Madrid, 24 mar (dpa) – Cuando el rey Juan Carlos compareció por televisión ante los españoles para lamentar la muerte de Adolfo Suárez y glosar su figura, reivindicó también su propio protagonismo en la Transición democrática de hace casi cuatro décadas en España.
«Adolfo y yo», dijo el domingo, reclamando también para sí mismo la autoría de «uno de los capítulos más brillantes de la Historia de España».
A sus 76 años, el protagonismo del monarca en la transición de la dictadura a la democracia sigue siendo su mayor capital político ante los españoles.
Con la muerte de Suárez, el hombre al que en 1976 encomendó pilotar ese proceso, él queda ahora como único gran protagonista vivo de ese episodio central en las últimas cuatro décadas de España.
La revisión de la historia que se está haciendo estos días a propósito de la muerte del primer presidente del gobierno de la democracia española le viene muy bien al monarca en uno de los peores momentos de su reinado.
El escándalo de corrupción en el que está envuelto su yerno, Iñaki Urdangarin, y que salpica también a la infanta Cristina, su hija menor, ha hundido la imagen de la monarquía española y la ha sumido en una crisis de credibilidad sin precedentes.
Una situación que ha hecho olvidar -o al menos ha situado en un plano de fondo- el capítulo de la historia de España con el que el monarca se ganó la legitimidad frente a los españoles.
«Sin duda, la Transición constituyó el fruto de muchas voluntades, cuyos intérpretes principales fueron el rey, como motor del cambio, y Suárez como conductor del proceso», escribió hoy el diario «El País» en su editorial, aludiendo a ese tándem que el monarca destacó el domingo en su mensaje a los españoles.
El rey Juan Carlos encargó en 1976 a Suárez la formación de un gobierno para conducir al país a la democracia, apenas medio año después de la muerte del dictador Francisco Franco, en noviembre de 1975.
Juntos impulsaron el proceso, en el que encontraron trabas, vivieron juntos muchos avatares y arriesgaron mucho.
«La superación de la fractura política y social que vivió la sociedad española en el siglo XX fue su objetivo prioritario (de Suárez), como lo fue también el mío», reinvindicó el rey el domingo en otro momento de su mensaje a la nación con motivo de la muerte del ex presidente del gobierno.
«Don Juan Carlos decidió jugarse la Corona al encargar a Suárez la tarea de desatascar el proceso (de transición), entregando así su confianza a un político de su generación, despreciado por la gerontocracia dominante», recordaba en ese sentido «El País».
El momento crucial en el que el monarca se ganó definitivamente el apoyo de los ciudadanos fue en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 de un grupo de militares.
Los tanques salieron a la calle en Valencia y el Congreso de los Diputados fue secuestrado por guardias civiles que, bajo las órdenes del teniente coronel Antonio Tejero, entraron disparando.
Aquel día se votaba en la cámara la investidura del sucesor de Suárez a la presidencia del gobierno español, después de que este hubiera presentado su dimisión.
Tres personas permanecieron inalterables, sentadas en su escaños, cuando Tejero ordenó a los diputados tirarse al suelo: el comunista Santiago Carrillo, el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado y Suárez, en un gesto que pasó a la historia como símbolo de la defensa de la democracia española.
Gutiérrez Mellado murió en 1995 a los 83 años; Carrillo, en septiembre de 2012 a los 97; y Suárez este domingo a los 81. El otro protagonista de la noche fue el rey Juan Carlos.
«La Corona, símbolo de permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar acciones o actitudes de personas que pretenden interrumpir por la fuerza el proceso democrático», proclamó de madrugada, en un mensaje a la nación que desactivó el golpe.
Por Sara Barderas
