La Malbaie (Canadá), 6 jun dpa) – De niño y luego con su esposa y sus tres hijos, Justin Trudeau solía pasar sus vacaciones en la idílica región de Charlevoix, en la provincia canadiense de Quebec, que será sede de la cumbre del Grupo de los Siete (G7).
Como primer ministro de Canadá, el viernes y sábado recibirá en la ciudad de La Malbaie a los líderes de Alemania, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, a representantes de la Unión Europea (UE) e invitados especiales como el presidente de Argentina, Maurico Macri.
«Tener la oportunidad de que siete aliados se reúnan en un ambiente menos formal y más relajado, rodeados de bellos paisajes y con una cálida bienvenida para hablar de asuntos reales es extremadamente importante», dijo Trudeau en una visita al lujoso hotel sede, el Fairmont Le Manoir Richelieu.
Ocupar la Presidencia de G7 y ser sede de la cumbre son de gran importancia para el primer ministro liberal de Canadá, de 46 años, que gobierna el segundo país más grande del mundo en cuanto a extensión territorial después de Rusia.
En tiempos de la política «America first» (Estados Unidos primero) del presidente Donald Trump, del proceso de retirada del Reino Unido de la UE y de una Europa muy volcada sobre sí misma, Canadá quiere llenar el vacío de poder que hay en la escena internacional.
Sin embargo, eso requerirá de delicados equilibrios diplomáticos en la cumbre. Para que la cumbre del G7 sea un éxito y no termine convertida en una cumbre G6+1 como el año pasado en Italia, ser’za necesario moderar a Trump en algunos asuntos controvertidos.
Al mismo tiempo, Trudeau debe cuidar la buena relación con Estados Unidos. Los dos países comparten casi 9.000 kilómetros de frontera -la más larga del mundo- y cerca del 70 por ciento del comercio exterior canadiense se realiza con Estados Unidos.
Los analistas le dan buenas posibilidades de lograr esos equilibrios. El primer ministro, que llegó al poder en 2015 y ha impulsado temas como la acogida de inmigrantes, energías renovables y legalización de la marihuana, es capaz de envolver a sus interlocutores con su estilo encantador de nuevo John F. Kennedy norteamericano.
Trudeau se propuso impulsar una «agenda progresista» durante la Presidencia anual rotativa del G7, que Canadá ocupa por sexta ocasión, con asuntos como equidad de género y energías limpias.
Trudeau, hijo del ex primer ministro canadiense Pierre Trudeau (1971–1984), fue instructor de snowboard, actor, boxeador amateur y portero de discoteca antes de lanzarse a la política.
Al inicio de su Gobierno era aclamado como una estrella de rock, aunque los canadienses ahora ya son bastante más críticos. Su partido está nuevamente en las encuestas detrás de los conservadores, pero no habrá elecciones hasta octubre de 2019.
Se le reprocha que no ha cumplido muchas de sus promesas. Mientras se presenta como el gran defensor del medio ambiente, el Gobierno acaba de comprar el oleoducto Trans Mountain para que pueda ser ampliado a pesar de protestas en contra.
El arte de hacer política estará a prueba en la cumbre del G7. Muchos no sólo mirarán a Trudeau a los ojos, sino que también voltearán a ver sus calcetines.
El primer ministro ya usó, por ejemplo, en Bruselas calcetas con el escudo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en Toronto unas con la bandera del arcoiris y el saludo musulmán Eid Mubarak simultáneamente para la Marcha del Orgullo Gay, que coincidía con el fin mes musulmán del ayuno.
Qué se pondrá en Charlevoix no se sabe. Pero seguramente recurrirá a su diplomacia de los calcetines.
Por Christina Horsten (dpa)