Haidar Haiser al Abadi: el hombre que llegó de la nada

Bagdad, 10 may (dpa) – Todos los martes el primer ministro iraquí, Haidar Haiser al Abadi, que el sábado se presenta a la reelección, comparece ante la prensa bajo las grandes lámparas de araña en el palacio de Bagdad en que en su día también vivió el ex presidente Saddam Hussein.

Al Abadi llega desde el lado derecho, atraviesa una alfombra roja, dobla decidido a la izquierda y se coloca ante el púlpito en el que ya se encuentra preparado su discurso. Con la espalda recta anuncia los resultados del consejo de ministros, con la actitud de un hombre pequeño que se enfrenta a una gran tarea.

Cuando hace casi cuatro años el político chiíta asumió inesperadamente el cargo de jefe de Gobierno su nombre apenas era conocido para el gran público. Durante el mandado de su predecesor, Nuri al Maliki, la milicia terrorista Estado Islámico (EI) se había hecho con el control de grandes zonas del país, el Ejército se había derrumbado y la corrupción se extendió cada vez más.

Mientras el poder de Al Maliki se iba desmoronando, su compañero de partido Al Abadi se convertía en el candidato de compromiso sobre el que se ponían de acuerdo países como Estados Unidos o Irán, que mantienen una gran influencica en Irak.

En aquel momento Al Abadi estaba considerado como un político sin carisma ni base de poder. Algunos meses después circuló un video por Internet en el que se veía al jefe de Gobierno iraquí sentarse junto al entonces presidente estadounidense Barack Obama durante una cumbre del G7 y cómo era completamente ignorado por éste.

Sin embargo, Al Abadi logró permanecer en el cargo a pesar de los muchos obstáculos e incluso derrotar militarmente al Estado Islámico (EI), algo que le reconocen incluso sus adversarios. Los sondeos le otorgan oportunidades de convertirse con su lista en la fuerza más votada en las elecciones parlamentarias que se celebran el sábado.

El líder chiíta, de 66 años, se esfuerza por mantener buenas relaciones con Occidente, algo en lo que le ayuda su buen nivel de inglés que aprendió durante su largo exilio en Reino Unido. Por lo general intenta, en la medida de lo posible, mantener a su país al margen de las luchas de poder regionales.

Algo nada fácil, pues la influencia de Irán, la potencia regional chiita, es especialmente fuerte en Irak. Al Abadi tiene una relación dividida con las poderosas milicias chiítas en el país, apoyadas por Teherán. Recientemente acusó a los líderes de las milicias de corrupción.

Los críticos de Al Abadi argumentan que el mandatario perdió una «oportunidad de oro» para abordar los grandes problemas y que no logró limitar el poder de las milicias. La corrupción continúa extendiéndose y causa disgusto entre los iraquíes.

Además, muchos políticos utilizan su cargo para enriquecerse, en base a un sistema de representación proporcional que reparte los ministerios y los cargos entre los partidos.

Los iraquíes bromean diciendo que el presidente estadounidense, Donald Trump, tuvo que trabajar toda una vida para convertirse en millonario pero que en Irak basta con ser elegido en el Parlamento para serlo.

Por Jan Kuhlmann (dpa)