Ormoc (Filipinas), 13 nov (dpa) – La paciente debe ser sometida a una césarea de manera urgente. Nimfa Inopiquez llama a su colega y le da instrucciones para que organice, como sea, el traslado a otro hospital. «Aquí no puedo hacer nada por ella», afirma la partera mientras observa cómo la mujer en estado avanzado de embarazo es trasladada en una Rikscha.
Y ya debe dedicarse a su próxima paciente. Inopiquez, de 46 años, trabaja de matrona en un hospital de la ciudad de Ormoc en la isla filipina de Leyte, devastada por el tifón «Haiyan».
Sobrevivió al tifón en su residencia, agachada tras una pared y muerta de miedo. Las astillas de vidrio de los cristales le volaron por encima, mientras el devastador huracán arrasaba la ciudad, arrancaba los tejados y cortaba la electricidad.
De todas maneras, apenas un par de horas después, ya se encontraba otra vez en la maternidad. Desde entonces trabajó sin parar, descontando una breve visita a su familia, que gracias a Dios sobrevivió.
El hospital en Ormoc sufrió graves daños: las ventanas están rotas y el suelo inundado. No hay electricidad, varias camas se encuentran empapadas por la lluvia. Y los médicos y enfermeros estuvieron al tope de su capacidad atendiendo heridas cortantes, fracturas de huesos y contusiones.
Cosieron heridas a la luz de las velas y esterilizaron instrumentos con productos domésticos de limpieza, porque las existencias de la clínica se agotaron rápidamente. Hasta ahora el hospital no recibió ayuda externa.
La partera se preocupa por las parturientas y los recién nacidos: «Se encuentran junto a los pacientes de trauma, que tienen heridas abiertas. Tengo miedo de que se infecten». Por esa razón envía a las mujeres lo antes posible a sus casas, siempre y cuando aún tengan un techo.
Desde el devastador paso del tifón, Inopiquez ayudó a que llegaran más de ocho bebés al mundo. Solamente el primero falleció. El terrible viento elevó a su madre a punto de parir por el aire y la derribó. Posteriormente fue llevada al hospital, pero «el bebé no sobrevivió», lamenta.
Luego de que Inopiquez enviara a la paciente de la césarea a otro hospital, ya la aguarda la próxima embarazada. Una hora después, la partera emerge sonriente de un estrecho cuarto: acaba de nacer un varón.
Inopiquez confía en volver a ver algún día a esos niños, pero «bajo circunstancias mejores y más alegres».
Por John Grafilo