La presencia policial altera los ánimos en «Fusion»

Lärz/Berlín (dpa) – El festival «Fusion», un evento cultural y de música alternativa que atrae a decenas de miles de personas durante cuatro días en un poblado al norte de Berlín, está soliviantando ánimos.

Esta cita, en la que se pone un especial acento en el mundo vegetariano y que se suele definir como «vacaciones comunistas», no quiere policías en el recinto, pero, ¿qué opinan de ello los habitantes de Lärz, el pequeño pueblo que la acoge?

Claudia Steinman está encantada con el «Fusion». Ella lleva el «Lidenkrug», el único bar del pueblo, ubicado a unos 80 kilómetro al norte de Berlín.

La población de apenas 500 habitantes es noticia por la polémica suscitada a raíz de la vigilancia policial en el recinto del festival.

Cada año a fines de junio (en esta ocasión entre el 26 y el 30 de junio) llegan unos 70.000 visitantes a la explanada del antiguo aeródromo para asistir a los «cuatro días de vacaciones comunistas», como los organizadores lo denominan. Y tal como los lugareños bien saben son inevitables los problemas con el exceso de ruidos y de tráfico.

Como en el «Fusion» sólo se ofrece comida sin carne, muchos de los visitantes acuden al «Lidenkrug». «La gente quiere un filete con patatas», afirma Steinemann. Al igual que muchos otros lugareños, no entiende todo el revuelo que se ha armado con la vigilancia policial en el recinto. Ella asegura que se registran más peleas en algunas fiestas del pueblo que en el festival, que atrae a personas de numerosos países, entre ellos China y Estados Unidos.

Sin embargo, el alcalde de Lärz, el conservador Hartmut Lehmann, no es de la misma opinión. «Nos gusta recibir a 70.000 visitantes, pero el pueblo tiene que garantizar la seguridad máxima», señala Lehman, de 63 años, que lleva dos décadas al frente de la administración local y conoce a fondo esta cita cultural.

No sabe si una vigilancia policial o enviar patrullas de policías es lo más adecuado para evitar lo peor. «Pero una cosa sí está clara: una pequeña parte de los asistentes no quiere ver a la policía ni en pintura», afirma. Esa gente viene de determinados ámbitos de Berlín y Hamburgo, sostiene.

El cerrajero Norbert Siewert vive cerca del recinto donde se celebra el festival. «Puedo entender a la policía. Con la cantidad de gente que se concentra no hay ninguna garantía de que se vaya a mantener la calma», señala. No obstante, agrega Siewert, el pueblo convive bien con el festival.

Su vecino, el taxista Wolfgang Heise, tiene más trabajo durante el «Fusion». Asegura que es un evento pacífico y que ya forma parte del pueblo y teme que haya problemas si la policía se presenta allí. «A mí me controlaron delante del recinto y me humillaron», comenta. Algunos agentes se aburren con la espera, añade.

El alcalde Lehmann es consciente de que hay algunos problemas. «De ello hablamos en una reunión con la policía y después todo funcionó bien», explica.

En su opinión, los organizadores de «Fusion», una asociación cultural, podrían implicarse más en el pueblo. Las ganancias del festival, donde cada entrada cuesta 145 euros (unos 162 dólares), se estiman en unos 12 millones de euros (13,4 millones de dólares), ya que hay que sumar lo que se cobra por los stands y otros ingresos. La asociación apenas paga impuestos, algo de lo que se queja el alcalde. «Tienen su propia política tributaria», asegura.

Sin embargo, la localidad de Lärz necesita ayuda. En tiemps de la Alemania comunista, mucha gente trabajaba en el astillero que cerró en los ’90. Casi la mitad del pueblo se marchó ante la falta de perspectivas laborales. Ahora hay una granja avícola, dos taxistas, un pequeño puerto donde se alquilan barcos deportivos, un camping, un hotel y un centro de equitación, pero eso no es suficiente.

Los que sí salen ganando con el festival son los supermercados, las gasolineras y las empresas de autobuses de las localidades cercanas más grandes. El alcalde confía ahora en que pronto haya una solución a la polémica con la vigilancia policial. Él ha ofrecido a los agentes un local para que se instalen allí y, si pasa algo, puedan acudir rápidamente y sin obstáculos al recinto. «Eso se debería poder arreglar», señala.

Por Winfried Wagner (dpa)

Foto: Bernd Wüstneck/dpa