Belgrado, 25 jul (dpa) – La declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia llegó el 28 de julio en forma de telegrama y con el correo normal. El documento, firmado por el emperador Francisco José, fue de Viena a Budapest y de ahí a Semlin, el puesto más exterior de Austria-Hungría, justo frente a la capital serbia, Belgrado. Pero el gobierno serbio ya había huido al sur, ante el temor de un ataque, así que la declaración tuvo que seguir viajando.
El telegrama pasó a las 11:30 por Belgrado, donde un tal Milan Grol pudo ver su contendio por encima del hombro del telegrafista. Tras ello advirtió de inmediato al diario más importante, «Politika», que lanzó una edición especial.
La noticia corrió como la pólvora y la gente se echó a la calle para comprar pan, café, harina, azúcar o carne. También acudieron a las fuentes con todo tipo de recipientes, ante el rumor de que se iba a cortar el agua potable.
Viena le declaró la guerra a Belgrado contando con tan sólo 800 soldados en Semlin, prácticamente en la frontera con Serbia. Esta tropa, pensada para tiempos de paz, ni siquiera se había reforzado hasta los 4.000 hombres previstos para épocas de guerra.
Serbia esperaba un avance rápido por parte de las tropas austrohúngaras. Y como creía que no podría defender Belgrado, retiró de allí tanto el gobierno como el Banco Nacional y prácticamente todas las organizaciones militares.
Aquel 28 de julio el tiempo acompañó los presagios apocalípticos de la guerra, con un calor bochornoso y un cielo repleto de nubes oscuras. En el puerto del río Sava muchos serbios con pasaporte austríaco esperaban a poder ser transladados a Semlin. Al otro lado del río, miles de serbios intentaban cruzar a Belgrado.
Poco antes de medianoche los austríacos enviaron a Semlin varias tropas encabezadas por la embarcación civil «Alkotmany» para llevar suministro a las tropas del Save. Pero esas tropas fueron atacadas por unidades serbias compuestas por guardias de frontera y de ferrocarril y por policías, que ocuparon el lugar de los militares que habían sido retirados de ahí.
El capitán del «Alkotmany», Karl Ebeling (Elbling, según algunas fuentes), fue la primera víctima civil de la Primera Guerra Mundial. La segunda fue su timonel, Michael Gramsberger. Ambos fueron enterrados al día siguiente en el cementerio de Semlin con honores militares. Parte de las tropas atacadas pudieron ser rescatadas y llevadas a tierra por los marineros heridos del «Alkotmany».
En respuesta a ese ataque serbio, los barcos cañoneros austríacos que en los días previos se habían destacado en Semlin comenzaron a atacar Belgrado. El gobierno fue informado cinco horas después de los daños: se habían registrado impactos en un instituto, hoteles, el banco Serbio-Francés, algunas calles del centro y almacenes.
Entre la medianoche y las tres de la madrugada se escuchó un «violento e incontrolado fuego de infantería entre ambas partes», explica el historiador militar serbio Branko Bogdanovic.
A primera hora del 29 de julio se registraron las primeras víctimas militares en la parte austrohúngara: los soldados húngaros Pal Kovacs e Imre Veres, de 22 y 23 años. En el lado serbio el primer hombre armado que cayó fue Dusan Djonovic, que formaba parte de la tropa de seguridad del ferrocarril.
A las 2:30 de la madrugada del 29 de julio los serbios volaron el puente ferroviaro, el único que conectaba a ambos bandos. El objetivo era dificultar el avance de las tropas austríacas, pero esa primera voladura de la guerra no funcionó. Sólo una pequeña parte del puente quedó destruida y las tropas de tierra pudieron seguir utilizándolo.
Estas fueron las primeras horas de una guerra brutal que acabó con la vida de una cuarta parte de la población serbia, 1,1 millones de los 4,5 millones de serbios de entonces. Ningún otro país tuvo que lamentar una porporción de fallecidos similar. Cientos de miles perecieron por plagas, hambre o frío, y 60.000 civiles fueron ajusticiados, a menudo sin ningún tipo de juicio.
La propaganda austriaca celebró el inicio de la guerra con el lema: «Serbia debe morir». Al final, en 1918, la situación fue la contraria. A pesar de la enrome pérdida de vidas, Serbia se convertiría en la potencia dominante del Reino de Yugoslavia. La monarquía de los Habsburgo, sin embargo, tocó su fin.
Por Thomas Brey