Jolón (Israel) (dpa) – Los samaritanos le eran totalmente desconocidos. Y ahora, la ucraniana Evgenia Cohen es una de ellos.
Cohen, que antes se llamaba Luniova, sólo sabía que en Israel vivían judíos y musulmanes. De la fe samaritana escuchó por primera vez cuando en la primavera boreal de 2016 conoció a Jacob Cohen en una plataforma de citas.
Cuatro meses más tarde se mudó a Jolón, una ciudad ubicada diez kilómetros al sur de Tel Aviv. La pareja conversa en ruso y hebreo.
Los hombres samaritanos cada vez se casan más con mujeres que no pertenecen a su comunidad, afirma Reinhard Pummer, profesor emérito de estudios religiosos de la Universidad de Ottawa.
«Se trata de darle continuidad a la comunidad samaritana y la religión», señala el experto.
Los samaritanos se suelen casar ahora con mujeres de Ucrania y de otros países, entre ellos Azerbaiján y Rusia, a quienes conocen a través de diversas aplicaciones en Internet, en general foros de citas.
«A la boda invitamos a 800 personas. Así es la costumbre, la comunidad entera es bienvenida», recuerda Evgenia, de 33 años.
Vive con su esposo y su hijo en Nevé Pinjás, el barrio de los samaritanos también conocido como Samaritano, donde habitan cerca de 400 integrantes de la comunidad. Los otros 380 restantes residen en el Monte Gerizim, cerca de Nablus, en Cisjordania, allí donde comenzó la historia de su pueblo.
La parábola bíblica del buen samaritano que curó las heridas de un hombre a la vera del camino es conocida en todo el mundo. ¿Pero de dónde proviene esta comunidad?
Cuando los israelitas se dividieron en doce tribus y vagaron durante 40 años por el desierto, Josué guió a uno de los grupos hasta el Monte Gerizim, entonces en el norte de Samaria. Así lo relata Guy Jehoshua, un samaritano de Jolón que se tomó el trabajo de difundir la fe, que se diferencia del judaísmo pese a muchas similitudes.
Los samaritanos consideran al Monte Gerizim como un lugar sagrado elegido por Dios. En Cisjordania, ocupada por Israel en 1967 en la Guerra de los Seis Días, los samaritanos gozan de un estatus especial.
Los palestinos los consideran judíos. «Pero somos tolerados», afirma Jehoshua. Los samaritanos de Nablus tienen no sólo pasaporte israelí, sino también palestino.
Así viven hoy cerca de 800 samaritanos, divididos entre Jolón y Kiriat Luza, como se llama el barrio en el cerro. Unos hablan hebreo, otros árabe.
Los unen numerosas fiestas, compromisos y bodas. Para Pésaj, la celebración de la peregrinación, se juntan ambas comunidades en el monte, festejan durante toda una semana y ofrecen sacrificios de animales.
«La matanza me resultó extremadamente extraña», admite Evgenia, que entonces llevaba pocos meses como samaritana. «Las tradiciones tienen miles de años de antigüedad y no han cambiado desde entonces, pese a que nosotros llevamos una vida moderna».
Los samaritanos debieron, sin embargo, abandonar algunas tradiciones para poder sobrevivir. Un siglo atrás, la comunidad samaritana constaba de sólo 141 integrantes.
Los sumos sacerdotes, por lo tanto, decidieron permitir el matrimonio con mujeres de otras religiones. A diferencia del judaísmo, la religión de los samaritanos se transmite a través del padre.
Según indica Guy Jehoshua, hoy viven doce ucranianas en la comunidad samaritana. Todas conocieron a sus maridos a través de Internet, precisa.
Dado que los israelíes pueden casarse en su país sólo en el marco de su propia religión, Evgenia y Jacob celebraron su boda en Ucrania y solicitaron que su matrimonio fuera reconocido en Israel. En Jolón hubo luego una gran fiesta samaritana.
Los samaritanos se pueden casar hoy con «judías, cristianas, musulmanas y ateas», explica el profesor Pummer.
«La condición es, por supuesto, que las mujeres se conviertan a la religión samaritana. No hay una ceremonia formal de conversión, pero las mujeres se familiarizan gradualmente con la tradición samaritana a través de su interacción con los familiares», señala.
En cambio, las mujeres samaritanas no tienen permitido casarse con hombres no samaritanos. «Si de todas formas lo hacen, ellas y a veces también sus familias pueden ser ignoradas por la comunidad».
Por Anna Shemyakova (dpa)
Foto: Ayman Nobani/dpa