Kiev, 24 may (dpa) – El sábado se disputa la final de la Liga de Campeones en la capital de Ucrania, Kiev, una ciudad que sin embargo vive estos días de espaldas al fútbol principalmente porque los hinchas renunciaron a vestir de color la urbe debido a los abusivos precios.
Kiev es en cierto modo el principio del Estado ruso y la cristianización. Las cúpulas doradas de las iglesias hablan de una ciudad espiritual erigida a orillas del majestuoso río Dniéper, un asentimiento único lleno de colinas verdes y cielo azul a partir de los últimos días de abril. El debe lo puso el mandato de la civilización moderna: construir y construir.
El viaje del aeropuerto al centro de la ciudad es el contraste entre la naturaleza y las grúas. Decenas de enormes bloques de hormigón se levantan más allá de los 20 pisos y el ruido de las obras permanece hasta la llegada al estadio olímpico, la sede de la final.
Mientras, no tarda en aparecer otro de los protagonistas del evento. Es el mosquito, que se ensaña feroz con el viajero. Esa mezcla de calor y humedad, lo que es Kiev en estas fechas, es un maná para el insecto y un desconsuelo para el turista.
Y muy al fondo hay un partido de fútbol. Nada hay hoy que permita sospechar que en breve llegará el encuentro de clubes más importante de la temporada, el evento que sienta delante del televisor a millones de personas de todo el mundo. En este caso, el duelo entre Real Madrid y Liverpool.
Si la final del pasado año en Cardiff ya fue disuasoria para muchos hinchas, Kiev redobló la condición de rechazo. Así, el Real Madrid contó con 12.802 entradas de la UEFA para sus aficionados y éstos devolvieron cerca de 3.000. Hicieron sumas y el esfuerzo no valía la pena.
Si hace tres meses se podía obtener alojamiento y vuelo a una cantidad razonable, por unos 700 euros con dos noches en un hotel decente, el paso de los días disparó la especulación hasta extremos insoportables.
En primer lugar, la distancia ejerce como primer elemento disuasorio. Kiev está a 3.686 kilómetros de Madrid y 2.300 de Liverpool. Sólo hay dos vuelos directos diarios desde la capital de España y ninguno desde la ciudad inglesa.
Obviamente, el avión es el único medio razonable para viajar, aunque siempre hay algún intrépido que apuesta por la interminable carretera y la aventura que propone cualquier viaje exagerado. Pero no hay demasiada alternativa al vuelo, más bien al contrario. Y al tiempo sobre el avión hay que sumar la hora y media que se tarda en recorrer el camino desde el aeropuerto al centro de la ciudad. El tráfico por vías de dos carriles se convierte en un irrechazable letargo.
Pero bastante más turbio es el asunto de los alojamientos. La cama de Kiev que hace tres meses costaba 80 euros se disparó hasta los 800. Y no en una habitación lujosa precisamente. Además, muchos hoteles cancelaron reservas anticipadas con excusas que olían a burla con tal de poner «nuevos precios de mercado».
«Lo que tendría que ser una de las ocasiones más excitantes de nuestras vidas está siendo de todo menos eso. Es inexcusable», protestó en las redes sociales Tony Barrett, el enlace del Liverpool con sus aficionados.
«El fútbol sin fans no es nada», recordó lacónicamente el propio Barrett, consciente de que la frase es en estos momentos más una filosofía quejosa que una apelación al juicio.
La elección de Kiev fue la última con Michel Platini como presidente de la UEFA. Ya con Aleksander Ceferin se decidió que la próxima sede de la final de la Liga de Campeones sea el Wanda Metropolitano de Madrid, una ciudad con un enorme suministro de plazas hoteleras y un amplio aeropuerto capaz de recibir a miles de fans.
Si en la capital de España regresa la especulación y la frustración de los hinchas, es que ya no hay remedio. Todo con tal de no volver a ver ciudades sin bufandas antes de una final de la Liga de Campeones.
Por Alberto Bravo (dpa)