Madrid, 10 oct (EFE).- «La experiencia en solitario ha sido extenuante», dice a Efe Martín Chirino, el escultor del hierro, las espirales y el viento, que el próximo domingo leerá su discurso de ingreso, titulado «La Fábula del Herrero», en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
A punto de cumplir noventa años, Chirino cree que ha exprimido la vida en la medida que ha podido, aunque puntualiza que «no cabe duda de que la experiencia en solitario ha sido extenuante».
La historia de Martín Chirino, considerado el escultor español vivo más reconocido internacionalmente, es la de un niño solitario que quería «mover la línea del horizonte» en la playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria.
Un niño, prosigue, que emprende el camino y sigue hasta el final por los difíciles y complejos caminos del arte hasta conseguir dibujar en el aire con el pesado hierro.
«He apostado de manera decidida por aquello que quería asumiendo, por lo tanto, también sus consecuencias», y «si miro hacia atrás el camino recorrido desde la perspectiva de este presente yo soy de los que creo que todo lo que me sucede es lo mejor que me puede suceder. Hay en mi un cierto estoicismo que me protege de todo sinsabor».
Después de años, Martín Chirino (Las Palmas, 1925) se ha dejado seducir por la Academia de Bellas Artes de San Fernando y el pasado mes de febrero fue elegido académico honorario a propuesta de Francisco Calvo Serraller, Venancio Blanco y Juan Bordes, que será quien responda a su discurso.
«Mi ingreso era un proyecto demorado y al final el honor, como a todos, me ha hecho vulnerable», dice el escultor, quizá pensando en otros artistas que acabaron en la Academia y que como él pertenecieron también a El Paso, el grupo de la Generación de los años 50 que se opuso al academicismo, revolucionó el arte español y queriendo cambiar el mundo abrió las fronteras de la España oscura del franquismo a la vanguardia y la modernidad.
Por eso su discurso, «La Fábula del Herrero», versará, dice, sobre «lo que yo he sido, siguiendo el ejemplo de mis antecesores, los grandes forjadores de la historia del hierro en convivencia y con el conocimiento de ellos he querido crear una fábula como un proyecto de la búsqueda de la felicidad».
Un herrero que con su fragua, yunque y martillo forja la utopía de su vida, una fábula que narra la historia de las raíces del escultor, del hombre que soñó de niño, tumbado en la arena de la playa de las Canteras que la línea del horizonte podía moverse.
«Y este sueño ha sido la causa de tantas preocupaciones para mi, desvelos y desvelos en el camino de ida y vuelta», recuerda ahora.
Sus obras, sus espirales, vientos, afrocanes, aeróvoros, alfaguaras o árboles, hunden sus raíces en sus orígenes, en esta fábula que comenzó en los astilleros del Puerto de la Luz, donde trabajaba su padre y donde él admiraba de niño los cascos de hierro de los barcos.
La espiral la descubrió en la Playa de las Canteras de su ciudad natal, lugar donde se reunía con Manolo Millares y el poeta Manuel Padorno. Los vientos levantaban la arena en remolinos formando espirales, que luego encontró grabadas por los primeros pobladores de las islas, los guanches, en las rocas basálticas del Julan o la Zarcita.
Le gusta decir que es un escultor de una sola espiral, de una sola escultura, porque siempre alrededor de la espiral y con ese esfuerzo a través de los años ha conseguido una diversidad, una serie de interpretaciones de lo que es la ondulación del espacio y la maleabilidad del hierro.
La espiral que los faicanes, jefes de las tribus aborígenes de Canarias, ofrecían como elemento mágico en el ritual del ascenso a las cumbres más altas de la isla para observar y adorar las estrellas. Hoy sabemos que veían en el cielo las galaxias que se movían en forma de espirales y que luego ellos las representaban.
La Espiral del Viento, cerrada y llena de la fuerza muscular del herrero, que se extenderá después en los aeróvoros, como la línea del horizonte que soñó, un canto a la libertad, sutiles y alados, el vuelo del hombre en busca de su identidad.
«Es evidente que existe una taumaturgia del hierro junto al hombre que soy y sus aspiraciones», dice el artista, que con el lema de «menos es mas» ha intentado conseguir un máximo de expresión con un mínimo de materia, una obra escultórica de la modernidad.
El sueño de mover la línea del horizonte le llevó, ávido de conocimiento, a otros mundos, al triunfo en Nueva York, pero antes a Italia, Inglaterra y París.
En Madrid estudio Bellas Artes y en Cuenca aprendió a forjar el hierro. Había decidido ser escultor herrero, continuador de la tradición escultórica más antigua, heredero de Hefestos, forjador del escudo de Aquiles, y trabajar en la fragua y en el yunque, con el martillo y las tenazas, herramientas que son una prolongación de la mano del hombre.
¿Y quién es ahora Martín Chirino? «Soñador impenitente -asegura- Siempre el mismo, Martin Chirino».
¿Ha conseguido cerrar la espiral de su vida? «Esa es la gran incógnita, ¿quién conseguirá desvelarla?, esa es la pregunta», remata.
