MONTEVIDEO (dpa) – Uruguay ganó el Campeonato del Mundo de 1950 derrotando a Brasil 2-1 en el memorable partido decisivo con goles de Alcides Ghiggia y Juan Alberto Schiaffino, pero el mayor héroe de la jornada fue el capitán de los «celestes», Obdulio Jacinto Varela.
El «Negro Jefe», como le llamaban sus compañeros, era un mediocampista -en la época «centre-half»- que impuso su personalidad de hierro sobre los dueños de casa en el recién inaugurado y gigantesco estadio «Maracaná» de Río de Janeiro.
A Brasil le bastaba un empate para quedarse con la copa Jules Rimet, pero Friaca pareció asegurar la victoria con un gol que convirtió al comienzo del segundo tiempo, aparentemente en posición adelantada.
Fue entonces cuando Obdulio sorprendió a todos tomando la pelota y colocándosela bajo su brazo para irse a discutir con el árbitro. «¿La verdad? Yo había visto al línea levantando la bandera. Claro, el hombre la bajó enseguida, no fuera que lo mataran», contó Obdulio al periodista uruguayo Antonio Pippo en el libro «Desde el Alma», publicado en 2000, cuatro años después de la muerte del ex capitán «charrúa».
«Me insultaba el estadio entero, pero no tuve temor… ¡Si me banqué aquellas luchas en canchas sin alambrado, de matar o morir, me iba a asustar allí, que tenía todas las garantías! Sabía lo que estaba haciendo», agregó.
Cuando terminó su parlamento, tal vez el más prolongado de la vida del lacónico Obdulio, el «Negro Jefe» devolvió el balón a la cancha y dijo a sus compañeros en tono que no admitía réplica: «Bueno, se acabó, ahora vamos a ganarles a estos ‘japoneses’», término que utilizaba con frecuencia para referirse a cualquier extranjero.
«Fue una casualidad. Jugamos noventa y nueve veces más y perdemos todos los partidos. El fútbol tiene eso, a veces juegan imponderables, imprevistos, cosas que están más allá de toda razón, de toda lógica», reconoció el capitán de la selección uruguaya de 1950, que reveló los problemas que enfrentó el grupo antes de viajar a Brasil.
«Estuvimos a punto de no ir. Había un gran desconcierto. La mayoría creía que estábamos ‘fritos’, que no teníamos posibilidades. Pensándolo bien, ni siquiera estoy seguro que aquél fuera el mejor plantel que se podía armar entonces».
Obdulio Varela se caracterizaba por hablar mucho dentro del campo de juego, ordenar y alentar a sus compañeros, y aunque no era de meterse en líos, intimidaba a los rivales. «Por eso a los muchachos les hablé bastante en el vestuario (antes de la final). Y después, ya en el túnel, les dije: ‘Salgan tranquilos, no miren para arriba. Nunca miren a la tribuna. El partido se juega abajo’».
«Pensando en todo aquello más me afirmo en que fue un partido ganado con la mente, no con la habilidad. Los ahogamos de entrada, les hicimos sentir el rigor en el medio y atrás. Y cuando tuvimos la pelota explotamos la velocidad de (Alcides) Ghiggia por la derecha, las ‘moñas’ (habilidades) de Julio (Pérez), la habilidad de (Omar) Míguez arrastrando rivales, y la serenidad de (Juan Alberto) Schiaffino… Y se fue dando como yo esperaba, un partido parejo».
El resto de la historia es conocido. Los «charrúas» se hospedaban en Río de Janeiro en el modesto hotel Paysandú, y el «Negro Jefe» contó que después del partido «los muchachos salieron a divertirse en Copacabana». Todos menos él: «Yo estaba triste con el sufrimiento de aquel pueblo y con esa derrota que no merecían».
«Me senté en un bar y me puse a tomar ‘caña’ (aguardiente de caña) esperando que no me reconocieran, porque creía que si eso sucedía me matarían. Pero me reconocieron enseguida y, para mi sorpresa, me felicitaron, me abrazaron y muchos de ellos se quedaron bebiendo conmigo hasta la madrugada», contó a la agencia dpa en una entrevista realizada en 1993.
Obdulio recordó esa noche hasta su muerte, en 1996. «Los brasileños son la gente más buena del mundo», insistía sin cansancio el hombre que más tristeza le provocó a Brasil.
Por Carlos Castillos