Palma, 6 feb (dpa) – La imagen será insólita y el acontecimiento, histórico. La infanta Cristina de Borbón será interrogada el sábado ante el juez como imputada en el caso de corrupción que protagoniza su marido y que ha puesto a la monarquía española contra las cuerdas.
Será en una sala de vistas de los juzgados de Palma de Mallorca, presidida por un retrato del rey Juan Carlos. Durante todo el tiempo que dure su declaración, tendrá la imagen de su padre frente a ella.
Nunca antes un familiar directo del rey había sido interrogado por corrupción. Y a sus casi 49 años, ella tiene ahora que responder por posibles delitos de fraude fiscal y blanqueo de dinero.
El juez la acusa de ellos como copropietaria junto a su marido de Aizoon, la empresa a la que fue gran parte del dinero público del que Iñaki Urdangarin se apropió presuntamente junto a su ex socio al frente del Instituto Nóos, la organización vinculada al mundo del deporte que creó y que en teoría no tenía ánimo de lucro. La infanta hizo gastos personales con los beneficios obtenidos por Aizoon.
Durante unas horas será simplemente la ciudadana Cristina de Borbón. El título de infanta de España quedará en segundo plano ante el juez José Castro, uno de los magistrados más incisivos y duros de las Islas Baleares. Desde hace tiempo, el más famoso.
Un juez al que no le tiembla el pulso, protagonista del hito de imputar por primera vez a alguien de la familia real: a Urdangarin hace más de dos años, a la hija del rey en abril de 2013 y, después de que esa decisión fuera anulada, a la infanta de nuevo en enero.
La cita es a las 10 de la mañana en el edificio desde el que instruye el «caso Nóos», que desde hace más de dos años protagoniza Urdangarin. La infanta tendrá de su parte al fiscal, Pedro Horrach. La expectación social y mediática es máxima. Y aún está por ver si se expondrá a los flashes y las cámaras caminando hasta la entrada del juzgado o si hará uso del permiso que le han concedido para evitar el vía crucis llegando hasta la misma puerta en automóvil.
Las encuestas muestran una ciudadanía convencida de que la imputación de la infanta está justificada, pero también con la sensación de que la Justicia no es igual para todos. La sensación de que la hija del rey está siendo protegida.
Entre otros, por Horrach, contrario a la imputación pese a que hasta ahora su criterio y el del juez eran unánimes. También por el gobierno. «Estoy convencido de la inocencia de la infanta», dijo Mariano Rajoy hace poco en una entrevista. «Las cosas le irán bien».
Duquesa de Palma desde su boda, cuando el rey le otorgó el título, si hay que buscar el origen del vía crucis de la infanta -y del de la casa real española-, la ceremonia en la catedral de Barcelona en 1997 sería el punto de partida.
Urdangarin era entonces el yerno perfecto -apuesto, deportista, medallista olímpico, de padre banquero y madre belga aristócrata-, el marido soñado para Cristina, una mujer que quiso y logró tener una vida al margen de su papel de hija de rey.
Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, fue la primera de la familia real española con un título universitario, al que luego añadió un master en Nueva York.
En 1993 comenzó a trabajar en Barcelona en la Fundación La Caixa, que en agosto pasado le dio una vía de escape a la presión en España con un puesto en Ginebra. Una ciudad de la que regresó hace unos días para preparar la declaración del sábado.
Fue en Barcelona donde vio por primera vez a Urdangarin, jugador de balonmano del Barcelona y de la selección española.
«¿Quién es ese rubio?», preguntó tras un cruce de miradas a principios de los 90 en un centro de entrenamiento de deportistas en las afueras de la ciudad. Suplente en el equipo de vela en los Juegos de Seúl 88, la infanta estaba de visita y en el comedor vio por primera vez a aquel joven alto y apuesto.
En julio de 1996 los presentarían en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Y 15 meses después se casaban en la catedral de Barcelona, un matrimonio del que nacerían cuatro hijos. Faltaban aún años para que la pareja hiciera temblar a la monarquía española.
«Su inocencia pasa obviamente por su fe en el matrimonio y el amor por su marido», decía hace unas semanas uno de los abogados de la infanta. «Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles».
Es el argumento básico de su defensa. Su marido ya la desvinculó de sus negocios ante el juez. Ella no se enteraba de nada, aseguró. Pese a estar en la junta directiva de Nóos y ser copropietaria de Aizoon. Su papel en el entramado de empresas era «testimonial», dijo.
En todo este tiempo y en medio de rumores de infidelidad por parte de Urdangarin y de una posible separación -querida u obligada-, Cristina se ha mantenido siempre al lado de su marido.
Cuando a finales de 2011 la Casa del Rey lo apartó de la agenda oficial, también la apartó de facto a ella, fuera del núcleo central.
Podría haber quitado presión a la Corona renunciando a sus derechos sucesorios y al título de duquesa de Palma, pero no lo ha hecho. El final de la historia, sin embargo, está aún por escribir. Todo puede pasar. Porque su imputación y su declaración marcan un antes y un después en los 38 años de reinado de Juan Carlos I.
Por Sara Barderas