Islamabad, 10 oct (dpa) – A sus 17 años, Malala Yousafzai no es una adolescente más. La ganadora más joven de un Premio Nobel se convirtió en un icono hace dos años, cuando sobrevivió a un ataque de los talibanes en su Pakistán natal. Tras ser una de las favoritas en 2013, hoy fue reconocida con el Nobel de la Paz, que comparte con el activista indio Kailash Satyarthi por su lucha por los derechos de los niños.
Desde aquel 9 de octubre de 2012, la vida de Malala cambió drásticamente: habló ante las Naciones Unidas, recibió premios internacionales, fue recibida en la Casa Blanca por el presidente estadounidense, Barack Obama, y en Buckingham Palace por la reina Isabel II.
Esta joven inteligente, sensata y madura sigue enfrentándose valientemente a los talibanes. «Volveré a Pakistán y me convertiré en política», dijo al canal de televisión BBC.
En sus discursos, consigue hacer reflexionar incluso a los políticos, diplomáticos y empresarios más experimentados. «Nos damos cuenta de lo importante que es nuestra voz cuando nos hacen callar», escribió en su libro «I am Malala» («Yo soy Malala»).
La premio Nobel más joven del mundo se dio a conocer con tan sólo 11 años. Utilizando un seudónimo escribió un diario para la cadena BBC en urdu en el que relataba cómo era vivir bajo la sharía (ley islámica) y hablaba sobre la guerra y los asesinatos en el valle de Swat.
La zona había caído hace tiempo en manos de los talibanes, cuya estricta ley castiga que las mujeres reciban educación. El padre de Malala, director de una escuela en el valle del Swat, siguió mandándola a clase a pesar de todo.
Malala reveló su verdadera identidad cuando los talibanes quedaron oficialmente expulsados de la zona. Los «luchadores de dios» se sintieron tan provocados por su gesto que volvieron y abordaron su autobús escolar. «¿Quién es Malala?», dicen que preguntó uno de los atacantes. Después le disparó a sangre fría a la cabeza. El padre, Ziauddin, se siente todavía hoy atormentado: «Era mi escuela, era mi autobús escolar».
Después siguió una odisea con varias operaciones de urgencia… y finalmente Malala se despertó en un hospital británico, en Birgimgham. Tuvo suerte: la bala le atravesó el cráneo pero no le dañó el cerebro. En su rostro todavía se observan cicatrices y tiene problemas de oído.
Malala tuvo que luchar por su vida y ahora lucha por los demás. Su último cumpleaños lo pasó en Nigeria, donde mostró su apoyo por las niñas secuestradas por la secta extremista Boko Haram.
En Pakistán se convirtió en una heroína. «Es genial», afirma una de sus antiguas compañeras de clase. «Todas queremos ser como ella. Su valor y su confianza es una verdadera inspiración», asegura la joven, que sin embargo no quiere dar su nombre por miedo los talibanes.
La familia de Malala espera que pueda volver pronto a casa. «Para nuestra familia es muy especial», explica su primo, Mahmood ul Hassan Yousafzai. «Lo más importante para nosotros es que haya sobrevivido tras el horrible ataque», asegura.
La lucha de Malala parece dar frutos al menos en el valle del Swat. Según cifras oficiales, este curso se matricularon 140.000 niñas en escuelas estatales, explicó Yamaluddin Khan, del diario «Dawn». Hace dos años la cifra era de sólo 99.777. «Malala, su campaña y el ataque que sufrió seguramente fueron factores para ello», agregó.
Los talibanes destruyeron 119 escuelas de niñas durante la época en que controlaron el valle del Swat, entre 2007 y 2009. Desde entonces fueron reconstruidas más de la mitad, afirmó Khan.
Pero Malala todavía tiene muchos enemigos en su país natal. «Pakistán no la valora tanto como el resto del mundo», asegura la antropóloga Samar Minallah. «Algunas personas están sembrando confusión respecto a sus motivaciones», explica.
Algunos escépticos han sugerido que la joven está desarrollando un plan «anti-islam» diseñado por extranjeros. Maulana Samiul Haq, un influyente clérigo, asegura que Occidente se ha apropiado de ella para «promover sus planes malvados».
Por su parte, los talibanes han dicho que volverían a intentar matarla, al igual que asesinaron a su política preferida, la dos veces primera ministra paquistaní Benazir Bhutto.
Por Can Merey, Michael Donhauser y Zia Khan