Manuel Villar, toda una vida rodeada de juguetes y de Scalextric

5920913wSantiago de Compostela, 7 feb (EFE).- Manuel Villar, propietario de una juguetería, pertenece a la quinta que creció sin Nintendo, PlayStation y Wii. Este gallego se enganchó a otro juego que quizás los niños de ahora no valoran, el Scalextric, una afición en la que se inició con 9 años y siguió hasta recopilar, con 58 cumplidos, más de 550 automóviles.

Cuando era un niño le regalaron uno y descubrió su pasión por los coches en miniatura: «Cuando me daban un dinerito por mi cumpleaños o por Reyes lo iba ahorrando para comprar un coche nuevo», recuerda en una entrevista con Efe.

Su colección fue creciendo tanto que hoy en día ostenta una de las mayores de Galicia: posee más de 550 automóviles, con algunos emblemáticos como el Toyota de Carlos Sainz y otros irrepetibles que salieron al mercado rotulados pero rápidamente fueron retirados.

«Prácticamente tengo todos los modelos que se fabricaron hasta hace diez años, pero por ahí hay chalados del Scalextric, entre comillas, que tienen todos los modelos y en varios colores», señala Villar, quien tiene especial predilección por los Minis, los Seiscientos y el Jaguar.

Este gallego, que ha participado en algún campeonato de España de Scalextric, desmiente el mito de que los coches de Fórmula 1 son los que más corren en las pistas: «Pesaban tan poquito que en las rectas iban muy bien, pero luego en las curvas se salían… disparados».

De su infancia también rememora «aquellas carreras que hacíamos echando en la pista cola-cao para que pareciese barro o crema de afeitar y con la idea de simular que estábamos compitiendo en la nieve».

Las primeras unidades de Scalextric son tan escasas que ni la crisis económica ha conseguido que los coleccionistas las vendan: «Se pueden encontrar coches de los últimos, pero el que tiene un clásico no lo vende, ese es como un tesoro que te guardas para ti», revela Villar, quien ve enormes diferencias entre los gustos de los niños de antes y los actuales.

«A lo que jugábamos nosotros antes no tiene nada que ver con lo que juegan ahora los niños, y mucha culpa la tenemos los padres porque lo más cómodo es enchufarle la PlayStation y tenerlo cuatro horas delante del televisor. Los niños de ahora son autistas de la pantalla, se ponen a jugar solos con la maquinita», denuncia.

Manolo, como lo conocen sus amigos, regenta en la capital de Galicia un bazar de juguetes que heredó de sus padres, quienes a su vez habían relevado en el negocio a sus abuelos y éstos a sus bisabuelos.

«El próximo año cumplimos 150 vendiendo juguetes en el casco histórico de Santiago», dice orgulloso. «Los dos grandes enemigos que tiene la juguetería tradicional son la electrónica y la televisión. Las consolas y sobre todo las tablets fueron un furor», remarca Villar.

Su hijo no ha heredado el gusto por el Scalextric, pero si le garantiza el futuro del negocio: «Estudió una carrera universitaria pero ha querido venir a trabajar aquí», cuenta su padre.

Durante la Navidad el ritmo de trabajo en las jugueterías es frenético. Ni la crisis cambia las costumbres, aunque, como reconoce Villar, las ventas han bajado.

Más de la mitad de su producción se comercializa en dos semanas al año. Es la famosa estacionalidad del consumo, que los productores y vendedores intentan borrar del mercado, pero que regresa como un boomerang cada temporada.

«Los juguetes no son sólo para Navidad, pero esa costumbre es difícil de cambiar», apunta.

Villar no cree que los juegos tradicionales como el parchís, el ajedrez o el monopoly vayan a desaparecer en el futuro, aunque sí destaca el poder de captación que tiene la televisión: «Hace 25 si un niño se ponía a jugar con una cocina ya se decía que estaba saliendo rarito. Sin embargo, ahora como hay programas de cocina en la televisión ya se ve de otro modo. Un ejemplo lo vivimos estas pasadas Navidades con el programa Master Chef Junior. Su éxito televisivo provocó que muchos padres viniesen preguntando por juegos que hiciesen helados, dulces, gominolas», revela Manolo, quien adorna las estanterías de su negocio con sus cientos de coches de Scalextric, aquellos con los que jugó de pequeño y todavía se sigue divirtiendo con 58 años.

Por David Moldes.