Los retos de Felipe VI: ¿Un reinado de continuidad?

6033414wprincipeMadrid, 16 jun (dpa) – El reinado de Felipe VI arranca con una importante ausencia: la de su padre, el rey Juan Carlos. El monarca que reinó en España 39 años no estará en la proclamación de su hijo, un gesto simbólico que aleja al nuevo rey de escándalos y desafectos que hundieron la imagen de la Corona.

El segundo rey de la España democrática inicia una travesía llena de retos inminentes. Y el primero y más acuciante, porque si lo supera le servirá para afrontar con más posibilidades de éxito los demás, es el de recuperar el prestigio de la monarquía.

«El desafío para el futuro rey es conseguir prestigiar una institución en este momento en que el prestigio de todas las instituciones está por el suelo», según el historiador José Álvarez Junco.

¿Supone el arranque de su reinado el inicio de una nueva era o se trata solo de un relevo en un plano de continuidad?

«Este paso (de la abdicación) representa la continuidad de esa nueva etapa que se inició en 1975», con la llegada al trono de Juan Carlos tras la muerte del dictador Francisco Franco, asegura la casa real, defendiendo la monarquía como factor de «estabilidad».

La llegada de Felipe al trono ha despertado sin embargo en un sector social la esperanza de un cambio en España con su impulso, la confianza en que la regeneración en la Corona sea la primera de las regeneraciones que están pendientes.

El desprestigio de la institución viene dado sobre todo por el caso de corrupción que protagoniza el cuñado del nuevo rey, Iñaki Urdangarin, y por el que su propia hermana Cristina fue imputada. La infanta tampoco estará en la proclamación de Felipe VI.

Hechos como la famosa cacería en Botsuana por la que Juan Carlos acabó pidiendo perdón a los españoles, su relación con la princesa germanodanesa Corinna zu Sayn-Wittgestein y sus sucesivas operaciones profundizaron el desprestigio de la Corona.

«La figura del rey (Juan Carlos) es objeto de contestación popular muy importante. Hubiera hecho un mal servicio a la Corona si hubiera seguido», en palabras del historiador Ángel Viñas.

Felipe no es parte en esos hechos que hundieron la imagen de la Corona, pero sí se ve afectado por ellos y por la desafección general a las instituciones, a las que los ciudadanos culpan de la crisis económica que aún no quedó atrás, con una tasa de desempleo del 26 por ciento y familias en situación de desesperación.

A ello se une la debilidad de los dos grandes partidos, el PP de Rajoy y el PSOE, cercenados por la corrupción y la mala gestión de sus dirigentes y con su hegemonía amenazada ahora por formaciones más pequeñas porque los ciudadanos les van dando la espalda.

El reclamo de una Tercera República ganó una visibilidad pública inusitada en el país con el anuncio de abdicación de Juan Carlos.

Las manifestaciones que exigen un referéndum sobre la monarquía no son masivas, pero sí lo suficientemente grandes como para generar en la calle un debate que está también en el Parlamento, abierto por un sector de la izquierda.

Incluso se ha abierto una división en el Partido Socialista (PSOE), el principal de la oposición, de alma republicana pero de actuación pragmática desde la transición de la dictadura a la democracia, cuando aceptó la monarquía constitucional.

En el plano territorial, el país sufre la amenaza de la secesión en Cataluña, en el noreste, con la convocatoria en noviembre de un referéndum independentista que el gobierno central rechaza y la incapacidad de su jefe, Mariano Rajoy, y de jefe del gobierno catalán, Artur Mas, de sentarse juntos a buscar una salida.

Para algunos la llegada de Felipe al trono abre posibilidades de acercamiento entre Barcelona y Madrid. La Constitución da al rey un papel de árbitro y mediador y Felipe tiene un perfil que despierta menos rechazo en Cataluña que el de su padre.

El pacto, sin embargo, dependerá al final de lo que quieran las fuerzas políticas, en este punto y en los demás, porque el rey reina, pero no gobierna, según la máxima de la monarquía constitucional española.

Por Sara Barderas