BUENOS AIRES/MADRID (dpa) – El Mundial de México 86 instituyó como nuevo Dios del fútbol a Diego Armando Maradona, un ilusionista del balón que apareció para ocupar el trono dejado vacante por Pelé dieciséis años antes y conducir a la selección de Argentina a la gloria de otro título.
«Fue el momento más sublime de mi carrera, el más sublime», recuerda Maradona, mientras las imágenes se suceden: los goles ante Inglaterra -la «mano de Dios» y la obra de arte-, la asistencia magnífica para que Jorge Burruchaga definiera la final ante Alemania, el festejo loco en el estadio Azteca levantando la copa FIFA.
«No fui yo solo, hubo un equipo. Argentina fue campeón no sólo por mí. Yo aporté, otros me ayudaron, todos ganamos (…), agradezco que me consideraran el mejor jugador del Mundial, pero yo triunfé con Argentina, no gané solo», aclara Maradona en su libro «Yo soy El Diego».
Sin embargo, el peso individual de Maradona en aquel equipo dirigido por Carlos Bilardo -no sólo por sus cinco goles en el torneo- superó quizá cualquier otro antecedente histórico de la influencia de un solo jugador sobre un conjunto.
«No quiero desmerecer al resto de jugadores de su selección, pero no recuerdo a un futbolista tan decisivo para ganar un título que al Maradona de México», aseguró a dpa el español Emilio Butragueño, que sigue sintiendo que debería haber jugado la semifinal de aquel Mundial.
«Ganar a Argentina habría sido muy difícil porque en esos momentos Maradona estaba en otro nivel», admitió el ex jugador del Real Madrid, cuya selección perdió en los penales en cuartos de final ante Bélgica. «Quedamos fuera en un partido que deberíamos haber ganado».
Maradona no fracasó y sus dos golazos ante los belgas fueron el pasaporte a la gran final.
«El Mundial lo tomé como una obligación. Quería hacer goles, distribuir juego, tirarme a los pies, ordenar, marcar… Me lo prometí como un deber, no lo hice para que dijeran que Maradona era una estrella. Lo hice para que Argentina fuera campeón», afirma.
«El Pibe de Oro» llegó al Mundial en su plenitud futbolística: tenía 25 años y ya era ídolo en el Napoli. Sin embargo, antes del inicio, la mayoría de los críticos profetizaba que el próximo «rey»sería el francés Michel Platini o el brasileño Zico.
Hasta entonces, los mundiales habían sido para Maradona un recuerdo doloroso: en Argentina 78 fue excluido del plantel a último momento, y en España 82 debió absorber la eliminación en la segunda etapa y su propia expulsión en el último partido con Brasil. Pero en México 86 todo cambiaría.
Tres años antes, el flamante entrenador Bilardo le aseguró a Maradona que era el único titular seguro y que la capitanía era suya.»Yo quería ser el capitán, el patrón, el número uno de Bilardo, era lo que siempre había soñado ser: representar a todos los futbolistas argentinos, a todos…».
Argentina sacó chapa de candidato tras el 2-1 sobre Inglaterra en cuartos de final, un partido que, como reconoce Maradona, tuvo muchos ingredientes extrafutbolísticos: «Si bien nosotros decíamos que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos… Y esto era una revancha (…) de alguna manera hacíamos culpables a los jugadores ingleses de todo lo sucedido. Sé que parece un disparate… pero era más fuerte que nosotros».
Desde su perspectiva, «el Diego» hizo justicia, con dos goles que lo describen: viveza y magia. «El primero lo definí en su momento como ‘la mano de Dios’… Qué mano de Dios, ¡fue la mano de Diego! y fue como robarle la billetera a los ingleses también», rememora sobre aquel tanto en el que utilizó su puño izquierdo para ganarle a Peter Shilton en lo alto y enviar la pelota a la red, una trampa tan perfecta que ni siquiera se advirtió con claridad en la televisión.
«No, eso no fue correcto», reconoció más tarde en conversación con dpa. «Pero la ‘mano de Dios’ convirtió el gol porque Dios lo quiso y porque el árbitro no lo vio».
Después llegaría lo mejor, su obra más sublime, cuando se lanzó desde su propio campo en un raid imparable de apenas diez segundos, en los que dejó por el piso a medio equipo rival antes de tocar al gol. «Todavía hoy me parece mentira haberlo logrado. En serio, te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar pero nunca lo vas a concretar. Ya es un mito, ahora».
Por Marcelo Androetto