Washington, 7 feb (dpa) – Hillary Clinton viaja actualmente por Estados Unidos y habla mucho. En Nueva Orleans tuvo palabras amables para la Asociación Nacional de Vendedores de Automóviles durante su convención y en Nueva York para los niños latinos necesitados. No es tan importante lo que dice, sino lo que no dice. Su silencio acerca de si volverá a presentarse como candidata para gobernar desde la Casa Blanca en 2016 tiene ocupados a los medios. Y eso que aún faltan dos años hasta las próximas elecciones presidenciales: una eternidad en la política.
Si bien por el momento se considera a Clinton como la favorita para convertirse en candidata demócrata, el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, afirmó hoy que no descarta presentar una candidatura para las elecciones presidenciales de 2016.
«No hay ninguna razón evidente por la que no debiera presentarme», dijo Biden, quien posiblemente tomará una decisión al respecto a mediados de 2015.
Pero Clinton, ¿quiere o no quiere? Los periodistas estadounidenses se dedican casi obsesivamente a esta pregunta. Algunos están seguros que ya nadie le alejará de una candidatura por los demócratas. Cada semana, se difunden encuestas que intentan demostrarlo. «¿Puede detener alguien a Hillary?», titula la famosa revista «Time».
Y eso que Clinton ya fue casi todo lo que se puede ser en la política estadounidense: primera dama junto a su esposo Bill, senadora por Nueva York y secretaria de Estado con el presidente Barack Obama. ¿Qué mueve hoy día a la política de 66 años? ¿Es sed de poder, una gran ambición? ¿O no superó la derrota en las primarias de 2008 frente a Obama, quien logró arrebatarle la candidatura con creces contra todos los pronósticos?
Clinton es un animal político: naturalmente sabe que se «quemaría» si anuncia su candidatura ahora. Sus intenciones siguen estando veladas por frases intrincadas: «Haré todo lo que pueda por promover los valores y las políticas que considero buenas para nuestro país desde cualquier posición en la que me encuentre».
O, como dijo en septiembre: «No tengo apuro. Me parece una decisión seria, que no se toma livianamente, y tampoco es una decisión que deba tomarse pronto». Desde entonces, no hizo declaraciones más claras. Algunos periodistas decidieron que era mejor no hacerle la pregunta clave.
Y eso que la maquinaria electoral ya funciona a todo motor. En enero de 2013 ya se creó un comité de apoyo llamado «Ready for Hillary». La «Priorities USA Action», una de las organizaciones de beneficencia más poderosas, se puso hace poco del lado de la aún no candidata.
También está dispuesta a la lucha «Correct the Record», una agrupación que se propone frenar las críticas a Clinton antes de la campaña electoral. «Hasta las próximas elecciones presidenciales faltan años, pero los ataques despiadados de los republicanos ya se dirigen contra Hillary Clinton».
El diario online «Politico» inventó una nueva definición para la red de Clinton: «Shadow Campaign», es decir, «la campaña en las sombras».
Las especulaciones están a la orden del día en los medios. Incluso el nuevo peinado con flequillo de Clinton es analizado en los medios, así como su confesión ante los vendedores de coches de que se puso al volante por última vez en 1996.
Todo es un déjà-vu: ya mucho antes de las elecciones primarias de 2008 muchos analistas habían asegurado que la ex primera dama era imbatible. Hasta que un afroamericano menos conocido llamado Obama cambió el destino.
Clinton despierta sin embargo unas cuantas críticas, algunas de ellas en sus propias filas. Las fuerzas más de izquierda entre los demócratas encuentran a Clinton demasiado fría y dura. Es así como, en 2003, votó a favor del ingreso de los estadounidenses en Irak. Es considerada un «halcón» sobre todo en cuestiones militares.
Si se vuelva a mirar hacia atrás, a la campaña de 2008, surgen nuevas dudas. La seguridad de una victoria que transmitía Clinton no fue un motivo menor de su derrota. También en ese entonces su equipo de relaciones públicas transmitía la idea de que nada podía salir mal.
Por momentos, parecía que Hillary y Bill Clinton daban por descontado su regreso a la Casa Blanca: una impresión fatal por la que pagaron un precio. Otro problema es su edad. Si gana la presidencia, ingresaría a la Casa Blanca con 69 años: la misma edad que tenía al asumir el presidente Ronald Reagan.
Por Peer Meinert