Donetsk, 11 may (dpa) – Para los separatistas del este de Ucrania el referéndum independentista de hoy es una fiesta. El gobierno de Kiev lo considera sin embargo una campaña «para ocultar crímenes», aunque no pudo hacer nada para evitarlo.
Los activistas prorrusos se dirigen a votar vestidos de camuflaje y con el Kalashnikov al hombro. Por todas partes hay urnas transparentes, incluso al aire libre. En ellas, la bandera de la autoproclamada «República Popular de Donetsk» tapa a la ucraniana.
Todo parece improvisado. Y no es de extrañar, ya que los separatistas prepararon a toda prisa su referéndum, que no reconoce gran parte de la comunidad internacional. Apenas tienen infraestructuras y los registros electorales son de 2012, como reconoció el «presidente de la junta electoral» de la «República de Donetsk», Roman Liagin. Tampoco ayuda la «operación antiterrorista» lanzada por el gobierno de Kiev. Pero a pesar de todo, los separatistas aseguran que el 80 por ciento de los locales electorales abrió sus puertas.
Sin embargo, la prensa cercana a Kiev asegura que en muchos lugares es imposible votar. En Mariúpol, en el sureste del país, habría tan sólo cuatro centros de votación para más de 200.000 personas. Parte de los votantes rellena las papeletas sobre las propias urnas y la puerta parece abierta para que se den casos de fraude electoral.
«Incluso los habitantes de Honduras pudieron votar», se burlaba el portal de Internet Nowosti Donbassa. Pero ese sarcasmo inquieta tan poco a los habitantes de la región como las acusaciones del gobierno de Kiev, que calificó de «farsa» la votación, o las críticas de Occidente.
Según Liagin, hay una inmensa afluencia. Tanta, que a primera hora de la tarde ya anunció una participación del 50 por ciento en la región de Donetsk. En la vecina Lugansk habría acudido a las urnas incluso un 75 por ciento de los votantes. En las fotografías e imágenes de televisión pueden verse largas filas ante los locales electorales.
«La gente se alegra, sonríe», explicó el diputado ucraniano Oleg Zarjov a la agencia rusa Itar-Tass. «El referéndum es una gran jornada festiva», aseguró.
Los votantes también se aglomeran ante las urnas en Mariúpol. Una mujer embarazada se santigua antes de entregar su voto. «Mi hijo crecerá en una nueva república», afirma sonriente ante las cámaras. Alrededor, varias personas enseñan sus documentos de identidad ucranianos, para demostrar que no son provocadores rusos.
«El fascismo no tiene aquí ninguna posibilidad», afirma un hombre. Según la prensa estatal rusa, los responsables de los recientes enfrentamientos mortales en el centro de la ciudad son «fascistas» enviados por el gobierno pro-occidental. Esa información cala en muchos, algo que contribuye a que gran parte de la población del sureste haya perdido hace tiempo la confianza en el gobierno de Kiev.
«¿Apoya el acta de independencia de la República Popular?». Esa es la pregunta que aparece en las papeletas del referéndum. Y muchos votantes muestran ante las cámaras la cruz al lado del «sí».
La situación está clara para las autoproclamadas autoridades de la región incluso antes de que termine la votación. «Ahora que hemos asumido la responsabilidad tenemos que crear rápidamente estructuras estatales y una fuerza militar», afirmó Denis Pushilin, uno de los líderes separatistas. Por el momento no está prevista una adhesión a Rusia.
El gobierno central ya perdió el control en muchos lugares. Por ejemplo en la ciudad de Lugansk, de más de 420.000 habitantes, en manos de los separatistas armados desde hace tiempo. Los prorrusos patrullan las calles en coches civiles y los defensores de los derechos humanos denuncian sus actos violentos y arbitrarios. Quien se manifiesta abiertamente en contra de las nuevas autoridades o a favor de la unidad de Ucrania corre peligro.
Los separatistas y el gobierno de Moscú niegan que el Kremlin esté detrás de las «Repúblicas Populares». Para el autoproclamado «gobernador popular» Pavel Gubarev esto es sólo un primer paso. Gubarev sueña con establecer un nuevo estado en el sureste de Ucrania: Novorossiya. O lo que es lo mismo, Nueva Rusia.
Por Benedikt von Imhoff