, que uno crea que tienes que ser indiscutiblemente el mejor y además conseguirlo de forma fácil».
Dependiendo de la gravedad del síndrome, puede provocar estados de ánimo depresivos. El perfeccionismo y la necesidad de mantener la fachada aparente pueden desencadenar una locura de trabajo, incluso hasta el punto de llegar a la extenuación. Pero la psicóloga Saul ha observado que las personas a menudo ni siquiera se dan cuenta de que están sufriendo ese síndrome. Como coach, se apoya en métodos como los diarios de trabajo. «Para darse cuenta de que lo conseguido no cayó del cielo en absoluto», explica.
Según Monika Klinkhammer, ayuda darse cuenta que muchas personas ya le han reconocido a uno los méritos propios y que, por lo tanto, ese éxito no puede ser una coincidencia. Además, hablar con personas de confianza puede servir para «relativizar la situación»: por un lado para obtener coraje y por otro lado para recibir opiniones honestas al respecto.
Puede que uno, por ejemplo, crea haber hecho mal una exposición. Sin embargo, «en la mayoría de los casos las personas que nos rodean ven las cosas de forma diferente a nosotros, insiste Klinkhammer.
Por Anke Dankers (dpa)